CAPÍTULO 14

15 PRIMAVERAS ENTRE FLORES

Amaranta, mis XV años

Faltaban unos días para el viaje a Europa, mi mamá y yo habíamos trabajado un poco en llevarnos bien, pero yo seguía resentida con ella.

—Lily, no puedes tener encerrada a Ami, es una adolescente y necesita tener vida social — le decía mi tía Hortensia mientras abogaba por mí para que me dejara salir con mis amigos.

Si no fuera porque mi tía Hortensia se esmeraba en consentirme un poco, mis días antes del viaje hubieran sido un infierno.

Al tour, se apuntaron mis dos abuelas, mis tíos Hortensia y Eugenio, mi tío Felipe el padre, que era el guía. En España se nos uniría una persona más, un pariente de mi tío Eugenio que vivía en Valencia.

Mi vida era caótica, Sandy mi amiga y yo teníamos semanas sin hablar, Rafael y yo no habíamos vuelto a vernos y mi papá, para mantenerme entretenida decidió inscribirme en el curso propedéutico del colegio San Javier. Sé que lo hizo como parte de mi castigo. Yo quería irme a pasar parte del verano a la ciudad de México con mi tía Horte, pero mi mamá dijo:

—Te doy permiso de ir una semana con tu tía Horte, antes del viaje a Europa.

Aquel verano me pareció eterno. Pero en el curso propedéutico, conocí a mis futuros compañeros y comencé a hacer nuevos amigos.

No había vuelto a ver a Rafael, me llamó varias veces, pero me negué a contestar. Un día, saliendo del curso, estaba esperándome a la salida. Traía un ramo de flores, eran tres rosas con un follaje de flores pequeñas, se llamaba gipsophia, parecía nuve pero más fina y era novedad en las florerías.

—¿Son para mí? — Le pregunté nerviosa, mientras él sonreía.

—Sí, de la mejor florería de la ciudad… —reímos, era obvio que las había comprado con mi madre o con mi abuela. Reconocía los listones y el estilo con los ojos cerrados.

Acepté cohibida las rosas. Rafa me gustaba mucho, eso ya lo tenía asimilado, pero que mis padres no se tomaran bien que yo empezara con una relación, me ponía nerviosa.

—¿Te puedo acompañar a tu casa? — Me dijo.

—No sé, es que…

De pronto, llegó mi madre por mí, en su viejo Fairmont blanco con vestiduras rojas. Los pocos avances que mi mamá y yo habíamos tenido, se fueron al traste. Mamá puso cara de pocos amigos al verme hablando con Rafael y me llamó para que me subiera al coche.

—¿Te puedo llamar en la tarde? —Me dijo Rafa, comprendiendo que debía irme. Asentí y le sonreí. Corrí al coche, mientras esperaba el sermón de mamá, pero para mi sorpresa no me dijo nada.

—¿Es tú novio? — preguntó. Yo negué con la cabeza, pero con una sonrisa que no podía evitar. Entonces se giró y con una actitud que no esperaba me dijo:

—No quiero que me mientas ni que hagas cosas a escondidas. Si ese muchacho quiere que seas su novia y tú también quieres que sea tu novio, no puedo prohibírtelo, dile que puede venir a visitarte a la casa.

—¿En serio mamá? —Le dije sorprendida. Me lancé a sus brazos emocionada, creo que no nos habíamos dado un abrazo efusivo desde hacía mucho tiempo. Mi adolescencia nos había distanciado.

Arrancó el coche, y no volvimos a tocar el tema. Por la tarde, Rafa estaba en la sala de mi casa pidiéndome que fuera su novia. Mi papá estaba en el jardín leyendo el periódico mientras se tomaba un café y mamá en la florería. Fue una de las tardes más felices de mi vida. Lo que más me pesaba, es que se acercaba mi viaje a Europa, y no lo vería por ventiún días.

Esa misma tarde, mi padre llevó a Rafa al despacho, mamá me dijo que a leerle la cartilla. No sabía bien a que se refería, pero entendí que era su papel de papá celoso.

El resto del curso de verano, Rafa pasaba por mí, y caminábamos hasta la florería de mi abuela. Mis papás me tenían prohibido subirme al coche con él. Me parecía algo absurdo, yo no entendía que les preocupaba, Rafa tenía un año con el auto y nunca le había pasado nada. Después comprendí que había más motivos de peso.

Cuando terminó el curso de verano, el se fue de viaje con su familia y yo a la ciudad de México con mis tíos. Ya no me causaba tanta ilusión, pues ya había limado asperezas con mamá, que se había portado bien conmigo y yo con ella.

El día que viajamos a Europa, mis padres nos acompañaron hasta el aeropuerto de la ciudad de México, mi mamá lloraba de emoción, mis abuelas también y mis tíos solo rodaban los ojos mientras yo me reía de la escena. Yo era la pequeña consentida de la familia, y por fin estaba cumpliendo mis quince años, cuando me despedí de papá, éste me dijo:

—Cuando vuelvas tendrás tu fiesta, algo sencillo, pero ten por seguro que no pasará desapercibido.

Al parecer había recuperado algo de confianza de mis padres. Tenía novio y me sentía feliz.

El vuelo de once horas fue agotador. El cambio de horario, la mal pasada y el cansancio cobraron factura. Aterrizamos en el aeropuerto de Madrid, y ahí ya nos esperaba una camioneta que nos llevó a la estación de tren, rumbo a Sevilla.

—¿No descansaremos en un hotel?

—En Sevilla… —dijo Felipe.

Pasamos una semana en España. De Sevilla fuimos a Toledo, volvimos a Madrid y luego a Barcelona, por último, Valencia. Amé viajar en tren, me sentía en esas películas antiguas, cuando los trenes de pasajeros existían en México. A mi no me tocó, la estación de trenes de Querétaro es muy bonita, las estaciones de tren de España también lo son. De algún modo sentí mucha nostalgia. Mi país era precioso, cuando veía los templos españoles y sus monumentos, pensaba: La ciudad de México, Guanajuato y Querétaro son igual de bonitos. Yo no había viajado mucho, normalmente íbamos una vez al año a la playa, y otro día a la sierra de Guanajuato o a Bernal a la casa del novio de mi abuela.

—¡Ami! —Dijo mi abuela Margarita cuando llegamos al templo de la catedral del Mar en Barcelona, en uno de nuestros recorridos eclesiásticos, que fueron muchos. —Cuando yo era joven, vi una postal de este templo. Alguna vez soñé con casarme aquí.

—Todavía puedes casarte aquí—le dije. Me miró sorprendida. Pero para mi era obvio que podía casarse con su novio José Carlos. Se fue caminando pensativa, no sé que edad tenía mi abuela con exactitud, pero si tuvo a mamá como a los diecisiete años, y mamá me tuvo como a los veintitantos, mi abuela no pasaba de los 55 años.

—Ay no, ¿cómo crees? Soy muy vieja para eso.

Pero mi abuela Lourdes, que escuchaba nuestra conversación metió su cuchara.

—Viejos los árboles y reverdecen. Estoy segura de que José Carlos se casaría contigo encantado.

Sonreí, sin duda no tenía edad para asimilar esas conversaciones, pero mis dos abuelas tenían una forma peculiar de tratarme y sus pláticas de viejitas no me aburrían.

A cada sitio que visitábamos, compraba postales, y le mandaba algunas a mis padres y por supuesto a Rafael. Yo estaba en una nube, flotando, embobada con él.

—Si que estás enamorada — dijo mi tía Hortensia cuando me vio poner un par de corazoncitos con tinta roja junto a mi firma en una tarjeta postal del parque Güell, un lugar precioso, lleno de vegetación y extravagantes muros decorados con pedazos de azulejos, le llaman “trencadís”, y unos años mas tarde, en Querétaro remodelaron con esa técnica lo que hoy conocemos como la plaza de los platitos, que también le llamaban la plaza de los mariachis.

Al llegar al parque, vi un grupo de jóvenes con su guía turístico, jugando y divirtiéndose, mojándose con el agua de los bebederos, el calor estaba insoportable. 

—Vamos a la playa — les supliqué a mis tíos, pero me ignoraron. Había un itinerario que seguir. Envidiando a las chicas que se divertían, pues tenía ya casi una semana sin convivir con gente de mi edad, me resigné.

En Valencia, pasamos la noche en una hermosa finca de naranjas de unos parientes de mi tío Eugenio. El lugar era hermoso. Nos hospedaron en unas cabañas junto a la casa principal. Llegamos un sábado por la mañana y la comida, incluyendo la paella no pudo faltar.

Como buena mujer educada, mi tía Hortensia se ofreció a hacer los arreglos de mesa, por lo que nos entretuvimos en el jardín, seleccionando algunas flores. Mi tía Hortensia era diferente a mi mamá, su pasión por las flores era distinta. A veces creía que tenía como una magia escondida que le daba un toque especial a sus arreglos. Le ayudé a atar algunas cintas en unos tazones de cerámica y los acomodamos en el mesón de la terraza principal.

A media tarde, llegó un chico, alto, de cabello negro y ojos grandes.

—¡Iván! — Gritó Eugenio y el chico corrió a saludarlo.

—¡Tío Euge! ¿Cuándo llegaron?

El chico saludó a todos, sus padres lo presentaron y yo no supe que decir. Era el chico más guapo que había visto en toda mi vida.

—Reacciona — Me dijo mi tía Hortensia, cuando se percató que yo ni siquiera respondía al saludo.

—Hola, soy Amaranta, mucho gusto.

El tipo ni siquiera me volteó a ver. ¿Cómo era eso posible? Yo era una chica bonita, y tenía novio.

—Ami — dijo mi tío Eugenio. Iván es mi sobrino y viajará con nosotros a Francia y a Roma, y en septiembre, tomará un año sabático antes de la universidad, vivirá con nosotros en la ciudad de México.

Me giré a ver al chico, pero este seguía ignorándome, por lo que decidí que le haría la vida imposible. Soy la consentida de mi tía Hortensia y mi tío Eugenio y éste intruso, y por primera vez en todo el viaje, no pensé en Rafael ni un solo instante.

MIENTRAS TANTO EN MÉXICO

Lily trabaja a marchas forzadas.

Mamá, después de muchos años, se anima a viajar. Se ha ido con mi suegra, mis cuñados y mi hermana, al viaje de quinceañera organizado para Ami.

Rodrigo y yo decidimos aprovechar que nos hemos quedado solos por unas cuantas semanas. Saliendo del trabajo, me acompaña a cerrar los negocios y de ahí, nos vamos a cenar o a tomar algo por ahí.

Un día, Sebastián nos dice que el fin de semana estará tranquilo, que nos vayamos de fin de semana a algún sitio. A Rodrigo le encanta la idea y decidimos planear algo, sencillo pero romántico.

—¿Qué te parece Valle de Bravo?

—No conozco. — Le digo.

—El señor Morrill tiene una cabaña, le diré a mi padre que le pregunte si puede rentármela un fin de semana. Y si no, pues podemos buscar algo en Bernal o Tequisquiapan.

—Ya los tenemos muy vistos, probemos algo nuevo. Ojalá consigas algo en Valle de Bravo o en Michoacán, también dicen que es muy bonito —. Le insisto.

Pasan los días, y al llegar el fin de semana, nos marchamos a nuestro fin de semana luna mielero a Valle de Bravo. Tenemos tanto tiempo sin pasar unos días así, solo nosotros dos, que hasta me avergüenzo de tener tan desatendido a mi marido. 

La cabaña de los Morrill es preciosa, está cerca del lago y tiene una vista maravillosa. Es pequeña, pero la recámara principal tiene una ventana justo frente a la montaña.

En el pequeño jardín había una terraza, con asador y una tina de hidromasaje. “Nunca me he metido a una tina de hidromasaje”, pensé. Rodrigo al darse cuenta de mi reacción, se puso manos a la obra.

—Prepara algunas botanas, yo abro el vino y preparo la tina — dice con picardía.

No les aclaro lo que sucedió esa noche, además de tomar demasiado vino, el romance y la pasión guardado por un tiempo salió a flote. A la mañana siguiente, el dolor de cabeza y la cruda, fue terrible, sin embargo, a ver a Rodrigo, dormir a mi lado, sentí que lo amaba como el primer día.

—¿No te cansas de verme? — Me dice al despertar y mirar mis ojos posados en su rostro.

Pasamos el resto de nuestro viaje, visitando el centro del pueblo, comprando artesanías y por la noche, repetimos nuestro encuentro pasional.

Al volver a Querétaro, Sebastián me cuenta los pormenores del fin de semana, y no ha ocurrido nada especial. Pero el lunes por la mañana, no para de sonar el teléfono. Al parecer había muerto un líder sindical del magisterio y los pedidos de coronas y ramos para el funeral, no pararon.

Fueron tres días de trabajo intenso. Sebastián, las chicas y yo, casi no descansamos. La ausencia de mamá, Hortensia y Amaranta se sintieron en ese momento, pues al final ellas siempre estaban para ayudar en los momentos de mucho trabajo.

El verano estaba en todo su apogeo, el calor se sentía intenso y las lluvias eran un consuelo, pero la incertidumbre de las inundaciones en algunas colonias de la ciudad, eran un miedo constante, año con año.

Los días pasaron volando. Los viajeros estaban por volver, y Rodrigo ya tenía lista una camioneta suburban para ir a recogerlos al aeropuerto.

—¿Y el equipaje? Seguro vienen cargados de maletas.

—Yo también voy — dijo Sebastián — y en el último de los casos que alguien se vaya a casa de Hortensia en un taxi.

Soluciones había. Unos días antes de nuestro viaje a la ciudad de México, comencé a sentirme algo indispuesta. Vomité por la mañana, era raro que me enfermara del estómago. Rosa y Pueblito se asustaron al verme.

—Está muy pálida señora Lily. ¿Pues que comió? — Dijo Rosita.

—A mi se me hace que la acompaño a la clínica del doctor Alcocer. — Agregó Pueblito.

El médico, en cuanto me vio, sonrió. Me mandó al laboratorio a que me sacaran sangre y una prueba de orina.

—Lily, las pruebas son un protocolo, para descartar alguna infección, pero estoy seguro de que tu problema no es grave.

—¿Entonces? ¿Será cansancio? Como a mis horas doctor, no sé qué pueda ser.

—Lily, creo que estás embarazada. Hoy por la tarde te lo podré confirmar.

—¿Embarazada? ¿No es riesgoso a mi edad?

—Lily, ¿Cuántos años tienes? ¿34 o 35? Eres una mujer sana, no te preocupes por eso. Te recetaré unas vitaminas y alimentante bien y ya que tengas los resultados, vas con el doctor Saldaña.

Salí del consultorio con mi mente en otro lado. Pueblito me esperaba sentada en la sala de espera de la clínica.

—Señora Lily ¿está bien?

Asentí con la cabeza. Desde que volvió Rodrigo, nunca me cuidé, decidimos que tal vez algún día tendríamos más hijos y simplemente no llegó, y al pasar los años, nos acomodamos solo con Amaranta. ¿Un hijo ahora? ¿Qué dirá Rodrigo? ¿Y Amaranta? No sabía si ponerme a gritar de emoción o llorar de inquietud. No era una mala noticia, pero sin duda no me la esperaba. Amaranta tendría un hermanito o hermanita, Rodrigo sería padre de nuevo, podría vivir la etapa del embarazo a mi lado. Entonces, comencé a sentir emoción, a llenarme de la felicidad plena que en el embarazo de Ami no tuve, por el duelo que estaba viviendo con Rodrigo. Seríamos padres de nuevo.

Al llegar a casa, le pedí a Rodrigo que pasara a recoger los resultados. Cuando llegó a casa, abrí el sobre y sonreí. Él no tenía idea de nada.

—Estoy embarazada.

“Siempre hay flores en el mundo, para quien lleva un jardín en el alma” Carlita

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería

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