CAPÍTULO 17

PINTANDO FLORES

AMARANTA

Después del accidente con Rafael, todo mi buen humor y alegría se esfumó como por arte de magia. Sin duda, las consecuencias de nuestros actos nos estaban cobrando factura. A Rafael, su padre lo tenía ocupado 24/7. Nos veíamos un rato en el receso del colegio, pero no teníamos mucho tiempo de platicar. Él se esforzaba por hacerme reír y hacerme sentir bien, pero yo estaba con los ánimos por el suelo. Cabe mencionar que sus exnovias, en especial una niña llamada Alejandra Arteaga, me hacía la vida imposible. Ella y sus amigas tenían todo un plan de desprestigio en mi contra, cuando comencé a sospechar que estaba embarazada, solo me quería morir. Era un tema que no podía mencionar con nadie y mucho menos en la escuela. Y con Rafa, no podía hablar de ello. Tal parecía que había espías por todos lados. No había día que no se burlaran de mi por una cosa o por otra.

Cuando le confesé todo a mi mamá, me sentí mucho mejor, sabía que le estaba causando un gran dolor, pero por otro lado entendía que su apoyo era incondicional. Aquel fin de semana, lloré como siempre. Mi mamá fue a la clínica a recoger los resultados de los análisis y salieron negativos. Había pasado casi un mes de nuestra huida. Eso me quitó un gran peso de encima. El alma me volvió al cuerpo.

—Necesito que me prometas que te vas a cuidar.

—Mamá…

—Ami, estoy aquí para ti. Me cuesta entender que ya no eres una niña, pero hay cosas, para las que aún no estás lista. ¿Qué habrías hecho si en verdad hubieras quedado embarazada? ¿Estás lista para ser mamá? Mira a tu abuela, lo que le costó sacarnos adelante, y lo que yo tuve que lidiar cuando tu papá no estaba… Yo haré todo lo que esté en mis manos para protegerte, pero necesito que tú pongas de tu parte.

—¿Estás enojada?

—No sé qué es lo que siento Ami, es entre enojo, frustración y decepción, pero eres muy joven y estás aprendiendo a vivir y yo… solo no sé cómo sobrellevar estas cosas.

Se levantó de golpe, y antes de salir de mi recámara me dijo:

—No le diré a tu padre, porque es capaz de ir a matar a Rafael, pero por mí, si no vuelves a verlo mejor. Es tú decisión. Solo cuídense, no por mí ni por tu padre, por ti. Si algo te sucede, no solo afectas a terceros, eres muy joven para arruinar tu vida.

Era una joven de quince años que no tenía idea de la vida y consentida, muy consentida. Nunca me faltó nada y mis padres, en especial papá, eran condescendientes conmigo.

Cuando me quitaron el yeso, comencé a ir a rehabilitación al hospital San José. Mi mamá me llevaba y me recogía. Rafael, seguía en sus trabajos absurdos que le asignaba su papá, desde sacar la basura, hasta llevar la camioneta con mercancía del rancho a la central de abastos. Tenían un hermoso rancho cerca Ezequiel Montes, donde cultivaban lechugas, jitomates y otros vegetales. Y no solo eso, comenzaban a comercializarlo con grandes comercializadoras al extranjero, por lo que trabajo, siempre había.

Los rumores de mi mal comportamiento se apaciguaron, cuando en verdad, unos chicos del colegio se accidentaron en la carretera volviendo de Celaya. Dos de ellos murieron y el conductor quedó en estado de coma. Entonces, ya nadie recordaba mi escapada con Rafa y las cosas volvieron a la normalidad poco a poco. Ese fin de semana vendimos un montón de coronas y arreglos florales. El templo de la misa de los cuerpos de aquellos chicos estaba a reventar, fue un accidente que sacudió a toda la ciudad, “pueblo quieto” o “puebletaro”, como decían en aquel entonces.

Los fines de semana, me iba a casa de mi abuela, el embarazo de mi mamá iba bien, estaban muy emocionados porque sería un niño, ya tenían varios nombres en mente, pero no se decidían por ninguno todavía. Mis papás viajaban los fines de semana que no había mucho ajetreo en la florería, iban a la ciudad de México con mi tía Hortensia y se iban de compras. Cada viaje, regresaban con ropita para mi hermanito y un montón de juguetes.

—La próxima vez, ven con nosotros y te compramos ropa y lo que tú quieras…—Me dijo mi papá para aminorar mis celos, que honestamente cada día eran más notorios.

Mis abuelas estaban insoportables, y aunque mi abue Lourdes decía que yo era la primera nieta y la única y toda esa cantaleta trillada, yo no podía dejar de sentirme desplazada. Como si fuera la hija incómoda. Desde mi escapada al Qiu y luego lo de Rafa, algo estaba roto entre mis padres y yo.

Como Rafa se la pasaba trabajando, comencé a hacer lo mismo. Me metía al patio de flores con la abuela y me ponía a armar arreglos. Me gustaba experimentar, y algunas veces me dejaba ser creativa. Se me ocurrió hacer unos bouquets muy sencillos, de rosas rojas, y venderlos a las parejas de enamorados que pasaban por ahí, otras veces, ponía una mesa de apoyo afuera del portón de su casa, y hacía mini ramos, y dejaba que los clientes escogieran, se iban contentos y les cobraba según lo que escogieran. Lo que más se vendía, eran las rosas, los claveles y las gerberas.

Mi abuela me pagaba por ayudarle, la gente me daba buenas propinas cuando ayudaba con la repartición, y yo me gastaba el dinero en tonterías, a pesar de que mi abuela me decía que ahorrara, pero no se me ocurría para qué. Mi tío Sebastián, hermano de mi mamá, trabajaba en la construcción de lunes a viernes, pero los fines de semana, sobre todo los sábados, seguía siendo un gran apoyo para las dos florerías en cuanto a la entrega de pedidos especiales. A veces nos íbamos él y yo a arreglar los carros de novia, en su vieja camioneta pick up. 

Rafa y yo comenzamos a vernos con frecuencia de nuevo, su papá fue retirando su castigo poco a poco, le fue dando tiempo libre y cuando la deuda del coche estuvo saldada le prestó uno de sus carros viejos. Un Corsar gris, claro de los ochenta, que en algún momento fue de lujo. Decía que estaba ahorrando para comprarse un Mustang, a mí me daba igual. Rafa se había vuelto mi mejor amigo, me quería y me consentía, por lo que no me importaba con tal de estar juntos todo el tiempo posible.

Los domingos, a veces me invitaba al rancho con sus papás, y mi abuela me dejaba ir, era una abuela moderna y muy libre de pensar para su edad, pues mi papá por lo general no me daba permiso, evitaba a toda costa que me quedara a solas con Rafa, pero para portarnos mal no pedíamos permiso. Yo le llevaba un ramo de flores a su abuelita, le gustaban mucho las astromelias y las aves de paraíso. Ella vivía en el rancho. Esa señora era linda conmigo, pero me decía que yo no encajaba en la vida de Rafael, que no éramos compatibles y no entendía como estábamos juntos.

Rafa quería estudiar agronomía o veterinaria, como su papá y yo, estaba algo indecisa, pero me llamaba la atención la arquitectura.

Pasaron los meses, mi mamá estaba a unas semanas de dar a luz, por lo que mi papá me convenció de viajar a la ciudad de México con él y llevarme de compras. Me pareció buena idea, pues, además, se acercaban las vacaciones de semana santa y yo quería irme unos días con mi tía Hortensia.

Al llegar, lo primero que vi fue al idiota de Iván. Desde mi fiesta de cumpleaños no lo había visto, era obvio que nos evitábamos a toda costa.

—Ami, Iván va a Coyoacán con unos amigos, ¿por qué no te vas con él?

Mi papá me miró con ojos acusadores, él no estaba de acuerdo y la verdad, no se me antojaba para nada ese plan. Pero mis tíos insistieron. Miré a Iván con ojos acusadores, esperando que él también se negara a ello.

—Vamos Amaranta, seguro os gusta el plan, tomaremos algo y pasearemos por ahí.

Al final, papá accedió que fuera y yo me sentí comprometida a ir. Nos subimos al auto del tío Eugenio, pasamos por un par de chicos Israel y Mario, y una chica, Montserrat, que decía ser la novia de Israel.

Comenzaron a cuestionarme todo. Ellos ya eran mayores de edad, fumaban, bebían cerveza y yo no me quise quedar atrás. Iván no me dirigía la palabra, seguía con su actitud de “perdóname la vida”, y yo no estaba de humor para seguirle el juego. Así que me puse a hablar de Rafa, mi novio. Toda la tarde hablé del maravilloso hombre de mi vida. Al final, Iván era una especie de pariente, no podía ni debía haber nada entre nosotros, aunque en el fondo, me gustaba, mucho, pero sabía que me haría sufrir. Después de un rato, se levantó y me dijo que era hora de irnos. Los demás se quedaron y a mí me llevó a regañadientes. Me tomó de la mano y me jaloneó.

—¿Qué te pasa? — Le reproché.

—No, qué te pasa a ti, que sigues de novia con ese imbécil pedazo de… con el que casi os mueres.

—Fue un accidente, además a ti ¿qué te importa?

—No sabe cuidaros.

—Eso tú no lo sabes.

—Cuando estás conmigo, regresas a casa sana y salva. No os ha pasado nada, nunca.

—¿Y eso qué? ¿Te felicito? Me ignoras el 90% del tiempo que pasamos juntos. Yo no te importo nada, eso lo tengo claro.

Frunció el ceño, estaba claro que algo le molestaba. Caminé hacia el automóvil, esperando a que me siguiera, pero se quedó ahí parado, mirándome. Lo ignoré, yo también podía ser insoportable. Me detuve en el auto, y me recargué en la puerta esperando a que volviera. Cuando lo busqué, él ya caminaba hacia mí, su mirada era obscura, tenía un temperamento fuerte e imponente. Al acercarse, me acorraló entre la puerta del auto y su cuerpo. Acercó su boca a mi rostro, nos miramos fijamente, y sentí una corriente de electricidad por todo mi cuerpo.

—¿Cómo podéis decir que no me importas? Pienso en vos todo el maldito día. No soporto pensar que estáis con ese pedazo de imbécil. Me volvéis loco Amaranta. Me he mantenido lejos de ti porque no puedo resistir. Eres muy joven, no puedo estar contigo.  

Puso sus manos en mis mejillas, apretó su frente en la mía, cerró los ojos mientras seguía apretando su cuerpo en el mío. Sus labios estaban tan cerca de los míos que yo no sabía qué hacer. Mi mente estaba confundida, yo no podía traicionar a Rafa, pero mi corazón solo quería actuar, y al final no pude resistirme. Nos besamos, no como aquel beso soso en casa de la señora Sandra hace unos meses. Fue un beso intenso, ansioso, pasional. Iván me deseaba y yo a él. Estaba perdida, no era correcto, sabía que me arrepentiría de aquello, pero aquel ataque pasional no iba a parar tan fácilmente.

LILY

Rodrigo y Amaranta se marcharon a la ciudad de México, justo el fin de semana que empecé con las contracciones. Aún faltaban tres semanas, pero el bebé ya quería salir. Sebastián me llevó al hospital, mamá se quedó en casa a localizar a Rodrigo. El trabajo de parto fue terrible, con Ami todo fue muy rápido, contracciones, “puje señora”, un lloriqueo y listo. Pero mi bebé, al que aún no teníamos claro como nombrar, estaba ansioso por salir, pero negado a trabajar.

Fueron dieciocho horas de trabajo de parto. Rodrigo alcanzó a llegar para estar conmigo en la sala de parto. Cuando escuchamos llorar el bebé y la enfermera lo acercó para que le diera un beso y lo abrazara, supe que lo llamaríamos “Marco”. Era guapo como su padre, tenía los ojos de mi padre y por supuesto, al parecer el reacio carácter de su madre. Pesó casi tres kilos, midió poco menos de medio metro y estaba totalmente sano. Eso ya era una bendición.

Rodrigo estuvo con Marco más tiempo de lo que yo hubiera pensado. Lo cargaba y le platicaba, parecía no tener cabeza para nada más.

—Deberías ir a ver a Amaranta, no quiero que se sienta desplazada por su hermano.

Pero mi marido estaba embelesado. Lo entendía, con Ami no pudo vivir estos momentos mágicos.

Cuando me dieron de alta, al llegar a casa, Ami estaba en la florería atendiendo a unas clientas. Al verme me sonrió, se acercó y contenta le dio un beso en la frente a su hermano y otro a mí.

—Descansa mami, yo me encargo.

Estaba muy cambiada. Los ojos le brillaban distinto, como si fuera otra. Saliendo de la escuela, se regresaba de inmediato, comía y se ponía a trabajar en la florería. Yo tuve un par de recaídas, pues al parecer tenía anemia y el doctor me mandó reposo, así que no solo necesitaba ayuda extra en la florería, también en casa. Así que Rosita comenzó a traer a su sobrina, una muchacha llamada Isela, que venía desde San Vicente Ferrer a trabajar. Tenía apenas unos veinte años, pero era muy buena trabajando y arrullaba a Marco, que me lo dormía en tres minutos.

Se llegó la semana santa, y Ami me pidió permiso para irse unos días con su tía Hortensia, cada año, se iba para allá y luego regresaban en la semana de Pascua. A Rafa, su novio, no le causó gracia, pero a mí no me gustaba nada esa relación. Pensaba que Ami era muy joven para una relación tan formal, pero era su vida y sus decisiones.

Rodrigo y yo aprovechamos su ausencia para desvivirnos a consentir a Marco. Era un niño adorable, comía y dormía, lloraba poco, era un bebé perfecto.

Comencé a trabajar en ratitos, para la semana santa, por lo general teníamos bastante trabajo, nos pedían muchas flores para los altares de los templos, y en Querétaro, hay uno cada tres cuadras…

El sábado de gloria, después del arduo trabajo de entregas especiales para eventos y procesiones, mamá se desmayó. Sebastián y yo corrimos al sanatorio Alcocer a que la revisaran. Estuvo inconsciente un buen rato. Pensamos que era su corazón, pero no, mamá estaba envejeciendo y los achaques de la edad eran cada vez más frecuentes.

—Todo indica que tu mamá es diabética — dijo el doctor.

—¿Está seguro?

—Si no la hubieran traído a tiempo, tu mamá estaría en coma en estos momentos. Tendremos que hacerle una dieta especial, y ver cómo reacciona a los medicamentos, pero creo que tendremos que tratarla con insulina.

Mamá era una mujer muy fuerte. Tuvo años muy difíciles, y nunca se dejó caer. Ya que tenía la oportunidad de tener una vida más holgada, le tocaba enfermarse.

Estuvo en reposo unos días, el médico no la dio de alta hasta que mi mamá accedió a bajar un poco el ritmo de trabajo.

—Abue Maggy, yo puedo ayudarte con la florería, tú ya no puedes estar todo el día ahí metida.

—Mi Ami querida, te agradezco, pero no se preocupen, no pienso morirme pronto, si dejo de trabajar, entonces si me muero.

Después de aquel susto, Ami pasaba mucho tiempo en casa de su abuela, a veces hasta llegué a pensar que se mudaría definitivamente con ella, pero tampoco me dejó sola. Se turnaba junto con su papá, para cuidar a Marco por las noches, en especial los fines de semana.

Se llegaron los tiempos de graduaciones, y aquel año en particular, tuvimos una gran cantidad de pedidos. Pues entre los bailes de graduación de las universidades, preparatorias y secundarias, y uno que otro evento académico, no nos daba la vida para cubrir tantos eventos.

Un día, cansada de tanto trabajo, fui a casa de mi madre por Marco, donde ella me hacía el favor de cuidarlo mientras yo terminaba las entregas. Ami no pudo ayudarnos ese día, tenía que estudiar, pues estaba por presentar un examen para hacer un verano en el extranjero, y le exigían un buen nivel de inglés.

Al llegar a la casa de mamá, me di cuenta de que había olvidado mis llaves, preocupada, decidí llamar por teléfono a mi casa para preguntar si estaban ahí o las había olvidado.

Al levantar el auricular, escuché a Amaranta hablando.

—No te vayas, por favor. Te voy a extrañar — pensé que hablaba con Rafa, sabía que no debía escuchar aquella conversación, pero la curiosidad de madre me mataba.

—Vos sabíais que esto acabaría así Ami. No me lo pongáis más difícil. Debo volver a España. Esto tendrá que acabar cuando me marche. No es justo para ninguno de los dos, además tú tienes a Rafa.

Ami lloraba y yo estaba en estado de shock, Ami tenía una relación con Iván, el sobrino de Eugenio y además seguía su noviazgo con Rafael. En ese momento entendía todo. Por eso siempre se ofrecía a ir a la ciudad de México a acompañar a Rodrigo o a Sebastián. Pasar tiempo con su tía Hortensia, y seguramente la alcahueta de mi hermana le solapaba esta tontería. 

—No puedo terminar con Rafa. Tú lo sabes. Tú no quieres andar en serio conmigo. — Dijo Amaranta, y yo no sabía qué hacer, quería gritarle al chamaco estúpido que mi hija no lo necesitaba, ni a él ni a nadie. Mi hija se merecía algo que mereciera la pena.

—Es lo que hay Ami, sabemos que desde el principio esto no ha sido más que un error. Será mejor que dejemos las cosas así.

—Iván, no, necesito verte por última vez.

—No lo sé Ami. Esto solo nos está lastimando. Voy a colgar.

Ami repitió su nombre, e Iván colgó. De pronto olvidé lo que estaba haciendo, la razón por la que había descolgado el teléfono. Me quedé inmóvil, parada, con el auricular en el oído, como si aún estuvieran charlando. Ami salió corriendo de la sala con lágrimas en los ojos y me vio desde el pasillo.

—¡Mamá! ¿Estabas escuchando?

No supe que decir. Solo la miraba con decepción y ella lo sabía, se me rompió el corazón, mi pequeña Ami estaba lastimada por Iván que la había terminado de no sé qué cosa o lo que fuera que tuvieran como relación o porque su madre había escuchado aquella conversación.

—¡Te odio mamá! ¡Te odio! — Abrió el portón y se marchó corriendo. Amaranta aún era un botón que le faltaba mucho tiempo para florecer.

“Una flor florece para su propia alegría” Oscar Wilde

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería

www.lacasadelasflores.com

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