CAPÍTULO 5

NO HAY ROSA SIN ESPINAS

Estudié en el instituto La Paz, un colegio religioso, dirigido por mujeres consagradas a la educación. Mi hermana Hortensia y yo nos formamos con todos los valores religiosos y católicos que profesaban. Las niñas íbamos a La Paz y los niños al colegio marista. Llevábamos el catecismo y tomamos ahí todos los sacramentos. A mis casi 21 años, solo me faltaba el sacramento del matrimonio, el que menos me había llamado la atención. Me consideraba una buena católica, pero al recordar la vida de matrimonio de mi madre, me invadía el miedo. A veces creo que el destino se llevó a mi padre para que mamá fuera feliz.

Veía a Eugenio y Hortensia contentos, felices, disfrutando la vida. La gente los molestaba, porque Hortensia no se embarazaba, pero por supuesto que a ellos no les interesaba. En España, a mi edad las mujeres ya planeaban tener hijos, Eugenio primero quería vivir en pareja antes de formar una familia. Hortensia, se negó rotundamente pese a que hacía todo lo que Eugenio sugería. Tonta y enamorada, tal vez, pero siempre cuidando los valores que mamá nos inculco.

Cuando éramos niñas, ella jugaba con los ramos de flores para casarse, yo no. Yo jugaba a organizar su boda, a confeccionar el vestido, a armar el ramo de flores y ponerle la mantilla española de mi abuela en la cabeza, como si fuera el velo de novia. También jugábamos a que yo era el novio o el sacerdote. Me encantaba repetir aquella frase que decía: “Si hay algún impedimento para que se realice esta unión, que hable ahora o calle para siempre”.  Y mi hermano Sebastián, siempre nos salía con alguna tontería, arruinaba la ceremonia con algún absurdo. A veces era un asesino que impedía la boda, otras veces solo era un ex novio celoso, siempre eran ideas ridículas que sacaba de las historietas que tenía mi abuelo escondidas en su estudio.

Recordaba los pocos momentos que vi a mis padres felices, juntos, de la mano, abrazados. ¿En qué momento aquella historia se hizo una tragedia? Sin duda mi miedo más grande no era enamorarme, mi miedo era la traición. Rodrigo ya me había roto el corazón, pero el amor también era capaz de perdonar y dar segundas oportunidades. ¿Eso era tonto o no?

—¿Qué dices Lily?— Salí de mis recuerdos al escuchar a Rodrigo de nuevo, hincado, frente a mí, con aquella mirada que me hacía temblar. No deseaba comenzar mi vida de pareja llena de condiciones, pero si me casaba con él, yo no estaba dispuesta a dejar mis flores.

—Rodrigo, no me lo esperaba…

—Te dije que eres lo que más amo en esta vida ¿Aceptas?

Mi cabeza comenzó a decir sí, antes que mi boca, mis lágrimas fluyeron de emoción y alegría. Y por fin pude pronunciar un “Sí, me caso contigo”.

Rodrigo tomó el anillo y lo puso en mi dedo anular, dicen que desde ahí corre una vena que llega hasta el corazón. Se levantó y nos besamos, luego me rodeo con sus brazos y pude escuchar su corazón, su aroma, su respiración, sentía que nada me hacía falta, que ahí estaba segura, mi lugar favorito en el mundo.

—¿Cuándo te quieres casar? — Le dije.

—Cuanto antes mejor. No quiero pasar un día más lejos de ti.

Por supuesto aquella tarde, ningún cliente llegó a ver la casa. Nadie quería rentar aquel lugar, él era quien había hablado con mi madre al respecto. Deseaba comenzar a remodelar para que comenzáramos ahí nuestra nueva vida y pagar una renta proporcional a mis hermanos.

—¿En casa de la tía Pereza? —Dijo Hortensia asombrada —. No sé Lily, es una casa bonita pero muy vieja.

—Podría comenzar ahí una sucursal de la florería.

—¡¿Seguirás trabajando?!

—Pero claro que sí.

—¿Y a qué hora atenderás a tu marido?

—Tiene tiempo viviendo solo, él sabe atenderse.

—Bueno, pero no te confíes. 

Mi madre estaba contenta con la boda, aunque le veía melancólica. Se esmeró en los preparativos de la ceremonia y la recepción, de nuevo con la ayuda de Doña Sandra.

Mi boda sería más sencilla, sin tanto abolengo queretano como el de la ceremonia de Hortensia y Eugenio, pero con todos los protocolos correspondientes. Mi vestido blanco, confeccionado y bordado por las madres capuchinas. La ceremonia religiosa en el templo de San Agustín y la recepción en el gran jardín de la casa de la tía Teresa, el padrino de Rodrigo lo mandó arreglar, fue ahí donde comencé a sembrar mis rosales.

Los padres de Rodrigo se negaron a venir a pedir mi mano, por lo que el Licenciado Jiménez fue quien vino. Él decía que vendrían a la boda, pero yo tenía mis dudas. Había algo que aún no me quedaba claro.

Hortensia, llegó a Querétaro un par de semanas antes de mi boda, para ayudar con todos los preparativos. Mi ramo de flores, lo pedí con rosas blancas y rosas rosas. Con la misma tela de mi vestido y el tul de mi velo, Hortensia hizo un atado en el ramo, que lo hacía lucir precioso.

Un día antes de la boda, llegó Doña Rebeca, la florista mística y misteriosa que había visitado en mi viaje a la ciudad de México.

—Te ves radiante… — Me dijo — No dejes que nada ni nadie apague esa luz.

—Gracias Doña Rebeca.

—Aún falta un día. ¿Estás segura de que te quieres casar?

—Estoy segura de que lo amo.

—La última vez que te vi, tenías roto el corazón.

—Sí, pero…

—No hay pero que valga. Si te quieres casar está bien. Pero la cabeza fría, no tomes decisiones por compromiso y defiende tus sueños a costa de lo que sea.

—¿A qué se refiere Doña Rebe?

—Tú eres especial, no eres una mujer con ideales comunes. Busca en tu corazón, habla con las flores y las respuestas llegarán.

Se levantó de la banca del patio principal de la casa de mi madre, tomó una rosa y me la dio:

—No hay rosas sin espinas.

Tomé aquella flor con cariño y subí a mi habitación, faltaba un día para el que debía ser el mejor día de mi vida.

Aquel sábado de otoño, Doña Sandra mandó su elegante Maverick para que lo adornaran con flores. Aunque de mi casa a la iglesia llegábamos caminando en unos minutos, no era prudente que la novia caminara con tacones por todo el centro de la ciudad. Llegaría toda sudada, cansada y con ampollas en los pies.

Mi madre, me acompañaba en la parte trasera del automóvil, invadida por los nervios, su hermoso vestido azul marino, la hacía lucir elegante, como siempre. Su peinado alto de salón y un hermoso collar de turquesas con plata, el único que pudo recuperar de la herencia de mi abuela.

—Lily… Te diré las palabras que me dijo mi padre cuando me casé y también se las dije a tu hermana antes de su boda. De ahora en adelante, Rodrigo será tu familia. Yo estaré siempre para ti. No lo olvides, pero ahora tus decisiones y tu futuro son con él.

—Mamá… Tengo miedo.

—Es normal. Dejarás de ser mi niña consentida, para convertirte en una gran señora, porque sé que lo serás. ¿Eres feliz?

—Sí

—Entonces ¿A qué le tienes miedo? Disfruta este momento. No tienes nada que temer.

—Me siento tan feliz que me da miedo que algo terrible pase.

Mamá me dio un fuerte abrazo, de esos que solo ellas saben dar.

—Siempre serás mi niña, y siempre que quieras un consejo o un simple abrazo, estaré para ti.

De pronto, alguien llamó a la ventana del auto interrumpiendo nuestro íntimo momento, era la señal, tenia que bajar del coche, el chofer abrió la puerta y me ayudó a bajar. Suena extraño, pero a falta de mi padre, le pedí a Sebastián que me entregara, él era un adolescente, pero era el hombre de la casa, aunque aún no tenía voz ni voto.

Sentí un gran alivio al ver a Rodrigo parado en la puerta de la iglesia, sonriendo, mientras sus padres, con las caras largas seguían con los protocolos indicados por el sacerdote.

Mi hermana Hortensia y Eugenio, serían los padrinos de lazo, algunos parientes de Rodrigo, las arras y las argollas.

Comenzó la marcha nupcial, entró Rodrigo con su madre, su padre con la mía, los padrinos, y al final yo. Yo solo quería dar el sí y salir corriendo con mi amado a nuestro viaje de bodas. Había que cumplir con los protocolos. Fingir que no deseábamos estar juntos en nuestra noche de bodas, que no habíamos estado juntos, que nos habíamos contenido estos últimos meses de hacer el amor. Que nuestras hormonas no nos habían traicionado, fue bastante difícil.

“… los declaro marido y mujer, puede usted besar a la novia”. En ese momento me relajé. Por un instante creí que Mariana Nieto entraría por aquella puerta a impedir nuestro enlace. “Es una dama de la alta sociedad, jamás se rebajaría a eso”, me dijo mi madre cuando le conté mis temores. Y sé que tenía razón.

La recepción fue linda, bailamos un tema que me hacía sentir mariposas en el estómago, Only you de Los Platters.  Rodrigo me miraba emocionado, terminamos el baile y se acercaron mamá y Sebastián, después sus padres, Don Roberto Tapia y Doña Lourdes Corona. Mi corazón se aceleró, cuando los ojos de mi suegro evadían los míos. Estaba segura de que la relación con mi familia política no sería agradable.

—Don Roberto… — dije.

—No estoy contento con este matrimonio, pero mi hijo ha sacrificado muchas cosas por ti, por lo que espero “muchacha” que no nos decepciones.

Ese “no nos decepciones” me sonó a una amenaza. Yo también estaba sacrificando muchas cosas. Bueno, en realidad no, Rodrigo me había concedido todos mis caprichos, yo ya me había subido al barco, y no tenía intenciones de bajarme. Así que le sonreí lo más sincera posible, por fortuna mis suegros vivían en otra ciudad, a varias horas de Querétaro, así que esperaba verlos muy poco.

La recepción siguió su curso, y por fin, pudimos marcharnos a nuestra primera noche juntos, Rodrigo, estaba pasado de copas, y yo agotada. Entramos a nuestra recámara, la misma que habíamos remodelado vestido con muebles nuevos, él juguetón y yo agobiada. No era nuestra primera vez, pero si nuestra primera noche juntos como marido y mujer, sin temor a ser descubiertos, sin miedo a quedar embarazada, sin límite de tiempo y sin “moros en la costa”.

Despertamos juntos, melosos, cohibidos pero contentos, Rodrigo con una terrible resaca y yo con ganas de dormir todo el día.

No nos quedó más remedio que levantarnos, después de un rato de caricias y pasión, pensé que sería algo más lindo, tal vez el saber que ya había gente deambulando por la casona era algo incómodo. Mamá había preparado un almuerzo para todos los invitados de los Tapia y por la tarde, Eugenio y Hortensia, nos llevarían a la ciudad de México para tomar nuestro vuelo a Acapulco, donde pasaríamos nuestra luna de miel.

Mi suegra me miraba con insistencia. Rodrigo parecía hijo único, aunque en realidad tenía un hermano que se fue de sacerdote y vivía en Roma desde hacía casi diez años con los padres franciscanos. No pudo asistir a la boda, pero prometió venir pronto a conocerme.

Las primas de Rodrigo hicieron algunos comentarios incómodos, haciendo evidente que yo era poca cosa, comparada con Mariana Nieto, y de nuevo agradecí que su familia viviera lejos. Sebastián, que de santo no tenía un pelo, se encargó de ponerlas en su lugar, después de fingir que tropezaba con un tazón de mole negro que derramó en sus lindos vestidos de verano. Rodrigo y yo tuvimos que ir al rescate de mi hermano, después de que lo insultaran mientras éste me guiñaba un ojo.

Mamá sabía que lo ocurrido con Sebastián no fue accidental, mi gente estaba consciente de las groserías de la familia Tapia, por lo que casi todos fingieron demencia o se desentendieron del asunto.

Al despedirnos, mi madre nos dio la bendición, algo susurró al oído de mi marido y este asintió con esa mirada de niño obediente que me encantaba. Sus padres, no tuvieron más remedio que repetir la operación, hacer como que me querían y bendecirnos frente a los invitados.

Hortensia y Eugenio nos esperaban ya en el guayín, listos para partir. Un rato, Rodrigo y yo estuvimos en la parte trasera, y otro tanto, cambió lugar con Horte.

Al llegar al aeropuerto, nos dieron la noticia de que el vuelo estaba cancelado por el mal clima que se avecinaba. Hortensia y Eugenio ya se habían marchado. La aerolínea nos pagaba el hospedaje en un hotel cercano, y no nos quedó más remedio que esperar noticias para poder retomar el viaje. Mi cara de desilusión era evidente.

—¿Y si rentamos un coche y nos vamos esta noche?

—¿Qué? Estoy agotada Rodrigo, quiero dormir…

—Te duermes en el coche.

—¿Podríamos esperar a mañana? Por favor… —Le rogué.

Entonces, con esa sonrisa que controlaba toda mi cordura se acercó a besarme y me di cuenta de que comenzaba una nueva etapa. Con decepción me dijo que estaba bien, que dormiríamos en el hotel.

Me senté un momento en la sala de la recepción en lo que mi marido hacía el registro. De pronto me invadió una sensación indescifrable para mí. Cuando volvió Rodrigo, con un gesto picarón le dije:

—Vámonos en carro.

—¿Estás segura? Son como como diez horas de camino.

—Somos libres, estamos recién casados, y no tengo que volver a casa a darle cuentas a mi madre.

Vi el brillo en sus ojos, Rodrigo era de espíritu aventurero, de planes momentáneos y que yo me convirtiera en su cómplice era lo mejor que podía pasarle. Volvió a la recepción a pedir informes para rentar un auto. Eran cerca de las siete de la tarde, el camino sería largo y los dos estábamos emocionados por vivir aquella aventura. Paramos a medianoche en un hotel de carretera. La sensación del ambiente era extraña, me sentía totalmente extraña viviendo aquella aventura, pero a lado de Rodrigo, me sentía segura.

Rodrigo me acompañó a la habitación, después me dijo que haría una llamada y salió de nuevo a la recepción. Era una habitación sencilla, con una cama matrimonial, un baño modesto pero limpio y una pequeña sala con una mesa de centro. Le adornaba un arreglo de flores naturales, eso me gustaba, eran lilys y margaritas.

Me quedé dormida esperando a que volviera, cuando desperté, caí en cuenta de que él no había vuelto, su lado de la cama estaba intacto y su equipaje también. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí vulnerable y desprotegida. Nuestra segunda noche juntos y yo no sabía donde estaba.

Tomé una revista para matar el tiempo, lo primero que veo es una frase de Alfred de Musset que decía: La vida es como una rosa: cada pétalo es un sueño y cada espina es una realidad.

Continuará….

Siguenos para leer el Capítulo 6… Disponible el proximo sabado.

Con la colaboracion de: @patmunox para La Casa De las Flores

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