CAPÍTULO 20

La vida como las rosas, siempre tienen espinas.

AMARANTA Después del accidente del viaje de prácticas, me volví más fiestera de lo normal, la pérdida de Martha, tanto para Enrique como para mí fue un duelo difícil de sobrellevar. Nos distanciamos después de estar muy unidos después del entierro de Martha. Empecé a fumar más que de costumbre y Enrique a beber más de lo normal. Mi abuela Margarita decía que era normal, los dos viviríamos el duelo de diferente manera. Mi tía Hortensia hacía de todo para hacerme el día. Algunos fines de semana me fui a la ciudad de México, a veces salíamos por ahí a distraernos, mi tío Eugenio estaba en una etapa algo ermitaña y yo era para mi tía Hortensia un escape al aburrido de su marido. Con el tiempo, las cosas se fueron acomodando. Enrique y yo seguimos de novios, la relación parecía formal y todo caminaba bien. Él entró a trabajar a una empresa de diseño de lámparas y accesorios eléctricos Construlita. El estaba contento con su trabajo, aunque aún tenía un puesto poco importante, las promesas de crecimiento en la empresa eran grandes. Mi papá seguía consintiendo todos mis caprichos “Eres una niña mimada”, me dijo Enrique una vez. Su comentario me molestó, pues él no era una excepción, al final quienes siempre terminaban resolviendo nuestros problemas eran nuestros padres. Seguí trabajando con mi abuela los fines de semana, a veces ayudaba a mi mamá, pero la carga universitaria con frecuencia se complicaba. Mi amiga Mariana desertó de la carrera y se casó, con Lorenzo Escoto, su novio de toda la vida y entró a trabajar como coordinadora de eventos en el hotel Hacienda Jurica, así que dejamos de vernos con frecuencia. Un verano antes de terminar la carrera. Enrique ya estaba graduado de diseño industrial y le habían dado un mejor puesto en la empresa. Esas vacaciones, vino mi amiga Jeannete de Minessota a pasar unos días a México. Aprovechamos para salir de viaje, mis padres y mi hermanito nos dieron permiso de viajar solas. La llevé a Guanajuato, a San Miguel de Allende, a la ciudad de México y luego unos días a Cancún. A Jeannete le encantaba la fiesta, por lo que aquel viaje muy desahogado, porque mi papá me dio carta abierta para gastar, estuvo de lujo y lleno de excesos. Mis padres no lo sabían, pero Enrique estuvo conmigo en Cancún. Fue como una luna de miel, llena de aventuras y fiestas interminables, me pareció un viaje larguísimo, pero solo fueron tres o cuatro días, Jeannete no tardó en conocer algún chico que quisiera divertirse. Al volver a casa, mi mamá ya se había enterado que Enrique había estado con nosotros, pues a alguien se le salió comentarlo, es fecha que no sé quien fue y su actitud se volvió fría conmigo de nuevo. Marco mi hermano ya era un niño travieso de quinto de primaria. Aunque nuestra relación era muy linda, la diferencia de edad también lo complicaba, le gustaba tomar mis cosas, jugar en mi restirador y en varias ocasiones me echó a perder un par de planos arquitectónicos. —¡Mamá! Marco se metió a mi cuarto otra vez. ¿Qué tengo que hacer para que entienda que no agarre mis cosas? Mi mamá suspiraba, pues yo hacía lo mismo con sus herramientas de la florería, todo para hacer mis experimentos con flores que siempre quedaban a medias y arrumbados en el patio, claro cuando era una niña. Ese semestre, fue caótico, pues enviaron a Enrique a tomar un curso de capacitación a Alemania, yo tenía que hacer mis prácticas profesionales y había dos materias que me estaban volviendo loca, que, si no las pasaba, mis planes de graduarme se atrasarían un buen rato. Mi abuela y José Carlos su novio, se marcharon de viaje, dice mi abuela que sospechaba que le pediría matrimonio, pero eso nunca lo supe. Me dejó a cargo de la florería casi una semana entera, mi tío Sebastián me ayudaba bastante, sin embargo, él ya tenía un negocio de productos para la construcción, por lo que no siempre podía contar con él. Mientras trabajaba armando unos centros de mesa para una cena empresarial en el Mesón Santa Rosa, llegó mi papá con un regalo. Era un teléfono celular, un Nokia del tamaño de la palma de mi mano color gris. Muchos de mis amigos ya tenían celular, pero para mí era algo que todavía no veía como indispensable. —Para emergencias, a veces andas sola por ahí, has tenido que viajar mucho a Celaya y a San Miguel, creo que tener la forma de comunicarnos contigo o te comuniques con nosotros si pasa algo, es indispensable. —Gracias papá — Salté emocionada y lo abracé. Estuvo un rato conmigo en la florería y se marchó, yo me quedé trabajando hasta tarde y me quedé a dormir ahí en casa de mi abuela. Me gustaba estar ahí sola, disfrutaba aquella casa como nadie, tan llena de paz. A la mañana siguiente, recibí una llamada telefónica, el identificador de llamadas de mi abuela decía “out of area”. ¡Era Enrique! —¡Ami! Mi vida, ya te quiero ver… —Yo también te extraño, ¿cuándo vuelves? —Pronto, tengo muchas cosas que contarte. Pero ya tengo el vuelo reservado para la siguiente semana. ¿Crees que podamos vernos en la ciudad de México? Tendré que trabajar unos días en el corporativo antes de volver a Querétaro. —Lo intentaré, déjame ver si mi tía Hortensia me hace el paro. Y así fue, me marché a la ciudad de México, manejando y con mi celular, que me hacía sentir super segura. Estuvimos encerrados todo el fin de semana, llenándonos de besos después tantas semanas sin vernos. —Me están ofreciendo un mejor puesto en la compañía, en Alemania. —¿Qué? ¿Para cuándo? —Pues… — Bajó la mirada. —Ya les dijiste que sí… —Ami, es una oportunidad única. ¿Sabes lo que es trabajar en el primer mundo? ¡Es Alemania! —Entonces te vas… — Recordé unos años antes, cuando Iván se marchó a España sin importarle dejarme con el corazón roto. ¿Por qué mis relaciones eran así? ¿Qué estaba haciendo yo para que no me tomaran en serio? —¿Y nosotros? —No sé como podría haber un nosotros, a ti te faltan dos semestres para terminar la carrera, pero podemos intentar que funcione a distancia. —Estamos hablando de Alemania, Enrique, es demasiado. —¿Prefieres que terminemos? ¿O qué es lo que quieres? ¿Casarte?— La tensión era evidente. Me levanté y comencé a arreglarme. —No sé Enrique, no lo sé… No me esperaba este cambio tan radical de pronto, y casarnos… somos muy jóvenes ¿no? No lo sé… Enrique se quedó ahí sin decir nada, yo tomé mi bolsa, salí del hotel y manejé a casa de mi tía Hortensia. Era domingo, la encontré en el patio, tomando una copa con mi tío Eugenio y hablaban efusivamente. Cuando me vieron, noté que cambiaban de tema. —Hola Ami, ¿todo bien? ¿Dónde está Enrique? Pensé que vendría contigo un rato. —Hola, no vendrá. ¿Y esa carta? Mi tío Eugenio la tomó y me la entregó. —Nos vamos a Madrid en marzo, Iván se casa y nos han invitado a la boda. —¿Iván? —Ocho años de novio con esta tía, ya se habían tardado. La noticia me cayó como un balde de agua fría. Nunca esperé escuchar esa noticia. Asentí tratando de contener mis emociones. Iván tenía novia, siempre tuvo novia, yo siempre fui la otra y Enrique, ¿Qué era para él? Traté de contener las lágrimas, mi tía Hortensia notó algo y fue tras de mí. —Pensé que lo sabías. —¿Qué? ¿Qué Iván me vio la cara de estúpida todo este tiempo? Ahora entiendo tantas cosas… fui una tonta. Sollozando, mi tía Hortensia me abrazó tratando de tranquilizarme. —Traes algo más, ¿qué ocurre? —Todo está arruinado. Enrique se va a Alemania a vivir. Y yo, simplemente no sé que tengo que hacer. No sé qué esperar, no sé nada tía, no sé… Mi teléfono celular comenzó a timbrar. Era Enrique, pero yo estaba tan molesta que decidí no contestar. Durante un mes no nos hablamos. Antes de su partida, me envió un regalo, chocolates, un oso de peluche de Hershey´s, un globo metálico en forma de cara feliz y unas flores, rosas rosas. Había una nota donde me decía que quería hablar conmigo, que teníamos que vernos antes de su partida a Alemania. Me esperaba en el Toks de Plaza Boulevares para hablar las 12 del día. En ese momento, sentí náuseas, corrí a vomitar al baño, no tenía idea que me pudo haber caído mal. Mamá estuvo al pendiente mío, todo lo que me llevaban de comer me daba repulsión. “Agua mineral con bicarbonato y limón”, dijo Rosita, pero mi madre decidió que mejor llamáramos al doctor. La escuché llamando a la clínica de los Alcocer. Enviarían a la doctora Angélica Nuñez, que era la que estaba de guardia. No tenía idea de quien era. Llegó con su maletín de doctor, me pidió que me recostara, me tomó el pulso, me auscultó y luego vio a mi mamá muy atenta a todos sus movimientos. —Te haré algunas preguntas de rutina. ¿Está bien? La miré nerviosa, no me parecía agradable responder esas preguntas frente a mi mamá. Me preguntaría de mi periodo, si tomaba anticonceptivos y esas cosas. La doctora pareció entender el mensaje y le pidió a mi mamá que nos dejara solas. Mi madre salió a regañadientes, dejaría de ser mi madre si no. Y comenzó la lista de preguntas… ¿Cuándo tuviste tu último periodo? Palidecí, tenía un retraso de casi tres semanas. —¿Cree que pueda estar embarazada? —Por todos tus síntomas, creo que sí. De igual modo, necesito hacerte una prueba casera, puedes ir al baño y orinar sobre ella, solo para estar seguros. Vi el reloj despertador de mi buró. Si estaba embarazada tenía que irme a hablar con Enrique, antes de que se fuera tenía que decirle. Eran las 11:20 am. Me levanté, y fueron los 3 minutos más largos de mi vida. Cuando la doctora Nuñez quitó el tapón de la prueba con un signo de más en el recuadro, mi mundo se desvaneció. No era mi plan, no era el momento, no era justo que la vida me pusiera esa prueba en ese instante. Enrique a punto de partir, no sabía que hacer. Comencé a llorar, no había manera de calmarme. La doctora me pasó una caja de klinex, faltaban dos semestres para terminar mi carrera, Enrique se marchaba a Alemania y yo estaba embarazada. ¿Cómo les diría a mis padres? De pronto ir a ver a Enrique para darle la noticia me pareció imprudente pero era importante. —Me tengo que ir. Me levanté, al salir de ahí, encontré a mi madre sentada en la sala de televisión, me siguió al verme en ese estado, pero no pudo detenerme. Me subí a mi coche y manejé a la plaza esperando que el reloj, que ya marcaba las 12:05 se detuviera. Enrique me esperaría unos minutos, estaba segura de ello. Pensé en llamarle por celular, pero él no tenía celular y con las prisas, yo olvidé el mío. Llegué al estacionamiento, encontré un lugar cerca del elevador que iba hasta la planta baja. Me bajé de prisa, al salir del elevador, un nuevo ataque de nauseas me invadió. Corrí al baño a vomitar. El llanto me invadió de nuevo. ¿Cómo me iba a presentar así ante Enrique? Tan mal, tan rota, pero debía hacerlo. Me enjuagué la cara, y salí de ahí caminando directo al restaurante. Al llegar, ahí estaba Enrique. Al verme no supe que hacer. —Ami, no llores. Sólo estaré a prueba unos meses, y en unos meses que vuelva hablamos sobre nosotros — Dijo con una sonrisa. —Estoy embarazada. Su rostro cambió totalmente. Parecía que le había dado la peor noticia del mundo, y confieso que, en ese momento, para mí también lo era. Apenas iba a cumplir 24 años, faltaba un año para terminar la universidad y el padre de mi hijo no estaba interesado en los cambios de planes. —¿Estás segura de que es mío? Cuando escuché sus palabras, no lo podía creer. Teníamos más de dos años juntos, jamás le fui infiel y hasta donde yo sabía, él tampoco me había fallado en ese sentido. Me acerqué y le di una bofetada. Me di la vuelta y caminé de vuelta a mi coche. Llegué a casa decepcionada por su reacción. Enrique había tirado todas mis ilusiones con esa pregunta. ¿Cómo se atrevió a preguntarme si era su hijo? Volví al centro y dudé si refugiarme en mi habitación o en casa de mi abuela Maggy. Al final opté por la segunda. Cuando me vio entrar, echa una piltrafa, desconsolada y los ojos hinchados de tanto llorar, supo que algo grave me estaba sucediendo. Me acompañó a la que era la habitación de mi mamá, ahí dormía cuando me quedaba con ella. Me estuvo acariciando la cabeza mientras yo lloraba y lloraba, no sé cuantas cajas de pañuelos me terminé. Pasé toda la tarde en su regazo. —Cuando quieras comenzar a hablar, estoy preparada para escucharte. Por la noche, escuché a mamá entrar, mientras gritaba inquieta. —¡Mamá! ¡Amaranta! ¿Están aquí? Mamá ya sabía, la doctora no pudo ocultarle la prueba de embarazo. Cuando mi mamá llegó, su mirada era dura, pero no dijo nada. La abuela creyó que era prudente dejarnos solas, pero yo no se lo permití. —Espera abue, no te vayas. Tengo que decirles algo. Estoy embarazada. En ese momento, mi padre estaba entrando a la habitación, cuando nuestros ojos se cruzaron sentí el dolor que le estaba causando. —¿Escuché bien? Asentí con la cabeza, mientras otra ola de sollozos comenzaba. —¿Ya se lo dijiste a Enrique? Por que es de Enrique ¿verdad? —Claro que es de Enrique mamá, pero al parecer para él es más importante Alemania. —¿Qué dices? — Dijo papá alterado, y salió de ahí hecho una furia. No vi va papá en varios días. Yo decidí quedarme con la abuela, y mamá, pasaba a verme, pero no me decía nada. Yo seguí encerrada llorando, tratando de asimilar lo que me estaba ocurriendo. Tendría a mi hijo o hija, eso no estaba sujeto a discusión, pero no sabía qué me dolía más, el abandono de Enrique, la molestia de mi madre, la indiferencia de mi padre o mi arrepentimiento por no haber sido más cuidadosa. Dejé de tomar las pastillas, pues Enrique no iba a estar y decidí no tomarlas por un tiempo mientras el volvía. Y o sorpresa, el volvió y yo me olvidé. Cuando mi tía Hortensia se enteró, viajó a Querétaro de inmediato. Mamá, la abuela y mi tía, de algún modo estaban conmigo. Sobrellevando la situación, cada una a su manera. Unos días después, mi abuela Maggi me llevó con el ginecólogo para que me hicieran mi primera revisión de rutina. Para ese entonces ya tenía 9 semanas de gestación. Mi bebé ya era del tamaño de una cereza, o al menos eso dijo el doctor. Escuché su corazón por primera vez. Pasé un embarazo muy difícil. Emocionalmente estaba rota, no encontraba por donde salir de aquel fango. Mi papá me hablaba para lo indispensable y me corrió de la casa. Mi abuela me recibió con los brazos abiertos, y se ofreció a darme trabajo. Tener un hijo no era algo fácil y sin duda nadie está preparado para eso, y menos en esas circunstancias. En la ciudad, yo era la razón de dimes y diretes de las señoras de alta sociedad, muchas de ellas clientas frecuentes de mi abuela y de mi madre. Accedí a trabajar con mi abuela. Terminé el penúltimo semestre con mucho trabajo, el embarazo ya se notaba un poco y Enrique brillaba por su ausencia. —Vamos a poner un despacho de arquitectura — me dijo Bernando el novio de Cassandra, mi mejor amiga después de que Mariana se casara y después de mi embarazo. —No sé si pueda graduarme el próximo semestre. Mi bebé estará recién nacido. —No es mala idea… —Insistió Cassi — Todo va a salir bien Ami. A las 36 semanas de embarazo, nació Diego, fue un parto complicado, mi abuela Maggy estuvo conmigo en todo momento, mi papá cuando se enteró que me llevaron a urgencias al hospital San José, salió corriendo con mi mamá. Diego estuvo una semana en incubadora, mi salud no era la mejor, pero pude sobrellevar los días posteriores. Cuando vi los ojitos de Diego por primera vez, conectando conmigo, me juré que seríamos inseparables, haría todo por hacerlo un niño feliz, aunque las circunstancias no era las mejores. Para poder cuidar de Diego los primeros meses, me dediqué a la florería de mi abuela de tiempo completo, pues los gastos de Diego, habían sido muchos después del parto. Mi papá seguía sin darme un solo peso, pero pasaba a ver a Diego todos los días. —Tiene que hacerse responsable, esto es una consecuencia… — Escuché que le dijo un día a mi abuela Lourdes, quien si por ella fuera se hubiera hecho cargo de todo con tal de no verme pasar malos ratos. Yo era una inútil, además de arreglar flores y estudiar arquitectura, no sabía hacer nada. Pasaron unos años, Diego creció fuerte y sano. Pude graduarme de arquitectura con la ayuda de mis abuelas y mucho trabajo. Pusimos nuestro despacho de arquitectura, mi amiga Cassandra y yo, Bernardo ya no figuraba en su vida. Rentamos un local en Juan Caballero y Osio, pensé que con la ventaja que me llevaba Cassi como arquitecta y mis ganas de trabajar, pronto ganaría más dinero, pero en unos meses, solo conseguimos la remodelación de un local de pizzas y un cuarto de servicio para una residencia en Juriquilla. Comencé a trabajar de nuevo los fines de semana con mi abuela. —Deberías poner tu propia florería… — Dijo mi abuela. —Tanto trabajo que me costó terminar mi carrera para terminar con una florería. —Yo saqué adelante a mis tres hijos y esta casa vendiendo flores. No lo sé, piénsalo. Experiencia ya tienes. Aquel sábado por la tarde, llegó Diego corriendo, pidiéndome que lo llevara al jardín por un globo. Era un niño ya de tres años, con hoyuelos y las mejillas rosadas. Al final, Dieguito se había vuelto el consentido de la familia Tapia Álvarez y mis abuelas, Margarita y Lourdes no se quedaban atrás… Al llegar a la plaza, vi a una mujer embarazada caminando con mi exsuegra, y a su lado, Enrique tomándole la mano. Quise salir de ahí, sin embargo, no hubo manera de escapar. La madre de Enrique me vio, luego miró a Diego y los ojos se le humedecieron. —¿Ami? — Dijo aquel hombre y yo no supe que decir. Continuará… “La experiencia es algo que no consigues hasta justo después de necesitarla” Sir Laurence Olivier Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería www.lacasadelasflores.com Esta historia es parte de nuestra historia por lo que cualquier parecido con hechos reales y similares están protegidos. Todos los derechos reservados, está prohibida la reproducción total o parcial de esta historia sin autorización de los autores. #lacasadelasflores #novela #queretaro #flores #floreria #floreriaenqueretaro #floresqueretaro #mividaentreflores #lilies #hortencia #margarita #arreglosflorales #rosas #enviodeflores #detalles #amor #drama #felicidad #novela #drama #historiasbonitas #inversion #celaya #sma #proyectoparainvertir #floreriasencelaya #floreriasensanmigueldeallende