CAPÍTULO 15
UNA FLOR CON AROMA EUROPEO
Amaranta
Tomamos un tren a París. Mis abuelas eran como un par de comadres parlanchinas que no dejaban de hablar entre ellas, mis tíos Hortensia y Eugenio, no se separaban para nada, mi tío Felipe, siempre estaba leyendo o durmiendo y el nuevo, es decir Iván el sobrino de mi tío Eugenio, era insoportable, se sentía la última bebida del desierto. No me dirigía la palabra para nada y mi tío insistía en ponernos juntos en todos lados para que yo conviviera con alguien joven, pero es que a él me ignoraba por completo y eso me tenía de malas.
Al llegar a Paris, nos instalamos en una pensión de un conocido de mi tío Felipe. Eran los padres de un amigo de él, cuando estudiaba en Roma, Madame y Messie Brounelle. Yo no hablé nada con ellos, mi francés era nulo y el odioso de Iván lo hablaba a la perfección, por lo que se esmeró en hacerme rabiar con cualquier tipo de circunstancias para hacerme quedar en ridículo, además de que, las pocas veces que se refería a mí, me llamaba “Garamanta”, que significa: picazón o algo así. Tal parecía que su objetivo era fastidiarme el viaje.
Durante los tours, nuestra rivalidad siguió creciendo, siempre buscaba el momento en que ninguno de los adultos se diera cuenta de sus bromas de mal gusto.
De Francia, viajamos a Roma, ahí me sentía un poco más segura, pues mi tío Felipe me había enseñado italiano desde niña, al menos lo más básico no me era complicado. Pedir una bebida o algo de comer.
Y a pesar de nuestra rivalidad, sorprendí a Iván mirándome en varias ocasiones. Cuando fuimos a la basílica de San Pedro, mi tío nos dejó un rato en una antesala, pues había conseguido una audiencia con el Papa Juan Pablo II. Claro que una audiencia privada con el Papa, no era cualquier cosa, pero solo le otorgaron cuatro lugares, por lo que mis abuelas y mis tíos eran los elegidos, él tenía pase directo.
—¿Cuánto tiempo durará la audiencia? — Pregunté.
—Unas tres horas, ¿se quedan en el hotel? —dijo mi abuela Maggy.
Iván dijo que no y yo dije que sí al mismo tiempo.
—Tienen que quedarse juntos. Iván, eres mayor de edad, por lo que serás el responsable de Amaranta —dijo Eugenio.
—¿Por qué me dejáis de “canguro” de “Garamanta”? — Dijo con su peculiar acento español.
Eugenio frunció el ceño y lo reprendió. Al final no les quedaba otra opción. Yo pude haberme quedado en el hotel viendo la televisión o jugando en el restaurante, había una sala de juegos con más turistas. Pero mi tío Felipe insistió que tomáramos un tour. A regañadientes, nos treparon al autobús que nos llevaría al Coliseo Romano y otros monumentos.
Después de subir al autobús, Iván se sentó lo más lejos de mí. Yo traté de hacerme la que no me importaba y busqué alguien con quien charlar. Casi todos los turistas eran japoneses, norteamericanos y mexicanos. Sin embargo, la gran mayoría de los grupos eran mayores y no me prestaban mucha atención. Comencé a sentirme algo cohibida, en verdad que Iván fuera tan indiferente conmigo, me hacía sentir muy mal.
De pronto al bajar al coliseo, me tomó de la mano y me jaló:
—¡Vámonos! — Me dijo. Corrimos y corrimos. No entendía qué era lo que él quería, pero a partir de ese momento, comenzó a tratarme con mucha cordialidad. Eso me tenía confundida.
—¿Qué te pasa? ¿A dónde vamos?
—A divertirnos, no os preocupéis conozco Roma como la palma de mi mano. Vamos por pizza.
—¿Pizza? Acabamos de desayunar.
—Estáis en Italia “Garamanta”, vamos a disfrutar la gastronomía.
Entonces, mientras caminábamos entre callejones y la multitud, Iván tocó el timbre de una casa y de nuevo me tomó de la mano y corrimos mientras yo le reprendía.
—¡Dejad de regañarme y corre, que nos pillan!
Llegamos a una plazoleta con una fuente, yo lo primero que hice fue sentarme para recuperarme. Entonces él comenzó a reír y me contagió.
—Estás loco— le dije, mientras sacaba mi cantimplora para tomar agua.
—Ah que lo habéis disfrutado, hace tanto que no hacía esa travesura.
—¿Tocar el timbre de las casas?
—¿Qué no habéis hecho travesuras en la infancia? Es un clásico. Vamos…
Caminamos un rato sin rumbo por los callejones. No era Guanajuato, pero la cantera, las piedras de las casas y los muros, los portones, de pronto me transportaban. Encontramos una tienda de souvenirs, donde vendían unos recuerdos de vidrio soplado, “murano”, le llamaban. Había llaveros, ceniceros, figuras de varios tamaños y colores. Me detuve a verlos, y al mirar el precio me retracté, eran bastantes “liras”, la moneda italiana de aquel entonces, y yo no traía mucho dinero. Había un dije de unas flores, alcatraces, violetas, margaritas… eran hermosos. Pensé en comprar uno para mamá, pero no me alcanzó. Sentí la mirada de Iván sobre mí, cuando me giré y seguí caminando.
Pasamos junto a una florería, era un lugar muy pequeño, pero tenían cubetas llenas de flores, unas vasijas pequeñas, colgaban de unos ganchos en los muros de la puerta principal. Fue inevitable sonreír. Tenían una mesa de respaldo y había una chica atando unos ramilletes con una gran agilidad. Al verme, me sonrió. Le pregunté con mi mal italiano, como lo hacía y ella me explicó con paciencia. Iván me miraba exasperado y la chica le dijo que me comprara unas flores. El de mala gana, sacó unas monedas y le pagó.
—Grazie — Le dijo. Ivan me tomó de la mano y nos metimos a un pequeño lugar de comida, Café Dadá, se llamaba el lugar. Era bastante acogedor, y no estaba tan lleno como la mayoría de los establecimientos.
Iván pidió unos bocadillos, yo no tenía hambre, pero se me antojaba comer algo dulce. Al ver los precios, Iván pareció leerme el pensamiento.
—Yo pago “Garamanta”. Podéis pedir lo que queráis.
A veces me costaba acostumbrarme a su forma de hablar, pero comenzamos a platicar de cosas más cotidianas, que me gustaba hacer, la música que escuchaba y como eran algunas cosas en México.
—¿Os gusta la música de Mecano?
—Claro, ¡son lo máximo! Muero por ir a un concierto. Aunque también me gustan los Hombres G y Soda Stereo.
—No sabía que se escuchara en México.
—En México, los músicos españoles son muy famosos.
—Acá de México solo suena Luis Miguel.
—¿Flans y Timbiriche?
—Esos son como Parchis ¿no?—me dijo.
De pronto, al darnos cuenta, ya eran las cinco de la tarde. No supe en que momento se nos fue el día, reímos, contamos chistes y hubo un momento en que nos miramos a los ojos y sentí una conexión extraña. De pronto me imaginé a Hortensia y Eugenio y mis abuelas buscándonos. Al ver mi reacción, Iván se levantó, pagó la cuenta y salimos a buscar un taxi, pero al fin, verano y turistas por todos lados, no había manera.
Comenzamos a caminar, buscando el hotel, el sol ya se estaba poniendo e Iván parecía transformarse en el chico insoportable.
—Ni una palabra de nuestra fuga — advirtió.
Llegamos al hotel, cerca de las ocho de la noche. Mi tío Felipe se acercó enojado al vernos bajar del taxi.
—¿Dónde estaban? Nos tenían preocupados y la gente del tour no supo darnos noticias de ustedes.
—Nos dejó el autobús, y tuvimos que buscar como regresar…—Dijo Iván quitado de la pena.
—¡Avísales a tus abuelas que han vuelto! Yo voy a buscar a Hortensia y Eugenio que fueron a buscarlos.
Iván y yo subimos al elevador e Iván me miraba de reojo y con una sonrisa de esas que parecen “escondidas”. Teníamos nuestra complicidad, pero me sacaba de onda que cambiara su actitud conmigo. De pronto, presionó el botón para detener el elevador.
—¿Qué haces?
—No vuelvas a dirigirme la palabra, tú y yo no podemos estar juntos, sois una niñata… —Me acorraló y me puse nerviosa. Acercó su rostro al mío, su mirada oscura me hizo estremecerme. ¿Qué le pasaba? De pronto, el elevador comenzó a moverse y lo empujé cuando las puertas se abrieron, él se marchó a su habitación y yo a la mía. Tiré a la basura el pequeño bouquet de perritos y mini rosas que me compró. El resto del viaje, apenas nos dirigimos la palabra.
A los pocos días, volvimos a México, mi papá fue por nosotros al aeropuerto en una suburban y volvimos a Querétaro, mientras Iván y mis tíos se quedaban en la ciudad. Me extrañó no ver a mi mamá, pero papá dijo que se sentía indispuesta. Aquella noche, dormimos en casa de mi tía Hortensia. Yo me quedé en la misma habitación con mis dos abuelas, hacía un calor insoportable y para colmo, mi abuela Lourdes roncaba como oso polar. Desesperada, bajé a la cocina por agua. Me serví agua y abri el congelador para buscar hielos. Encontré helado de limón y no pude aguantarme el antojo. Saqué un vasito y me serví helado a discreción.
—¿Qué hacéis despierta?— dijo una voz. Era Iván, desde la sala. Pegué un grito al escucharlo, no me esperaba que alguien anduviera por ahí. Al notar que era él, lo ignoré por completo. Él se había esmerado en hacerme la ley del hielo, yo no tenía por qué aguantarlo.
Me senté en uno de los bancos de la barra de la cocina. Tomé agua y comencé a comer helado. Iván encendió la luz de la campana de la estufa y se acercó a mí.
—¿Me estáis ignorando?
Metí la cuchara a mi postre y luego a mi boca sin prestarle atención, cuando él se acercó y me quitó la cuchara sin dejar de observarme. Luego acercó su boca a la mía, mientras yo sentía que mi corazón comenzaba a acelerarse. Iba a decir algo, cuando, con su dedo índice, limpió la comisura de mi boca que tenía un poco de helado, sentí su aliento cerca de mi boca cuando se alejó y me dijo:
—Vete a dormir niña.
Se marchó, dejándome ahí con el corazón desbocado.
Por la mañana, mis abuelas, papá y yo, volvimos a Querétaro, al llegar a casa, Rafael estaba ahí sentado, en la bardita de una de las ventanas, con un oso de peluche que decía “te extraño” y un Kiss gigante. Mi corazón se aceleró, Rafa era mi novio, me gustaba, pero mi corazón estaba confundido. Todo volvería a la normalidad.
Cuando por fin, me puse a desempacar mis maletas, encontré una bolsita de papel estraza que no recordaba haber guardado. Al abrirla, los dijes de flores de vidrio de murano estaban ahí con una nota que decía.
“Nos volveremos a ver Garamanta” El espíritu nocturno
Iván seguía haciéndose presente a pesar de que hacía todo lo posible para que yo le odiara.
LILY
Darle la noticia a Amaranta de que tendría un hermanito, me tenía nerviosa. Quince años después, comenzar con todo de nuevo, la pañalera, la carreola, los pañales… Era una ilusión, por supuesto, y Rodrigo estaba feliz con la noticia, para él todo era una novedad, cuando conoció a Ami, ya habíamos pasado la etapa inicial.
Un día después de la llegada de Ami de su viaje a Europa. Del cual no nos había compartido casi nada , la invitamos a comer al restaurante de Las Monjas. Yo estaba con ascos, pero pedí una sopa ligera esperando me ayudara.
—Ami, tenemos que darte una noticia.
Amaranta nos miró con curiosidad, sonreía mientras Rodrigo y yo, nos tomamos de la mano y dijimos al mismo tiempo.
—Vas a ser hermana mayor.
—¿Cómo? — dijo frunciendo el ceño y mirándome a los ojos.
—Estoy embarazada.
Su cara de incredulidad era indescriptible. En ese momento no sabía si le había dado gusto o no, simplemente se quedó impasible. Al fin, reaccionó.
—¿No eres muy vieja para ser mamá?
—¡Amaranta!— Le reprendió su padre.
—No lo estábamos buscando, pero pues…
Amaranta permaneció en silencio un rato y luego agregó:
—Ni crean que yo voy a cambiar pañales.
Rodrigo y yo, reímos aliviados, pensamos que tal vez Amaranta haría alguna rabieta o algo así.
—Entiendo, no te preocupes, tal vez solo te pida que lo bañes y lo vistas.
—¡Mamá!
De pronto, vi que traía colgando un dije muy lindo, eran tres flores, un alcatraz, una margarita y una violeta.
—¿Y esos dijes?
—Oh, los compré en Roma.
—Están muy lindos. ¿Son de vidrio?
Ami asintió con la cabeza y me los mostró.
—Felicidades por mi hermanito, supongo.
Me dio una media sonrisa, no era la mejor noticia para ella, se sentía amenazada. Su papá le tomó la mano y le dijo que no se preocupara.
Saliendo de ahí, ya más aliviados, comenzamos nuestra nueva rutina. Pues Ami entraba a la prepa, y a diferencia del colegio anterior, debía estar en clases a las 7 de la mañana.
Mientras Ami iba a la escuela, Rodrigo y yo, preparábamos su fiesta sorpresa, pues le habíamos prometido una fiesta simple, pero con mucho cariño. Por supuesto sus tíos y amigos estarían presentes.
Pasaron los días y nos veía haciendo arreglos en el patio de la casa de mi madre, pero pensaba que era para otro evento.
El día de la fiesta, llegaron Eugenio y Hortensia con el sobrino de mi cuñado, Iván. Un niño bastante mono y muy españolete. Se hospedaron en casa de la señora Sandra, para que Ami no sospechara.
Le pedimos a Sebastián que la llevara a repartir flores, era una actividad a la que Ami no le ponía peros, porque le daban muy buenas propinas.
—Ve a cambiarte, que vamos a ir a comer con los padrinos — le dije —. Te dejé un vestido que te mandó tu abuela Lourdes, póntelo.
—¡Mamá! Ya sabes que odio los vestidos.
—Póntelo. Es un día especial.
—¿Qué tiene de especial? Me choca. No quiero ir.
—Si quieres seguir saliendo en las tardes a ver a Rafa, me tienes que dar ese gusto.
—Mamá, eso es chantaje.
Al final, conseguí que se arreglara, se veía hermosa, no porque fuera mi hija, pero con el guapo de su padre y mi genética, Amaranta era una quinceañera preciosa.
Al llegar a Jurica, ni se inmutó que no íbamos a casa de los padrinos de Rodrigo, hasta que nos bajamos del coche en el hotel Hacienda Jurica.
—¿Qué hacemos aquí? — Preguntó.
—Vamos a recoger un postre.
—¿Y tenemos que bajar todos?
—Sí, para que cada uno cargue uno. Anda, no te quejes.
Amaranta rodó los ojos y los puso en blanco. Rodrigo y yo nos percatamos de que no tenía idea de nada.
Al llegar al salón de fiestas, después de atravesar el patio principal, todos los invitados gritaron: ¡Sorpresa!
Amaranta estaba realmente incrédula, miraba a todos lados emocionada, las flores colgantes por todo el lugar, los globos morados con blanco, la familia, sus amigos y su novio Rafa.
Todos se fueron acercando a felicitarla, y al final fue a sentarse con sus amigos y Rafa a una mesa. El DJ comenzó a tocar, el banquete se sirvió, y todo parecía estar perfecto. Los chicos se dedicaron a comer, bailar y echar relajo. El ambiente parecía sano y divertido.
Cerca de las ocho de la noche, los padres de sus amigos comenzaron a llegar para recoger a sus hijos. Mi madre y mis suegros estaban agotados y Sebastián se ofreció a llevarlos. Un par de horas después, nosotros comenzamos a recoger los regalos para llevarlos al auto. Rafael se despidió de Ami, y la dejamos con Hortensia y su sobrino el español, quienes sospechaba no se llevaban muy bien.
Al día siguiente, la señora Sandra nos invitó a almorzar a su casa, Ami estaba renuente, pero yo no sabía por qué.
En la hermosa casona de doña Sandra, había una hermosa y larga mesa en la terraza de la casa. Ami saludó a todos, me percaté que se brincó a Iván, el sobrino de Eugenio y éste no dejaba de observarle. Más tarde, los vi caminar hacia el jardín. A los pocos minutos, comencé a sentir los estragos del embarazo, un ataque de náuseas y salí corriendo a buscar el baño, cuando vi a Ami sentada en el columpio mientras Iván la besaba.
En ese momento, no supe que hacer. Ami tenía novio y el sobrino de Eugenio, era mayor de edad. No me parecía correcto. Me salió la madre hormonal que el embarazo provocaba y le grité a mi hija desde la ventana.
—¡Amaranta! — La vi reaccionar asustada con las mejillas rojas y el imbécil de Iván, salió corriendo. Para eso me gustaba, cobarde.
—Mamá, no hagas un escándalo.
—¿Qué hacías besándote con Iván? — La reprendí susurrando cuando la alcancé hasta los columpios.
—No sé mamá, solo sucedió…
—Amaranta, tienes novio.
Entonces se levantó, mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas y se marchó corriendo a la calle. Fui tras ella, pero en mi estado, correr no era una opción para alcanzarla.
—Yo voy— dijo Rodrigo, que se dio cuenta que algo pasaba, pero no sabía qué. Salió a la calle a buscar a Ami. Entonces, yo vi a Iván parado en las escaleras de la sala de la casa, me miró con superioridad y una risa cínica. Él subió las escaleras y supe que habría problemas.
Hortensia se acercó a mí, me tomó de la mano y preguntó qué sucedía.
—Estoy embarazada…
—¿De cuánto estás? ¿Por qué no me habías dicho?
—Apenas nos acabamos de enterar. Solo lo sabemos Rodri, Amaranta y tú.
Hortensia me miraba pensativa.
—¿Está todo bien?
Asentí, pero las hormonas me estaban jugando un mal rato y me puse a llorar. A los pocos minutos, regresó Rodrigo asustado.
—Amaranta no está por ningún lado.
Y todos, salimos a buscarla.
“El se enamoró de las flores, pero no de sus raíces, y en otoño, no supo qué hacer”
Antoine de Saint-Exupéry, El Principito
Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería
www.lacasadelasflores.com
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