CAPÍTULO 18

FLORES DE OTOÑO

AMARANTA

Rafael me hacía sentir segura, pero algo tenía claro, no lo amaba, al menos no era el amor de mi vida. Y tal vez tampoco amaba a Iván, pero con él existía una descarga de electricidad con solo una mirada, una complicidad única y nos comunicábamos con la mirada.

Sabía que no debía jugar con fuego, que me arrepentiría, pero en ese entonces no me importó. Engañé a Rafa con Iván, a sabiendas de que todos saldríamos lastimados. Iván era egoísta, volvería a España y las posibilidades de volvernos a ver eran pocas, aunque fuera el sobrino de mi tío Eugenio.

Ese verano, cuando pasé a tercer semestre de prepa, Iván se marchó a España. Nuestra despedida fue muy incómoda, dolorosa, pero conseguimos escaparnos juntos una noche a Cuernavaca. Les mentí a todos, mamá creía que mis tíos estarían con nosotros. Rafael que estaba en casa de mis tíos, mis padres creían que Iván estaba en Acapulco y mis tíos, solo sabían que estaba con Iván en una fiesta, ellos jamás sospecharon lo que ocurría entre nosotros, creían que éramos como ¿primos hermanos? Todo salió como lo planeamos, sin errores, sin imprevistos, sin sorpresas.

El día que Iván se marchó, acompañé a mis tíos al aeropuerto y me despedí de él con un abrazo forzado y decidida a olvidarlo. Pasé aquel verano encerrada en la florería con mi abuela Maggy, que cuando estaba con ella, siempre me decía que su florería, sería su legado y sería para mí.

—Claro que no abuela— pero se aprovechaba de que yo atendía la florería para irse con su novio José Carlos a tomar algo por ahí.

TRES AÑOS DESPUÉS

No supe de Iván por mucho tiempo, seguí de novia con Rafa, quien ingresó a la UAQ a la facultad de medicina veterinaria, siempre tenía mucho que estudiar y guardias en el rancho de la facultad, a veces, solo nos podíamos ver los fines de semana.

En mi cumpleaños 18, cuando terminé la prepa, mis padres decidieron enviarme a Minessota para perfeccionar mi inglés. Al principio me molestó, no quería irme, estaba bien con mi vida, algo aburrida desde que Iván se marchó, pues la verdad mi relación con Rafa era algo monótona, pero no quería terminarlo. Me daba miedo volver a empezar. Me gustaba su compañía, aunque siempre fuera lo mismo.

—Haz cosas que lo sorprendan—. Me dijo mi abuela Margarita, pues ella decía que la rutina acababa con todo.

Rafa, ya estaba de vacaciones, estaba haciendo curso de verano de idiomas en el campus de la UAQ del cerro de las campanas. A mi se me hizo fácil caerle de sorpresa, ya me había graduado, las clases en el Colegio San Javier habían terminado y no había mucho que hacer en la florería.

Entre el calor, Marco hermanito que ya era un niño de casi tres años, los achaques hormonales de mi madre y las mil y una tareas que se le ocurría encomendarme, ya estaba harta. Necesitaba un respiro.

Al entrar en el campus, pregunté por las aulas de idiomas y el guardia me explicó. El campus era enorme por lo que caminé y caminé. Al llegar, vi a varios chicos y chicas en los pasillos, echaban relajo, fumaban y alguno que otro, seguramente eran novios y se besaban. Cuando me acerqué, los escuchaba gritando:

“¡Beso! ¡Beso!” Reían y se amontonaban. Parecía que se la pasaban bien. Alcancé a ver a Rafa, traía una playera de “nike”, que le regalé en San Valentín. De pronto, una chica rubia, se acercó y lo besó, él no se resistió, es más parecía disfrutarlo, se abrazaban sin ningún pudor, mientras el resto contaba hasta el diez. Me quedé estupefacta viéndolos. Cuando se separaron, Rafa se giró y me vio. Su rostro palideció mientras yo, no sabía como reaccionar, al final yo también le había puesto el cuerno, solo que él no estaba enterado y yo no sabía lo que se sentía descubrir que un engaño como ése doliera tanto. Me di la vuelta y comencé a correr.

—¡Amaranta! ¡Espera, déjame explicarte! ¡No es lo que parece! — ¿Por qué siempre dicen eso? ¿Yo también lo hubiera dicho?

—Déjalo Rafa, lo mejor es que lo dejemos así.

—Fue un juego, te lo prometo, perdóname, fue un reto estúpido.

—Creo que lo mejor es que terminemos. No te sientas mal por lo que hiciste. Al final, creo que tomarnos un tiempo será lo mejor.

—¡Ami no! ¡No quiero que terminemos!

—Rafa, esto que has hecho es muy obvio, nuestro noviazgo es costumbre. De otro modo tú…

No pude seguir hablando, no era nadie para reprocharle nada. Salí corriendo de ahí, caminé a la deriva hacia el centro de la ciudad. Quería llegar a casa, terminar de hacer mis maletas y poner tierra de por medio, llegar a Minessota y hacer lo que cualquier chica mayor de edad en otro país haría: ¡Divertirse!

—¿No deberías estar llorando?— Me dijo mi tía Hortensia cuando le conté lo que pasó con Rafa.

—Creo que no es para tanto.

—O no te ha caído el veinte. Si te sirve de consuelo, Iván vendrá unos días. Tal vez alcances a verlo.

—Mejor no…

—Pero pensé que te daría gusto. Se llevaban muy bien.

—¡No me mandó ni una maldita carta, no me llamó una sola vez! ¡No quiero verlo nunca más! ¡Lo odio!

—Tal parece que quien acaba de ponerte el cuerno es Iván y no Rafa.

Entonces comencé a llorar, seguía dolida por Iván. Él sí que me había roto el corazón. Unos días después, mis tíos se ofrecieron a llevarme al aeropuerto en la ciudad de México. Mis padres y mi abuela, me despidieron en Querétaro, y llegamos un par de días antes de mi vuelo a la ciudad.

Evité a Iván en todo momento, a pesar de que él trató de acercarse a mí. Estaba un poco más fornido, parecía que había hecho ejercicio en los últimos años. Se veía más grande, tenía la barba crecida, y no lo voy a negar, se veía más guapo que nunca. Fue solo un día el que pudimos pasar juntos, pero por alguna razón, él buscaba provocarme y yo trataba de no estar cerca de él. Mi tía Hortensia, se había quedado con la florería de Doña Rebeca, la mujer que había enseñado todo sobre las flores a mi abuela, mi madre y mi tía. Así que decidí irme con ella a ayudar. Solo así pude escapar de la tentación de Iván.

A la mañana siguiente, todos me llevaron al aeropuerto, Iván también, en el coche, me tomó de la mano, y yo no la quité. Las descargas de electricidad seguían. La energía y la tensión cuando nos mirábamos se podía sentir en aquella cercanía. Pero no podía lanzarme a sus brazos en el auto con mis tíos. Él lo sabía. Cuando llegó el momento de abordar el avión, me despedí de todos y él se tomó el tiempo de abrazarme. Me susurró cosas al oído.

—Te odio—le dije.

—Yo no—. Me respondió. Me dio un beso en la frente y me soltó.

La idea de no saber lo que pasaba por su mente me ponía mal. ¿Estaba yo enamorada de él ? ¿o sólo era atracción? ¿Era posible amar y odiar a la misma persona? Mi tía Hortensia me miró con ojos acusadores, como sospechando que no le hubiese contado lo que sucedía entre su sobrino y yo.

Al llegar a Minessota, me recibió la familia Collins. Al principio conocí solo a los padres, Mr. Jeff y Mrs. Lina, al llegar a su casa, conocí a sus hijos. Maurice, el mayor, de 19 años, un chico atlético y rubio, de esos como los de las películas de secundarias gringas, a punto de irse a la universidad de Minessota, estaba solo de vacaciones. Jeannet, de 17 años, en el último año  de preparatoria y quien sería mi “anfitriona” y Jhonny, de 15 años.

Jeannet tardó unos días en romper el hielo conmigo. Aunque mi inglés no era malo, me ponía nerviosa. Mrs. Lina y Jeannet, me llevaron de compras un día antes de entrar a clases, luego nos regaló un corte de cabello a ambas, pues decía que era importanete ir bien presentadas el primer día de clases.

Jannet era popular, por lo que pronto pude hacer amigos. El ambiente estudiantil era totalmente distinto al de México. Los chicos tienen más independencia, los padres son menos sobreprotectores, incluso, los sábados podíamos irnos de fiesta y no llegar a dormir. Si mis padres se hubieran enterado de ello, me hubieran matado. Con frecuencia los señores Collins, se iban el fin de semana a una casa en el lago. Algunas veces fuimos con ellos, pero era más divertido quedarnos.

La casa tenía un jardín muy grande con una pequeña piscina, y digo pequeña, porque lo era. Los vecinos tenían residencias enormes con albercas realmente grandes.  A veces, comenzábamos la fiesta desde el viernes por la tarde, en cuanto sus padres se subían a su Grand Cherokee de color verde obscuro y se marchaban al lago.

Alguna ocasión sentí que mis tutuores sabían perfecto lo mal que nos portábamos, y que se marchaban a propósito para sorprendernos “in fraganti”, pero… o tuvimos muy buena suerte o realmente les importaba poco que algo sucediera.

La mayoría de los chicos del suburbio, eran niños de familias adineradas, sino millonarias, si con un muy buen nivel de vida “clase media alta”, diríamos en México.

Jeannet tenía un coche, un “cabrio” convertible color blanco, en el cual íbaos juntas a la escuela y pasábamos por algunas de sus amigas.

Salíamos de fiesta con mucha frecuencia.  Cabe mencionar que mi tolerancia al alcohol fue creciendo. De tomar un par de cervezas el fin de semana con Rafa, pasé a a beber varios días de la semana desde un Whisky, Ron, Vodka y por que no, al ser mexicana, mis amigos gringos no despreciaban el tequila. Comencé a fumar, y por supuesto Jeannet era mi cómplice.

Un día, despertamos en casa de Todd Anderson, el supuesto novio de Gina, la mejor amiga de Jeannet. Amanecimos unos sobre otros en la sala principal. La casa era un desastre. Lo bueno, es que todos estábamos bien, solo era necesario una limpieza general. Lo malo, es que alguien había hecho una fogata y había quemado un par de sillas del comedor, usándolas como leña. A Todd no le cayó bien la noticia, aunque él fue el último en enterarse.

La resaca de tequila corriente era superior a la resaca con whisky. ¿Quién iba a pensar que ahora era especialista en curar la resaca? Aquel domingo por la mañana, los estragos del tequila hicieron de las suyas.  Todd perdió el control. Comenzó a gritar como loco y nos corrió de su casa. Jeannet tenía una cara deplorable, el cabello alborotado y la ropa desacomodada.

—What do you see? (¿Qué me ves?)— Me preguntó con su perfecto acento. Negué con la cabeza y nos subimos a su auto. No vivíamos muy lejos, pero al subir el capote del automóvil, notó un hoyo en la parte del frente del techo. Jeannet explotó del coraje. Un pedazo de silla había caído sobre el auto y alcanzó a quemarlo.Repetía con desesperación que su padre la mataría.  Estabamos por volver a casa, cuando Ethan y Bryan se acercaron a ver que nos ocurría. Bryan era el novio de Jeannet, por lo que no tardó en consolarla, mientras Ethan me miraba con ojos tiernos y trataba de sacarme plática.

—Yo viví en México unos años cuando niño… — dijo.

—¿Hablas español?

—Uhh, solo un poco…

Subimos los cuatro al auto, Jeannet dejó que Bryan manejara y decidió usar el auto sin capote para que su padre no se diera cuenta de nada. Solo  mientras resolvía como arreglar el problema.

Al llegar a casa, Bryan sugirió meternos a la alberca, yo no aguantaba el dolor de cabeza, Ethan, leyéndome la mente, supo que necesitaba unos analgésicos y me preparó un desyuno para aminorar los malestares. Era un tipazo.

A partir de ese día, nos hicimos inseparables. No puedo decir que éramos novios, pues él argumentaba que no quería encariñarse conmigo, si al final yo me marcharía a México y él a Boston. Pasábamos las tardes juntos jugando supernintendo y besándonos, cada vez con más intensidad.

Un fin de semana, quisimos jugarles una broma a Jeannet y Bryan, escondiéndonos en el sótano de la casa de los Collins, pero aquello se volvió toda una locura, pues nos quedamos encerrados. No encontramos la manera de que nos escucharan. En el sótano, Mr. Collins, tenía una cava de vinos. En realidad era una sala de juegos, donde se reunía con sus amigos una vez por semana, los jueves, para ser precisa. Por lo que, aquel sábado, pasé la noche a solas con Ethan por primera vez. No describiré los detalles, pero nos besamos hasta la conciencia. Bebimos vino, jugamos cartas y apostamos nuestras prenda de ropa, comimos lo que encontramos de botana y tuvimos una noche intensa y apasionada. Amanecimos abrazados, desnudos y acostados en el mullido sofá de terciopelo rojo, ligeramente cubiertos con algunas frazadas. Un ruido en la chapa de la puerta nos despertó . Ya era domingo, y fue Maurice quien nos encontró. Con el ceño fruncido balbuceó algo que no entendí, Ethan se vistió rápido y salió corriendo como gato salvaje sin despedirse y yo hice casi lo mismo, aunque tuve que escuchar un absurdo sermón de Maurice, no entendí lo que dijo pero lo imaginé, entonces me fui a mi cuarto sin dar explicaciones.

—¿Dónde estabas?— Me preguntó Jeannet.

—Encerrada en el sótano, nos quedamos atrapados.

—¿Ethan y tú? —Asentí.

—Tu hermano fue quien nos encontró. Solo queríamos hacerles una broma, nunca me imaginé que nos quedaríamos encerrados. La puerta de atrás también estaba cerrada por fuera. ¿Qué hace aquí tu hermano?

—Vacaciones de Acción de Gracias. Prepárate, conocerás al resto de la familia.

—¿Tus abuelos?

Acción de Gracias es la festividad más importante de todo Estados Unidos. Incluso en Canadá lo festejan. Por lo que las tradiciones son muchas e importantes. Mrs. Collins, a quien ya tenía la confianza de llamar por su nombre “Lina” estaba sumamente nerviosa. Pues sus hermanos con sus respectivas familias, llegarían en cualquier momento. Estresada por el pavo,  los arreglos y decoración, estaba de un humor negro. Como mi madre en la florería en vísperas del 10 de mayo o el 14 de febrero.

—No le hagas caso—. Me dijeron todos sus hijos, especialmente Maurice, que estaba más atento que nunca.

De pronto, Mrs. Collins atendió el teléfono,  le llamaban de la florería. La mala noticia, era que no podrían llevarle los arreglos que había solicitado. La buena noticia, era que le devolverían su dinero. Descubrí un montón de palabras altisonantes en inglés ese día.

—¿Qué voy a hacer sin flores? — Comenzó a lloriquear… Me acerqué y con toda seguridad le dije que yo me encargaba de eso. Le pedí la dirección de la florería y Maurice me llevó, fue todo un reto llegar, pues la ciudad estaba colapsada.

—Ya le dije a Mrs. Collins que no le tendré su arreglos de flores, no tengo tiempo.

—Sólo deme las flores, no importa. Yo me encargo de ello.

—Mira chica, no me distraigas, tengo mucho trabajo — dijo la mujer de origen japonés, mientras me devolvía los trescientos dólares y colocaba unos enormes moños sobre unas canastas.

—No quiero los arreglos, solo quiero que me de flores y follaje.

—Ya no tengo casi nada.

—Deme lo que tenga, no importa.

Después de mucho insistir, la mujer tomó un celofán, tomó algunas gerberas, nube, moneda, claveles, lilys y girasoles. Me lanzó el montón de flores y me corrió.

—¿Esto es lo que me piensa dar por 300 dólares de flores que pagó Mrs. Collins?         

—Es lo que hay, ahora vete. Tengo mucho trabajo.

La japonesa entró a su tienda, yo tomé un carrete de listón color naranja, y me subí al auto de Maurice con el montón de flores.

Cuando me quedé en el sótano encerrada, descubrí una bodega con bandejas, jarrones y cestos. Parecían cosas guardadas que nunca usaban pero que aún servían. Bajé de nuevo al sótano, y escogí un par de jarrones blancos y una cesta. Con cuidado acomodé el follaje y las flores, fui y vine por agua, até las flores, las clavé como pude y con lo poco que conseguí. Al final, até listón en los jarrones y la cesta. Cuando Mrs. Collins los vio, sonrió de alegría. Le había resuelto algo importante aquel día. Con las pocas flores que sobraron, hice unos pequeños bouquets y los acomodé en varios rincones de la casa. Sus familiares estaban encantados.

—¿Dónde aprendiste a hacer eso?

—Mi madre, mi tía Hortensia y mi abuela Maggy son floristas, tal vez algún día yo también lo sea.

—Ya lo eres… —Dijo Lina.

Antes de la cena, llamaron a la puerta. Cual fue mi sorpresa, era Ethan, con un pequeño detalle.

—¿Un regalo para mí?

—Estaré fuera el fin de semana, pasaré Acción de Gracias en la casa de campo de los abuelos, a una hora de aquí, es solo para que no me extrañes. Aunque si me extrañas mucho, puedes venir a visitarme.

La pequeña caja, tenía una bola de cristal, de esas que al voltearlas cae nieve. Tenía árboles otoñales y al agitarla o girarla, los árboles se ponían blancos.

—Muchas gracias Ethan. Yo no te he comprado nada.

—Descuida. Fue un impulso.

—¡Ethan!—Dijo Jannet — Mira los arreglos de flores que hizo Ami.

Sorprendido me observó, me miraba incrédulo. Para mi era algo tan normal, el arreglar flores. Pero ellos realmente apreciaban lo que yo había hecho. Eso me hizo sentir importante así que le obsequié uno de los pequeños bouquets a Ethan.

—¿Cómo puedes andar con él?— dijo Maurice.

—¿Qué tiene?— Dije sorprendida.

—No es buena familia, mejor con cuidado— dijo en un mal español.

Cerca de la hora de la cena, mis padres me llamaron para saludarme y desearme una feliz fiesta. Aunque en México no se festeja el día de Acción de Gracias, mis padres sabían que era un fin de semana importante. Hablé con todos, mi abuela Maggy, a la que extrañaba horrores, era mi consejera en todo, hablar con ella era como una terapia. Daba los mejores consejos, me preparaba bebidas energizantes y también sabía de hierbas para levantar el ánimo, nunca supe que le ponía a esos tés. Luego charlé con papá, mamá y mi hermanito Marco, que no hablaba nada, mejor dicho no se le entendía nada. De pronto me invadió una nostalgia, cerré los ojos y  me imaginé estando en casa con ellos. Faltaba poco para navidad, viajaría para estar con mi familia y volvería a Minessota después de año nuevo.

Durante la cena, Mr. Collins dirigió unas palabras, y uno a uno dimos gracias. Yo no sabía porqué tenía que agradecer, es tan complicado el significado de ser agradecido, pero aquella noche, al escuchar a mi familia temporal lo comprendí. Hay gente desafortunada, y yo era una niña egoísta, caprichosa y consentida. Mis padres eran condescendientes conmigo a pesar de mis malas acciones. Comprendí lo que era, cuando Mrs. Y Mr. Collins agradecieron por que esa noche estuve cenando con ellos en la cena de Acción de Gracias, porque viviría con ellos hasta terminar el curso, porque les ayudé a resolver los arreglos de las flores, porque yo era una hija más, mientras viviera con ellos.

Cuando llegó mi turno, me puse a llorar, sin embargo, hice un esfuerzo para dirigir unas palabras.

“Agradezco a mis padres, por todo lo que me han dado, por mi pequeño hermanito Marco, que si no fuera por él, tal vez mis padres se sentirían muy solos en estos momentos. Agradezco porque pude recuperar a papá, quien no estuvo conmigo mis primeros años de vida. Agradezco por las maravillosas abuelas que tengo y por supuesto mi abuelo, que me ha consentido como nadie. Agradezco por mi tío Sebastián y su complicidad, por mi tía Hortensia, Eugenio… mi tío Felipe, mis amigos y por todos ustedes”.

“Amén”, dijeron todos cuando terminé. A la mañana siguiente, salimos todos como caballos desbocados al centro comericial, era el “Black Friday”, el día de las compras locas, el viernes negro, que indicaba inicio de las compras navideñas, y de pronto, aquel paisaje de tonos naranja, comenzó a tornarse blanco.

Reconozco que el tiempo que viví en Minessota, no me porté nada bien, al menos no como mis padres hubieran esperado. Pero lo que viví ahí, también me permitió valorar lo que tenía.

No me volví más buena y humilde, solo un poco agradecida, pues mis caprichos, cada día se volvían más intensos y la vida me regresaba los golpes como fuertes bofetadas.

El sábado de ese fin de semana, llamaron a la puerta. Mr. Collins fue quien atendió. Escuché una voz familiar. De momento pensé que era Ethan, pero no. Vi a Mr. Collins invitando al visitante a pasar. Era Rafa, con un gran ramo de flores de margaritas blancas y gerberas rojas.

—No encontré rosas — me dijo. Toda la familia Collins me miraba con cara de sorpresa — Soy Rafael, su novio — dijo sonriendo en su metódico inglés, mientras yo deseaba que me tragara la tierra. Ahí yo no tenía novio, mi vida de Querétaro no era la misma de Minessota.  Aunque saliera con Ethan sin compromisos eternos, en ese momento era como mi novio. Jeannet me miró con ojos acusadores y le leí los labios, me acusaba de zorr*a y con justa razón.

—No, ya no eres mi novio Rafa— y luego me giré hacia familia anfitriona con las mejillas rojas y les aclaré — “Ex boyfriend” — Y remarqué las comillas con mis dedos. Ya bastante complejo era tener un novio temporal como Ethan, como para además tener a Rafa, merodeando por ahí.

No pasaron ni cinco minutos, cuando escuché una motocicleta Harley Davidson. Era lo que me faltaba. Jeannet se levantó con mirada retadora.

—Creo que Ethan ha venido por ti.

Continuará…

“El otoño es una segunda primavera, en la que cada hoja es una flor”. Alberto Camus

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería

www.lacasadelasflores.com

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