CAPÍTULO 23

LA MEJOR HERENCIA DEL MUNDO: MIS FLORES.

Cada persona, vive los duelos de forma distinta. Margarita, mi abue, mi pilar, mi confidente, mi cómplice en todos los sentidos se había marchado para siempre. Entrar a su casa después del funeral, fue difícil. El patio era un desastre, pues digamos que muchos clientes y amigos, no llenaron de trabajo pidiendo flores y coronas para “la señora de las flores”. Para mí, trabajar, es mi mejor válvula de escape, estoy acostumbrada a ello. Mi mamá y Hortensía mi tía estaban en un modo ligeramente autista, la primera tenía horas sin hablar, mirando al infinito y la segunda, se servía un tequila, lo bebía, y repetía lo operación, mirando con insistencia el desastre del patio.

Mi tío Sebastián, mi papá y mi tío Eugenio tenían dos días yendo y viniendo, arreglando el papeleo. Mi hijo Alexander, estaba con mi hermano Marco, era el mejor niñero para las circunstancias.

—Amaranta… ¿Me puedes dar un abrazo? —Me dijo mi mamá. Éramos tan distintas e iguales. Creo que, en los últimos años, nos habíamos distanciado mucho, pero el que mi abue Margarita hubiera muerto fue una sacudida muy fuerte. Por supuesto que nos fundimos en un abrazo de amor incondicional y de perdón por todo lo que nos habíamos dicho o lastimado. Ella era muy cercana a su mamá, eran socias, cómplices y aunque tenían sus diferencias, se apoyaban en temas de trabajo. Mi abuela, había tenido una vida difícil desde su matrimonio, dicen que mi abuelo fue un tipo tremendo y mi abuela sacó adelante a sus hijos vendiendo flores. La señora de la casa de las flores de allende 29. La señora Sandra fue su primera cliente y se volvió su mejor amiga. De ahí que mi tía Hortensia conoció a mi tío Eugenio.

La tía Teresa, mejor conocida como “la tía Pereza”, el apodo que decía mi tío Sebastián cada vez que la nombraban, fue el parteaguas de que mi mamá conociera a mi papá. Un matrimonio con sus “bemoles”, pero que seguían juntos y se apoyaban siempre en las buenas y en las malas. ¿Por qué menciono todo esto? Porque mi pasado es parte de mi historia, y esa historia es lo que me complementa. De donde saqué mi carácter rebelde, mi ímpetu, lo que me ha hecho arquitecta de profesión y florista por vocación.

Y ahí estábamos todos, viviendo en el legado de mi abue, cada uno de los presentes, añorando su presencia y asimilando que, a partir de ese momento, todos debíamos comenzar a escribir una nueva historia.

Esa noche no volví a mi casa. Me quedé a dormir en casa de la abuela, con mi tía Hortensia y mi tío Sebastián. Me dediqué a ver fotos, a esculcar en su cajón de perfumes, donde tenía ese Channel no. 5 que le regalaba su amiga Sandra en cada cumpleaños y solo ocupaba en ocasiones especiales. Las pedacerías de sus collares, y otras curiosidades que guardaba en ese cajón de su viejo ropero de caoba a juego con el tocador y la cabecera de aquella anticuada recámara. Donde guardaba las monedas de 5 pesos que ocupaba cada mes para llevar de limosna a la misa del domingo, y ese aroma tan característico de polvo de arroz, maquillaje y cremas de Lancome.

A la mañana siguiente, todos tratamos de retomar nuestras vidas, recuerdo que era un jueves, esos fríos y extraños jueves de febrero, donde el invierno planea su marcha, pero quiere dejar claro que aún no se marcha.

Mi tía Horte y Eugenio pasarían unos días en Querétaro, y yo tenía que volver a mi vida. Se acercaba el día de San Valentín, y la carga de trabajo era muy estresante y, además, entre mamá y yo, sin la ayuda de mi abue teníamos que sacar adelante todo.

A los pocos meses, mamá y yo ya habíamos vuelto a nuestra rutina, y yo comencé a trabajar la florería de mi abuela. No podía quejarme, no faltaba trabajo, pero aún estaba agobiada. Era mucho trabajo para mi sola, aunque Pueblito seguía trabajando con nosotros, había días que no nos dábamos abasto.

Un día, de esos alocados sábados con muchos eventos sociales por toda la ciudad, me fui a arreglar una iglesia, la de San Agustín para ser exactos. Había una boda a las 7 pm, de la nieta de doña Elvira Borja, otros clientes de mi abuela de toda la vida. Llegamos a las 3 de la tarde, y con el mismo cuidado de siempre, acomodamos las flores y corrimos al lugar del evento, en el club campestre, para terminar de acomodar las flores del banquete.

De ahí corrí a Jurica, pues aún teníamos trabajo para entregar en Juriquilla para otro evento en el club náutico, aunque eran ya solo unos cuantos arreglos, el tiempo lo tenía encima.

Salí con el tiempo justo para la entrega, nerviosa, de malas y con una sensación de angustia.

Esa misma noche, recíbí una alerta del “nextel”, una llamada a las 10 de la noche. Era la señora Borja muy enojada, pues al parecer la iglesia no tenía flores y me exigía que le devolviera el dinero por no haber cumplido con mi trabajo. Era una familia de costumbres arraigadas, una boda tradicional, donde los papás de la novia pagan todo. En todos los años que tenía como florista independiente, nunca había dejado de entregar un pedido, tenía lo fortuna de contar con gente responsable que, a pesar de las circunstancias, nunca me había fallado y miren que nos ha pasado un poco de todo.

—Señora Elvira, le juro que yo personalmente estuve en la iglesia y dejé todo acomodado para la ceremonia. Tiene toda la razón de estar molesta, pero no tengo idea de que pudo haber pasado.

Salí corriendo a la iglesia, pero ya estaba cerrado. Pasé casi toda la noche en vela y a la mañana siguiente, a primera hora me presenté en el templo a investigar qué había sucedido.

El sacristán, don Jere, un señor que tenía toda la vida ahí, había guardado las flores antes de la boda, para las misas de domingo. Cuando me enteré, me aguanté el coraje y llamé a la señora Borja para que fuera a ver que, en efecto, ahí estaban las flores, guardadas en la sacristía. Desde aquel día, aprendí que debo dejar a alguien cuidando las flores, hasta la hora del evento.

Y así estaba mi vida de alocada, partiéndome en pedazos para atender las dos florerías, a mi hijo Diego Alexander, que era un preadolescente en potencia y mi vida personal que era un desastre. Estaba muy delgada, demacrada, comía mal pero no le daba importancia.

Salíamos de casa a las 7 de la mañana, y regresábamos a las 8 ó 9 de la noche. Llevar al colegio a Alex, por las tardes a las actividades extraescolares, y afortunadamente, mi tío Sebas y mis padres me apoyaban con frecuencia, pero había días que sentía mi corazón estallaría del estrés.

Hasta que un día, esperando un pedido grande de flores de una distribuidora de Toluca, me llamaron para avisarme que el camión se había volteado en la carretera y no llegaría mi flor. Aquella tarde me di cuenta de que no tenía mucho tiempo para resolverlo, pues teníamos el fin de semana lleno de entregas en la ciudad y en San Miguel de Allende. Es lo último que recuerdo, cuando desperté, estaba en urgencias, en el hospital San José.

—¿Papá?— Dije.

—Hola princesa, al fin despertaste.

—¿Qué pasó?

—Tuviste una crisis. Te desmayaste.

—Pero tengo mucho trabajo, no me puedo quedar aquí.

—No te preocupes. Tu tía Hortensia y tu mamá se harán cargo de todo, junto con Ana y las muchachas por supuesto.

—Pero…

—Pero nada. Te mandaron reposo absoluto, no estás bien Amaranta, así que más vale que te comportes.

—¿Y Alex?

—Está en casa.

Vacaciones, necesitaba vacaciones. Unos días de descanso me recetó el doctor. El trabajo no es todo y aprender a dividir el tiempo de trabajo y descanso y cuidar de mi salud, era lo principal.

Aprendí que no podía vivir de esa manera por mucho que amara mi trabajo.

La cuenta del hospital fue un dineral. Mi papá me tuvo que prestar y le fui pagando poco a poco, y el plan de las vacaciones seguía en planes.

—Ven con nosotros a España en el verano, estaremos en Barcelona y luego iremos a Ibiza. Podemos escaparnos a alguna expo de flores en Italia, por Alex no te preocupes, buscamos planes divertidos, para que no se aburra.

—No lo sé tía, estoy saturada de trabajo.

—Tu gente puede hacer bien su trabajo, te lo demostraron estos días que estuviste en el hospital. Estaría bien que lo tomes en cuenta.

Aquella tarde, volví a casa con Alex, por fin. Mi Diego Alexander se portó como el maravilloso hombrecito que era. Me consentía, me hacía mandados y me ayudaba en todo.

Por la noche, tocaron el timbre, era el vecino nuevo, Ricardo Noyola, que se había enterado de que estuve internada y me llevó una canasta de fruta. Alex lo recibió, y la verdad yo no estaba de humor para socializar ni recibirlo. No volví a verlo por un tiempo, sospechaba que estaba interesado en mí, me “tiraba la onda”, eso me decía Alex, pero yo no estaba interesada.

Como era mi costumbre, comencé a retomar el ritmo de trabajo, pero ya me daba mis tiempos para  consentirme un poco, Alex se tomó en serio eso de cuidarme y seguíamos haciendo equipo. El dúo dinámico, los dos fugitivos, los “cómplices al rescate” de cualquier situación que se nos presentara.

De pronto, se me ocurrió preguntarle si le gustaría ir a España conmigo y con mi tía Hortensia. Él se emocionó y comenzamos a platicar del tema.

—Oye má, tengo una pregunta que hacerte.

—Dime…

—Cuando estabas en el hospital, estuve unos días ayudando a Ana en la florería de Jurica, y una señora fue buscarte, me estuvo preguntado si yo era tu hijo y, sobre todo, por mi papá.

—¿Te preguntó sobre tu papá?

—Me preguntó si quería conocerlo, y así…

—Bueno, tu papá, hasta donde sé está en Alemania, pero sabes la historia… ¿Quieres… conocerlo? — Pregunté temerosa de la respuesta, sin embargo, sabía que esto podría ocurrir en cualquier momento.

—¿Te molesta?

—Claro que no, me da algo de miedo que las cosas no funcionen, pero, es tu padre, y tanto tú como él se merecen conocerse y bueno… no sé. La señora que te fue a buscar, debe ser la mamá de Enrique, tu papá.

Alex movía la cabeza de arriba para abajo. Algo más intentaba decirme, pero no sabía cómo.

—Dime lo que tengas que decir. No me voy a enojar. — Le dije.

—Me dijo que papá volverá a México. Y que… quizá era momento de reencontrarnos…

—Alex, por mí no hay ningún problema. Es tu padre y yo siempre estaré para ti. No te voy a negar esta oportunidad.

Emocionado, se lanzó a mis brazos, nos quedamos así un rato, era obvio que los dos traíamos muchas emociones atravesadas, pero así era la vida, sobre todo la mía, emocionalmente intensa.

Curiosamente, a los pocos días recibí un email de Enrique, donde me mencionaba que volvía a México, volvía solo, su exmujer y sus hijos se quedaban en Alemania, y creía que la oportunidad de reunirse conmigo y con Alex, para retomar lo que había dejado pendiente.

Debo reconocer que me caía muy mal, como si fuera un baúl de fotografías que quisiera recuperar, pero yo no podía dejar que esto se volviera una guerra de poder. Alex tenía que conocer a su padre.

Hablé con papá, y pues no me dijo nada que no hubiésemos conversado antes. La fecha del encuentro de Diego Alexander con su padre era un asunto inevitable.

Mientras Alex, se arreglaba para el encuentro con Enrique, yo organizaba mentalmente mis prioridades de aquel fin de semana. Enrique se llevaría a Alex unos días a Tequisquiapan a una casa de campo con sus padres. Alex llevaba un nextel, para que me avisara cualquier cosa y Enrique, se portó educado y prudente en nuestro reencuentro.

Decidí encerrarme en mi patio de flores a trabajar, era mi escape a la realidad como siempre, me puse a limpiar las flores que necesitaba para el evento del día siguiente, una boda en Balvanera. Fue de esos contratos raros, pues la madre de la novia, la señora Laura Reyes de Legaspi había organizado toda la boda, y uno de los banqueteros importantes de la ciudad me había recomendado. Me contrató todo en tonos azules y el ramo lo quería en ese tono, le dije que era un color difícil, pero “el cliente, lo que pida”. No conocí a su hija hasta el día de la boda, se llamaba Bertha Legaspi Reyes. Envié el ramo y por supuesto no le gustó. Me llamó muy molesta al “nextel”, que después de cierta hora del día el insistente y caracterísitico “bipbipbipbip” de aquellos aparatos era insoportable, pero fue una herramienta de trabajo que trasformó el comercio y ayudó mucho en el servicio de los negocios. Bertha me llamaba para decirme que no le había gustado el ramo, que lo cambiara, que estaba horrible y que por favor hiciera algo. Yo se los había advertido y sabía que algo así podría suceder, por lo que le llevé un par de ramos más para que ella escogiera o arreglar el que le había llevado. Crucé un par de palabras con ella, armé el ramo y un poco más contenta con el resultado, por fin se subió al auto junto con sus padres, mismo que habíamos arreglado para el evento, un “grand marquis” blanco, con los asientos color vino de piel. La novia iba de malas, se veía estresada y un chico, que al parecer era su hermano le dijo:

—Sonríe hermana, ya es el momento de que empieces a disfrutar tu día.

Ella sonrió con timidez, y al parecer el comentario del hermano funcionó. Me despedí deseándoles lo mejor y marché dispuesta a volver a casa, me había planteado echarme a descansar, ver televisión o leer un poco, estaba cansada, cuando me topé de nuevo con Ricardo, el vecino. Me preguntó por Alex y le dije que se había ido el fin de semana con su padre.

—¿Estás libre? ¿Te puedo invitar a tomar un café?

—¿Un café? — Estaba tan estresada, que en verdad prefería algo más fuerte, pero le tomé la palabra.

Fuimos en su coche al café Amadeus de los Arcos, estuvimos platicando un poco, el hombre era joven, soltero, bien parecido y trabajaba en Tremec. Era obvio que me estaba “echando los perros”, y aunque era bien parecido, no me gustaba, al menos no como él esperaba. Le confesé que se me antojaba tomar una cerveza y entonces nos fuimos al centro, a un bar nuevo cerca de plaza de armas, “La alquimia”, donde vendían licores, sushi y cervezas.

Empezamos una bonita amistad, intercambiamos clave de “nextel” y hablábamos casi todos los días, pero él quería algo más y yo, digamos que lo mandé a la “friend zone” muy a su pesar.

Unas semanas después, mi amiga Mariana me llamó para invitarme a un desayuno de mujeres empresarias. Cuando llegué, varias de mis amigas y conocidas, se encontraban fumando y hablando de la nota del momento. Habían encontrado a una mujer asesinada por uno de sus asistentes, en una oficina de gobierno. Estaba yo escuchando la historia, cuando una de ellas dijo que se acababa de casar hacía apenas unas semanas en Balvanera, era la hija de un directivo de una constructora importante.

—Bertha Legaspi… — dijo una de ellas.

—¿En serio? Yo le di el servicio de flores. No lo puedo creer.

Todo el día estuve con una extraña sensación. La noticia me había impactado muchísimo, y no era para menos. Una mujer joven, de ventitantos años, profesionista, buen puesto de trabajo, recién casada. En verdad que pasaron por mi cabeza tantas ideas. El esposo viudo y recién casado, su mamá, su hermano y su padre. Una noticia muy fuerte y un escándalo para la ciudad.

Le llamé a mi papá para desahogarme, luego hablé con mi mamá y me dijo que me urgían unas vacaciones.

—Vete con Hortensia a Europa, yo pago el vuelo de Alexander.

Me reí, mi mamá en su papel de la mejor abuela del mundo era sensacional. Aquella tarde, llegó Gerardo, el hermano de Bertha Legaspi a la florería del centro, en casa de mi abuela. Su mamá lo había enviado para contratarme el servicio de flores para el funeral de su hija. Con la terrible sensación de aquella tragedia, le llevamos todo lo necesario y por un tiempo no supe nada de ellos, no regresaron a pagar el servicio, y la situación era tan compleja, que me daba pena llamarles para cobrar.

Se llegó el verano y me olvidé un poco de aquella situación, y con todos los nervios del mundo, me marché a Europa dejando a mamá y mis empleados de confianza a cargo de los negocios.

—Iván estará en Ibiza, te aviso para que no te pongas nerviosa.

—¿Con su mujer?

—No sé si tenga mujer ahora. Lleva tres divorcios, y la última mujer, lo dejó bastante afectado.

—Bueno, ya veremos. — Desde que me enteré de que Iván se casó, no volví a preguntar a mi tía Hortensia por él. Sin embargo, ella siempre hacía lo posible para darme las notas importantes de su vida.

—Que tal que reviven aquellas cenizas del pasado, además Amaranta, ya es hora de que busques un novio serio.

—Ay tía, no estoy para formalidades. Iván divorciado, Enrique también, falta que Ethan y Rafael reaparezcan en mi vida.

—Y el chico este, Ricardo Noyola, tu vecino ¿no te gusta?

—Es buen partido, pero no sé, no hay esa chispa que uno espera… Esa emoción de verlo día a día… ¿Cómo es que mi tío Eugenio y tú siguen tan enamorados?

—No lo sé… Hemos pasado por tantas cosas juntos. A veces creo que nos hemos aguantado tanto que nos duele más no estar juntos que seguir cada uno con sus vidas. Pero no me quejo, sigue siendo un hombre guapo, y creo que yo todavía le gusto.

Envidiaba un poco la relación de mi tía Hortensia, eran muy unidos, y ninguno de los dos interfería en sus vidas empresariales.

Cuando el avión aterrizó en Madrid, una ola de recuerdos volvió a mi mente, aquel viaje de adolescente con mis abuelas y mi tío Felipe, conocí a Iván y a raíz de ese viaje se desencadenaron muchas cosas en mi vida.

Alex estaba fascinando, si algo teníamos en común, es que disfrutábamos los viajes, y aunque era nuestro primer viaje grande juntos, yo sabía que era el primero de muchos. España, es un país lo suficientemente latino para sentirte en casa, pero es Europa, el viejo continente de donde llegan todas las influencias, modas y tendencias de todo.

Estuvimos unos días en Madrid, aprovechamos para visitar varias florerías importantes, sobre todo, “Flores Miguel”, la florería que surte los eventos importantes de la familia real. Pensé que solo estaríamos ahí, observando un poco, es un lugar exclusivo, no es como que cualquiera pasa por ahí y compra una docena de rosas. Pero Hortensia había conseguido que nos dejaran pasar a la zona de trabajo, donde decenas de floristas trabajaban y diseñaban los más exclusivos arreglos.

—Señorita, el sábado tendremos un taller para floristas, es muy exclusivo, vendrán un par de floristas, que han hecho diseños especiales para los eventos de la realeza inglesa y española. Si gustáis venir, aún tenemos tres lugares disponibles.

—¿Cuánto cuesta el taller? — Preguntó Hortensia.

—Mil euros.

Cuando escuché la cantidad, hice una cuenta mental, y casi la mitad de todo mi presupuesto de gastos del viaje se iría en el taller. Hortensia dijo que sí, sin consultarlo.

—Horte, de momento no cuento con ese dinero.

—El viaje de Alex lo han pagado tus padres, así que claro que puedes. Además, yo puedo pagarlo y si quieres me lo vas pagando. El taller lo imparte la gente de Shane Connolly…— Connolly, era uno de los floristas más importantes del medio en las altas esferas europeas. Sin duda, el taller valía cada euro. Cerré mis ojos, y la ilusión me invadió por completo.

—¿Tú ya lo sabías verdad?

—Por supuesto.

Bajo todo ese maravilloso argumento, tuve que convencerme de que era una inversión, 8 horas de taller de floristería con los mejores, sin duda lo valía, y tal vez así, por fin podría comenzar a planear el concepto que buscaba para la renovación de la florería de mi abuela, que me parecía ya algo estancada y anticuada, y volver aquel espacio en una verdadera Casa de las flores…

“Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo” Alexei Tolstoi

Continuará…

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería

www.lacasadelasflores.com

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