CAPÍTULO 24

DÍSELO CON FLORES

Aquel viaje a España estaba resultando toda una experiencia, aquel taller con la gente de Connolly fue un parteaguas en mi vida como florista, un reencuentro con una de mis pasiones. Cada concepto, cada estilo, cada flor y su significado. Sé que para mucha gente las flores eran solo eso, flores. Para mí, es un mensaje, una sonrisa, una pizca de alegría, de felicidad. Cada flor que salía de mi negocio tenía una misión.

Cuando estábamos por marcharnos al terminar el curso, Macarena, la chica que estuvo trabajando en nuestro equipo durante el taller aquel día, se acercó a pedirme mis datos.

—Viajaré a México el próximo año, daré una capacitación en una ciudad que se llama Guadalajara sobre el cuidado de las flores.

—Por favor avísame. Estaré encantada de ir y si es posible que vayas a Querétaro, serás bienvenida.

—¿Crees que pueda dar un curso ahí?

—O en la ciudad de México — interrumpió mi tía Hortensia.

—Las busco. Gracias…

Se despidió con su peculiar “acento sevillano”. Yo estaba familiarizada con el acento español, por mi tío Eugenio, que, aunque tenía años en México, todavía de repente se le escapaban algunos modismos madrileños.

La familia de Eugenio tenía una casa hermosa estilo mediterráneo en Ibiza, era enorme, con muchas habitaciones, casi una por huésped. Una alberca con vista espectacular de la playa y por supuesto, con todas las comodidades.

Cuando llegamos, el clima nos invitaba a refrescarnos en la alberca. De inmediato nos preparamos para unirnos a la parrillada que Manolo, el padre de mi tío Eugenio ya estaba preparando. Saludé a los parientes de mi tío, ya conocía a casi todos, pero Alexander no, por lo que con cada uno de ellos fue ponernos un poco al día.

De pronto, sentí que alguien me observaba, tenía una idea de quien podría ser, cuando con efusividad se acercó un hombre joven, ya con algunas canas, muy atractivo, vestía una camisa de lino beige y unas bermudas pintorescas.

—No lo puedo creer, Amaranta, estás preciosa y no has cambiado nada.

—Iván…— dije tragando saliva. Tenía muchos años sin verlo, y pensé que jamás le volvería a ver. Nos saludamos con un cálido abrazo. De pronto mis recuerdos me llevaron a mi alocada adolescencia. Iván había sido alguien importante en mi vida, aunque nos habíamos lastimado mucho.

—Tendremos que salir a tomar algo para ponernos al día — me dijo.

—Ya veremos… — le sonreí. Al final siempre había sido un imbécil que había hecho y deshecho con mi corazón a su antojo. Yo ya no estaba para esos líos.

—Te presento a mi hijo Alexander.

—¿Qué edad tienes? — le preguntó.

—Once.

—¿Y tu marido? — Sabía que haría esa pregunta. Sus ojos me miraban con insistencia, como si quisiera leer mi mente. No le respondí.

Alex no le dio mucha importancia, y se marchó a la alberca. Estaban ahí Jimena y Sergio, otros sobrinos de la familia Mondragón, por parte de la madre de Eugenio.

Estuve con Hortensia un rato tomando el sol, hasta que me quedé dormida, me desperté al sentir unas frescas gotas de agua en la cara.

—¡Iván! — Exclamé molesta. Hortensia me observaba desde la terraza y sonreía. Algo tramaba.

—¿Puedo hacer una pregunta? — asentí — Alex, su padre…

Comencé a reír, sabía lo que estaba sucediendo. Mi tía Hortensia había sembrado la duda en Iván, que sinvergüenza.

—¿Crees que te lo hubiera ocultado? — Reí — No eres el padre, tranquilo. Parece que las cuentas no son lo tuyo.

Se puso rojo del coraje. Iván tenía muchas que pagar. Empezando por que siempre tuvo novia y a mi me usó a su antojo mientras estuvo en México.

—Hortensia dijo que…

—Tienes años conociendo a mi tía Hortensia y no te has dado cuenta de que es la única que sabe lo que hubo entre nosotros. Es su forma de cobrarse todas la que me hiciste.

—Vale, tú no eras una perita en dulce.

—No me diste la oportunidad de que fuera de otra manera.

—¿Hubieras dejado al imbécil ese que tenías de novio?

—¿Y tú hubieras dejado a tu novia de aquel entonces?

—¿Lo sabes?

—Por supuesto que lo sé — Me levanté y lo miré con picardía, pero sin bajar la guardia. Si me descuidaba, terminaríamos enredados como años atrás.

Al día siguiente no lo vi, y la verdad me tenía sin cuidado. Alex y Sergio querían ir a la playa, pues Manolo les prometió unas clases de surf. Al final, los hombres se fueron desde temprano y las mujeres decidimos aprovechar la ausencia de testosterona para relajarnos.

Llamé a mis padres para preguntar cómo iba todo.

—Tú relájate — me dijeron.

Por la tarde noche, las primas políticas de Hortensia: Esther y Leticia, decidieron que saliéramos a bailar.

—Vámonos de marcha tías, que los hombres se las arreglen como puedan… — Reímos, sin duda las españolas nos llevan algo de ventaja en temas feministas… Nos arreglamos y nos fuimos a un bar de música cubana. Los españoles, así como los latinos, traen la música en la sangre. Nos divertimos mucho y por qué no, me excedí de copas, un mojito tras otro, bailé con todo el que se dejó y regresamos a casa haciendo mucho escándalo. Decidí irme a dormir, cuando en la sala de televisión de la planta alta de la casa, me encuentro a Iván con cara de pocos amigos.

—Vienes borracha.

—¿Y?

—No me gusta que te embriagues. Haces muchas estupideces.

—Estupideces de las cuales fuiste partícipe, así que ve al grano…

—Amaranta… — Se acercó y me di cuenta de que yo estaba en problemas, pues estaba guapísimo y mi corazón algo necesitado. Sabía que si no me alejaba, terminaría durmiendo con él, y mi vida emocional no estaba para soportar las consecuencias.

—No te me acerques pedazo de idiota. No se te ocurra tocarme.

Pero él ya sabía que mi cuerpo seguía respondiendo a su mirada. Se acercó, sin importarle mis advertencias. De pronto recordé el tiempo que pasamos juntos. Como me trataba y yo que le permití hacer con mi corazón lo que le daba la gana.

Hortensia subió las escaleras y aproveché para alejarme.

—Buenas noches, Iván.

Me di la vuelta y corrí a mi habitación. Cabe mencionar que mi corazón estaba acelerado. Iván seguía provocando emociones en mi que creí tener olvidadas. Decidí darme un baño, para quitarme el olor a cigarro y alcohol antes de dormirme. No podía dormir. Como en los viejos tiempos, decidí bajar a la cocina por agua, o un vaso de leche caliente con miel, como el que a veces me daba mi abuela cuando me daba insomnio.

—Sabía que vendrías — Me llamó aquella voz varonil, la misma de siempre pero un poco más gruesa.

—Iván, ¿qué haces aquí?

—Tampoco podía dormir, y decidí venir a esperarte. Como en los viejos tiempos.

—No estoy de humor — le reproché rodando los ojos y me metí a la cocina para prepararme un té.

Él me siguió, sabía cuales eran sus intenciones. Trató de acorralarme un par de veces y me escabullí con éxito.

—Ami… No me rechaces.

—Iván, entre nosotros ya no hay ni habrá nada.

—Sé me extrañaste.

—En tus sueños.

—Yo si te he extrañado.

—No te creo. Me mentiste, me usaste y te marchaste para jamás volver a buscarme.

Iván agachó la mirada. Mientras yo, con mi pijama de florecitas, me percaté que ya no éramos los adolescentes con las hormonas alborotadas, éramos un par de adultos treintones que no teníamos ningún compromiso.

—Mi divorcio…—me dijo — no debí casarme.

—No me interesa Iván. Los dos hemos seguido con nuestras vidas.

—Nunca te olvidé Amaranta. Has sido y siempre serás la mujer de mi vida.

Yo estaba con la guardia alta. No quería involucrarme con Iván, sabía como terminarían las cosas. Pero él era insistente y yo débil. Se mantenía en forma. Sus brazos estaban marcados, y se notaba que hacía ejercicio en sus abdominales.

—Creo que es muy tarde para estas confesiones. Yo tengo mi vida y tu la tuya. Lo mejor es que acabemos con esta conversación ahora.

Tomé mi taza de té con la intención de volver a mi habitación, pero Iván no lo permitió. Puso sus manos en mis mejillas y me besó, un beso que fue subiendo de intensidad, arrastrándonos a lo inevitable.

Al día siguiente, otra vez estuvo ausente todo el día. Sabía que no había cambiado. Me la hizo de nuevo, se marchó dejándome con el corazón apachurrado. Ese día, Manolo había organizado un paseo en yate, éramos catorce personas, contando a Iván que no estaba presente. Estaba segura que no lo vería en todo el día y haría su aparición otra vez por la noche, esperándome en la cocina. Pero cual fue mi sorpresa, al llegar al puerto, él ya estaba allí. Me saludó efusivo, como el día que pasamos juntos en Roma o alguna de nuestras escapadas en México.

—Ven, te tengo una sorpresa… — y no sé de donde, sacó un lindo ramo de flores de tela — Sé que prefieres las naturales, pero esas no te las podrás llevar de recuerdo. Estas son flores ibicencas, hechas de yute y otras telas…

Tenía que reconocer que el bouquet era lindo. En tonos crudos, beige y blanco. El tejido y armado era burdo, y mi creatividad comenzó dar vueltas en mi cabeza.

—¿Me puedes llevar a donde hacen esto? Creo que para combinarlo con flores naturales para ramos de novia está increíble.

—Tú siempre pensando en flores.

—Son mi vida. Gracias, es un lindo detalle.

—Te lo debo.

—Iván no me debes nada.

Manolo nos empujó para subir al barco, y pasamos un día maravilloso. El capitán nos permitió tomar el timón, Alex y yo nos tomamos fotos en todos los lugares posibles, luego Iván y yo buceamos en una de las paradas entre los pintorescos destinos.

Al volver a Ibiza, caminamos por los mercadillos de artesanías tomados de la mano. Eugenio y Hortensia nos miraban sorprendidos, por primera vez en mucho tiempo, Iván y yo nos demostrábamos cariño sin importar quién nos viera.

—Mamá… — dijo Alex — ¿qué onda con Iván?

—Bueno, pues…

—¿Son novios?

—Tal vez, aún no lo sé.

Mi hijo no dijo nada más. Se marchó con Sergio y Jimena y no los volví a ver hasta la cena en la casa de Ibiza. Leticia y Elio su esposo, nos prepararon unas tablas de quesos y carnes frías, después de todo lo que bebimos y comimos en alta mar.

Aún estaríamos unos de días en Ibiza, los españoles se toman muy en serio las vacaciones de verano, luego viajaríamos a Francia y volveríamos a México. Eugenio e Iván nos llevaron a un taller de artesanías, donde me di vuelo observando como hacían aquellas peculiares flores de tela. De regreso a la casa, no me pude resistir a comprar algunas flores para comenzar a experimentar.

Los parientes de Eugenio tenían sus planes, pero Iván, Leticia, Elio y su hijo Sergio viajarían con nosotros. Alexander había hecho amistad con Sergio y eso para mi era maravilloso, pues hacían sus planes, jugaban videojuegos y salían por ahí a convivir con chicos de su edad.

En la terraza, había una fogata, donde Hortensia y yo pusimos el mal ejemplo de asar bombones. La gastronomía española es muy rica, sin embargo, moría por unos chilaquiles o unos tacos de pastor para la cena.

Antes de partir a Paris, tuve un par de salidas con Iván. Me sentía una adolescente viviendo un amor de verano, tenía que ser objetiva. Iván tenía su trabajo en Valencia, trabajaba en la finca de naranjas con Manolo y tenían una pequeña licorería donde vendían sus propios destilados y algunos vinos generosos y licores, precisamente de naranja y embutidos, quesos, conservas, aceitunas. La finca era preciosa, recordé cuando fui con mamá y entre ella y Horte mi tía hicieron unos centros de mesa para la comida de bienvenida.

—Tenéis que volver a Valencia.

—Espero que eso ocurra algún día. De momento, tengo que regresar para renovar la florería de mi abuela.

—Siento mucho tu pérdida. Pensé en llamarte cuando Eugenio me lo dijo, pero…

—No sabías que decir. Lo entiendo.

—Me encantaría ir a México a verte, estar allá un tiempo, tal vez buscar una importación de nuestros productos y ver si esto funciona.

De pronto me invadió un pánico terrible. ¿Iván estaba hablando en serio? Luego empecé a creer que todo era tan complejo. Sin duda no estaba dispuesta a una relación de larga distancia, y no solo eso, de continente a continente. Ya lo había vivido con el padre de Diego Alexander y no fue divertido. Pero no quería dejar de disfrutar el momento. Iván siempre se había portado extraño con nuestra relación, y ahora con esta faceta más romántica, tal vez nos merecíamos una segunda oportunidad.

Al volver a México me sentía renovada y nostálgica. Lo primero que hicimos fue ir a cenar unos deliciosos tacos en la calle de “Francia”.

Alexander se marchó con su papá unos días a la playa, pues sus hijos estaban en México y Enrique quería que convivieran. No me parecía una idea descabellada, al final, eran sus hermanos.

Mi vecino, seguía muy pendiente de mí, pero yo me escabullía, el quería una relación amorosa y yo, estaba en una prueba con Iván, quien amenazaba con venir en Navidad.

Iván no tenía hijos, su negocio era bueno y le daba para darse una buena vida. Yo me concentré esos meses en la florería de mi abuela. Llamé a mi amiga Cassandra, ella seguía con el despacho de arquitectura, y sabía que entre ella y mi tío Sebas me podrían ayudar con la remodelación.

Mi viaje a Europa me regresó inspirada. Mi mente no paraba de darle vueltas a las cosas. Mi mamá estaba muy emocionada con todo, incluso comenzó a buscar ideas para renovar su local, pues mi tía Hortensia le había pasado todos los detalles del curso y las florerías que visitamos. Traíamos revistas, fotos, y mucho material para trabajar.

—Y seguimos viviendo entre flores — dijo mi papá, mientras abrazaba a mi madre por la espalda y observaba el enorme patio de la casa de mi abuela, siempre con cubetas llenas de todo tipo de flores, mismas que íbamos reubicando según el clima y la temporada del año.

—Consigue una cámara fría. Imagínate que no tengas que estar esperando con el “Jesús en la boca”, si llega el pedido desde el estado de México.

—No es mala idea. Tal vez ya que quede lista la florería, podemos comenzar a planearlo.— Dijo mamá.

—¿Te acuerdas cuando vine a esta casa la primera vez? — dijo mi padre, mientras mi mamá se ponía roja. Mis padres tenían años juntos y aún se miraban con los ojos pispiretos. Habían vivido un poco de todo. Mi hermano Marco, estaba de viaje de intercambio en Canadá, disque estudiando inglés, por lo que nuestra ausencia y la de mi hermano les había servido de luna de miel.

Se llegaron las fiestas patrias, día de muertos, navidad y año nuevo, e Iván nunca se apareció. Me llamaba todos los domingos, y hablábamos un buen rato, pero yo sabía que las cosas no iban a funcionar.

—¿Qué ha pasado con tu novio el español?— Me preguntó mi mamá, sabiendo que Iván me metió en muchos problemas en mi adolescencia.

—No sé má, es complicado. Digamos que no tenemos futuro, pero queremos intentarlo.

—Tu no dejarás lo que tienes para irte a España y él no dejará lo suyo para venir a México.

—Algo así.

—Eres joven Ami. Cuando menos te lo esperes, el hombre de tu vida entrará por una de estas puertas.

Mi mamá había tenido una historia de amor única. Papá fue su único novio y su gran amor. Cuando creímos que papá había muerto, tuvo algunos pretendientes, pero ella le seguía siendo fiel. Nunca estuvo lista para iniciar una nueva historia. Yo, había tenido muchos novios, algunos muy formales, otros no tanto, pero en el fondo, quería encontrar a alguien que me amara como papá, a mamá.

En marzo, Iván vino en semana santa. Tenía la firme idea de que nos fuéramos en los días santos a la sierra gorda de Querétaro.

—¿En serio Iván? Es Semana Santa. Estará lleno de gente.

—Ay, ¿quién va a querer ir a la sierra?

—Tú, y como tú seguro mucha gente.

Estuve tratando de conseguir hospedaje, todo estaba reservado, hasta la cabaña más fea. Diego Alexander se había marchado de campamento con mi hermano Marco y otros amigos a las grutas de Cacahuamilpa, mis padres se marcharían a Guanajuato con mis abuelos y mi tía Hortensia y Eugenio se iban a Acapulco a un departamento que acababan de comprar. 

—Vamos “tía”, una aventura loca ¿no te late?

—No Iván. ¿Cómo crees? Si no conseguimos hospedaje nos dormimos en el coche o qué?

De pronto recordé que José Carlos, el que fue novio de mi abuela tenía una cabaña en Jalpan. Tal vez, con un poco de suerte no la podría prestar si es que nadie la usaba. Hasta donde yo sabía, casi nunca iban, porque hacía mucho calor en aquella región.

Busqué en el directorio su teléfono, y lo localicé. Ya no lo veíamos muy seguido, pero de vez en cuando se daba una vuelta por las florerías para saludarnos y llevar flores a la tumba de mi abuela Maggy.

—Amaranta, la cabaña está a tu disposición, déjame mandarle un mensaje a la señora que me la cuida, para que le dé una limpiadita, pero tiene todo, no deben de tener ningún problema, mis hijos y mis nietos fueron hace unas semanas y todo estaba en orden.

—Muchas gracias José Carlos.

—De nada, tu abuela estaría feliz de que te la prestara siempre que la necesites.

El viernes a primera hora, tomamos carretera. Las curvas eran muy pesadas, tuvimos que parar un par de veces, porque me mareé. Ni en el yate de Ibiza me mareé tanto.

Al llegar a Jalpan, el calor era insoportable. Hicimos una parada en una pequeña fonda para comer algo y nos fuimos a buscar la cabaña. Estaba dentro de una zona privada frente al lago. Había varias familias disfrutando sus casas de campo. El paisaje era hermoso, la cabaña era muy acogedora, tenía una sala y un comedor estilo rústico y una cocina equipada. Y en la planta alta, dos habitaciones una con una cama KS y otra con dos camas matrimoniales y hasta arriba un ático con literas.

Salimos a caminar, el clima seguía insoportable, no sé a cuantos grados centígrados, pero el sudor escurría por todos lados. El nextel y el celular no tenían señal, a pesar de que en el lago había un globo azul       que decía que todo México era territorio Telcel.

Por la noche, los vecinos nos invitaron a convivir a una fogata. Se veía que iban con frecuencia y tenían sus “lunadas” muy bien armadas. Era un grupo de ex alumnos de la UAQ, de veterinaria, casi todos solteros, solo un par de ellos iban con su pareja.

—¿Tú eres Amaranta Tapia? — Dijo uno de ellos.

—Sí ¿nos conocemos?

—Soy Luciano Barajas, yo era compañero de Rafa… tu ex.

Así de pequeño es el mundo. Solo faltaba que Rafael estuviera ahí. Luciano era bastante guapo. Moreno, alto, delgado y con mucho porte. No lo recordaba, pero Iván no estaba cómodo con la conversación.

Cerca de las doce de la noche, la mayoría estaba en estado inconveniente, le dije a Iván que nos marcháramos, pero él ya estaba muy enfiestado acoplado con ellos, hablando de los ranchos y las fincas. Molesta me levanté y me marché a la cabaña sin despedirme de nadie.

Entre sueños, seguía escuchando la música y las voces. Luego comenzaron a decirse de palabras, no lograba identificar quién peleaba con quién hasta que escuché la voz de Iván. “Ya tío, no es para tanto ¿vale?” “No te metas pinche gachupín” “Guarda eso Luciano” “Joder, yo me voy a dormir” Le gritaron unas cuantas cosas a Iván. Escuché cuando entró a la cabaña mientras el resto seguía dicutiendo. Iván se acercó a ver si estaba despierta, cuando se escucharon un par de disparos, Iván me jaló y nos tiramos al piso cuando escuchamos que se rompió el vidrio de una de las ventanas. Grité, mientras él me abrazaba cubriéndome con su cuerpo. Alguien comenzó a golpear la puerta, llamándonos. “Iván” “Amaranta” “¿Están bien?”

Continuará…

“El dolor de separarse no es nada, comparado a la alegría de reencontrarse” Charles Dickens

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería

www.lacasadelasflores.com

Esta historia es parte de nuestra historia por lo que cualquier parecido con hechos reales y similares están protegidos.

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