CAPÍTULO 3

CADA ROSA TIENE SU ESPINA

No volví a ver Rodrigo hasta el día de la lectura del testamento, fue un viernes de marzo de 1976. Mientras el licenciado Enrique Jiménez Esquivel -el notario-, un hombre respetable en la ciudad por su impoluta reputación nos leyó a: Horte, Sebas, la madre superiora del asilo de ancianos del Sagrado Corazón de Celaya y yo, la última voluntad de la tía Teresa.

Cada vez que el licenciado leía su nombre “Doña Teresa”, Sebastián decía en un susurro “Pereza”, y nos aguantábamos la risa. Por más que tratábamos de portarnos como personas serias, con el chistosito de mi hermano era imposible. El notario se hacía el desentendido, como se diría coloquialmente “de la vista gorda”, pero la madre superiora, nos miraba con ojos acusadores. Si por ella fuera, seguro nos mandaba directo a arder en las llamas del infierno, junto a la “tía Pereza”.

Afuera de la sala de juntas de la notaría, se encontraban Eugenio mi cuñado y mi madre, quienes prefirieron dejarnos solos con el asunto.

“… Dejo a mis tres sobrinos Lily, Hortensia y Sebastián, mis propiedades en partes iguales y mis cuentas bancarias del banco nacional de México …Dejo al asilo de ancianos del Sagrado Corazón, la cuenta bancaria del banco comercial y mis joyas…”

Al final, el notario me dejó una carta, dirigida a mí, cosa que no me esperaba y dejó a mis hermanos con los ojos abiertos.

Todos me observaban, como esperando a que la leyera, pero no sabía si era correcto. ¿Qué tal si me confesaba algún secreto obscuro?

—No, la carta está dirigida a mí, así que la leeré en casa, en la tranquilidad del despacho o mi habitación.

El notario me indicó que debía leerla, pues al final era parte del testamento.

No tuve más remedio que tomar valor y leerlo en voz alta.

“Querida Lily,

Muero sola y con un nudo en la garganta, después de haber pasado mis últimos meses con esta terrible enfermedad. Fui mala con ustedes, y no sabes cómo me arrepiento de no haberlo resuelto antes de morir.

No espero que me perdonen, sé que fui intolerante y egoísta. Pero son lo que queda de esta familia. Mi fortuna fue la herencia de mi padre Vicente y mi hermano Raúl, y luego a su padre, que en paz descansen. Sé que, dividido entre los tres, podrán forjar un patrimonio, el mismo que yo debí fomentar cuando murió su padre, pero estaba cegada por los celos y la envidia, de verlos como una familia feliz. Me siento responsable de haberlo hecho un vago.

Aunque no lo crean, les tuve cariño, y recuerdo con nostalgia sus travesuras.

Lily, por ser la mayor y la más lista de todos, te dejo como albacea de estos bienes, esperando puedan sacarle el mejor provecho.

            Su tía Teresa (Pereza)

P.D. Dile a tu madre que lo siento.

Sebastián soltó una carcajada, después de repetir que sabía cómo la apodábamos. Hortensia ya era víctima de las lágrimas de cocodrilo y yo estaba impactada por aquellas palabras. Logré salir de mi estado de shock, cuando Rodrigo se acercó a mí ofreciéndome un vaso con agua y un pañuelo para mi hermana.

Después de unos minutos, el licenciado Jiménez procedió a darnos los documentos que debíamos firmar y nos retiramos de la sala con solemnidad. Mi madre y Eugenio nos miraban asombrados, por la cara de incredulidad con la que salimos, pero era verdad, la tía Pereza nos heredó todo y nos dejó una carta donde nos pedía perdón y decía que nos quería.

—¿Vamos por un café a la Mariposa? —Dijo mi madre, que todo solucionaba con una salida a tomar café.

Todos asentimos, mientras Eugenio, abrazaba a Hortensia y caminaban, mi madre y Sebastián los siguieron, y mi plan era hacer lo mismo, cuando una voz me detuvo.

—Señorita Lily…—Era Rodrigo, con esa hermosa sonrisa y sus ojos pizpiretos que me hacían temblar, nunca había sentido algo así en mi vida, — Debo volver a Celaya, pero mañana ¿me dejaría invitarla a salir y dar un paseo?

—Claro— sonreí, e increíblemente mi respuesta fue automática y rápida. ¿Qué me pasa?, Ni siquiera lo pensé.

—¿Paso por usted a su casa?

—Sería lo correcto—sonreí. Me marché con las mejillas ardientes y sin mirar atrás, ese hombre tenía algo que me atraía como un imán, lo sentía, pero no me importaba, por primera vez, entendía a lo que se refería mamá, y como no, si era tan guapo, tan educado, tan elegante.

—¿Te quedaste a hablar con el Licenciado Tapia?

—Sí mamá, me invitó a salir. Mañana pasará por mí a casa.

—No sabemos quién es Lily. No es de aquí. No podemos confiar él.

—Hace unas semanas pensabas que tenía que casarme o mínimo conocer a alguien y ahora que se cruza un hombre en mi camino, no te parece buena idea, no te estoy entendiendo.

Mi madre se quedó callada, y Eugenio intervino porque al parecer sabía algo de él.

—Rodrigo es de buena familia, de la ciudad de Guanajuato. Él trabaja para un despacho que representa la notaría 2 en Celaya, pero le han ofrecido venirse a Querétaro, pues el licenciado Jiménez es su padrino.

Mi madre asintió. Eugenio me guiñó un ojo, en señal de apoyo y mi corazón brincaba de felicidad, estaba emocionada o entusiasmada, no veía la hora de que fuera mañana.

—Tendré que hablar con él antes.

—Sí mamá…—Rodeé los ojos, y mi madre llamó a la mesera para ordenar.

El café con leche y el pan de piña, eran lo más exquisito que podía comerse en aquel lugar, aunque mi hermano siempre pedía una malteada y mi madre, unas enchiladas verdes.

Eugenio se divertía viéndonos pelear por tonterías en la mesa, aunque ya no éramos niños, siempre tuve una muy buena relación con mis hermanos, mi madre se había encargado de darnos una buena educación y a fomentar nuestra familia, él era hijo único, y ya nos había adoptado como hermanos. Mi madre, contenta por aquel rato en familia decidió que debíamos volver. Aunque teníamos a María Pueblito ayudándonos, a mamá no le gustaba dejarla sola atendiendo la florería, porque luego los clientes le veían la cara de mensa.

El sábado por la tarde, llegó a casa Rodrigo. Mi madre se encerró con él en su despacho, y cuando salió, caminamos al jardín Zenea a tomar un helado y a platicar.

Sentía que los minutos, y las horas no pasaban y el tiempo con él volaba. ¿Qué me pasaba? Yo nunca había sentido algo así.

—¿Qué te dijo mi mamá?, espero no te haya molestado su intervención.

—Que no te rompiera el corazón. Lo cual no está en mis planes hacerlo, de verdad me gustas y quisiera seguir viéndote si tú estás de acuerdo.

Me puse muy nerviosa y solo atiné decir:

— ¿Y qué le respondiste?

—Ni de broma, Lily.  Tengo semanas pensando en ti, no te puedo sacar de mi cabeza. Quise venir antes, pero en la notaría hemos tenido mucho trabajo, aunque me gustaría que fueras mi novia, pero antes de eso, quisiera saber si tú estás de acuerdo, saber si… ¿sientes lo mismo por mí?

—Tú escribes documentos, yo hago arreglos florales. Tú lees testamentos, yo llevo flores a los funerales, seguro tenemos mucho en común… Claro que acepto tu propuesta y nada me daría más gusto que irnos conociendo —atiné decir, mi corazón brincaba y latía tan fuerte que juré que Rodrigo podía escucharlo. Nos besamos locos por un buen rato y regresamos a la casa

A partir de aquel día, Rodrigo pasaba a verme todas las tardes. A veces platicábamos en casa, con Sebastián de chaperón, otras íbamos por un helado o por café, amaba esperar todo el día para su llegada, y la inspiración en mis arreglos florales lo reflejaba.

Si salía de viaje, que era muy seguido, me mandaba chocolates, siempre con un mensaje lindo. Decía que no me compraba flores, porque ya tenía muchas en  casa y reíamos.

Pasó la primavera, comenzó el verano, se llegó el mes de agosto y, mi hermana  comenzó con lo mismo de siempre, que ya debía casarme, como ella estaba muy feliz, y su matrimonio era perfecto creía que todas las mujeres debíamos serlo. Rodrigo ya me había estado mencionando el tema, él decía que nos casáramos cuanto antes, que él lo único que quería era compartir su vida conmigo y formar una familia, pero yo tenía mis dudas, no sé porque ya que de verdad lo amaba, me pasaba el día como tonta pensando en él. Era el tema de casarme. Tenía miedo de tener la mala suerte de mi madre, aunque al parecer a Hortensia y Eugenio les iba muy bien.

—¿Quieres un noviazgo eterno? — Me dijeron mamá y Horte un día.

—No lo sé, no lo conozco bien como para irme a vivir con él aún.

—Lily, debes hacer lo que te dicte tu corazón. Rodrigo nos ha demostrado ser un hombre educado, y que te quiere.

—¿Y la florería? Yo no quiero ser ama de casa, quiero estar aquí. Y si nos casamos…

Mi mamá me veía con ojos de madre angustiada. Y no era para menos. Los setenta fueron una década de rebeldía, yo no era hippie, pero ganas no me faltaban.

En una de las tardes ausentes de Rodrigo, llegó una de las monjitas del asilo de Celaya, donde estuvo la tía Teresa, con las cuales teníamos una muy buena relación.

—Señorita Lily, soy la hermana Lupita. Vine a la Curia a hablar con el Señor Obispo, pero antes de volver a Celaya, quise pasar a saludarla, porque se nos ha ocurrido una idea.

—Claro hermana, dígame.

—Pues aún tenemos algunas ancianitas muy activas, así que hemos estado buscando actividades pensamos poner una florería en el asilo para poder cubrir algunos gastos, es una buena idea. Y quería preguntarle ¿Podría venir usted a capacitarnos? Por supuesto podríamos cooperarle con los gastos.

—Lo haré con mucho gusto hermana y no es necesaria la cooperación, Usted dígame ¿qué día le parece bien comenzar?

—Pues un martes o un jueves.

—Anóteme su número de teléfono. Le llamo el siguiente miércoles para confirmar.

Durante los días siguientes, estuve preparando lo necesario para ir con las monjitas. Mi madre insistió en que me llevara a María Pueblito y Sebastián por si algo se ofrecía.

De Rodrigo, no había sabido, nada. Pasó por casa una semana antes para despedirse, pero al parecer, a Querétaro no había vuelto.

Llegamos al asilo del Sagrado Corazón, y como bien dijo la hermana Lupita, había señoras con ganas de trabajar y muy buena actitud.

La lección duró unas cuantas horas, les mostré algunos trucos para atar flores, y les dejé de tarea practicar. Ellas esperaban vender algunos pequeños arreglos afuera de la misa diaria, pero en realidad era una tarea ocupacional.

Sebastián estuvo dando lata, que pasáramos a comer al centro de Celaya, había un lugar de antojitos justo en el centro, que era muy famoso. “Pregunten por Doña Carmencita”, dijo mamá.

Aún estábamos en tiempo para volver a buena hora, por lo que no les costó a Pueblito y a Sebas convencerme.

Caminábamos por los portales, cuando, al pararnos en un puesto de periódicos encuentro un titular que decía con letras grandes en primera plana:

“LA DISTINGUIDA SEÑORITA MARIANA NIETO Y EL LICENCIADO RODRIGO TAPIA, SE COMPROMETIERON ESTE FIN DE SEMANA EN MATRIMONIO…” Después de un hermoso noviazgo de un año y medio, las familias de ambos anuncian la fecha de “la boda del Año”. Paré de leer y vi una foto de mi amado, con una mujer, guapísima, al parecer de la alta sociedad guanajuatense.

Sebastián corrió a sostenerme al ver que estaba a punto del desmayo.

—¿Qué te pasa?

Lo ignoré, y me acerqué a ver de nuevo el periódico. Sebastián notó lo que sucedía, tomó el ejemplar y lo pagó. Lo leyó con cautela mientras mi mente sólo daba vueltas y vueltas a las cosas. Rodrigo tenía otra mujer, y no solo eso, estaba comprometido. ¡No lo podía creer!

Lloré todo el camino de regreso. Sebastián manejaba y Pueblito, me tarareaba una canción mientras me acariciaba la cabeza que yo apoyaba en su regazo, sentía como que me faltaba el aire, y por supuesto, no podía pensar con claridad.

Al llegar a casa, me encerré en mi recámara, perdí la noción del tiempo, lloré toda la noche, y todo el día, no sé por cuánto tiempo. Mi madre intentaba consolarme, pero no le dejé, me volví un muerto viviente y así pasaron los días. Y de Rodrigo ni sus luces, bajaba al patio únicamente a trabajar las flores, esperando encontrar consuelo.

—Lily, las flores amanecieron marchitas — Dijo mi madre un día.

Al llegar al patio, los claveles, las rosas y las lilys, estaban tristes, y el resto, casi marchitas. Me di cuenta de que las flores son mi vida, y mis lágrimas las debilitan, sabía que, de seguir así, perdería. Mis flores absorbían mi tristeza, y no lo podía evitar, mandé a Pueblito a la notaría, para que preguntara por Rodrigo, y no supieron darle respuesta, solo que pronto volvería.

Desde el barandal, observé como el sol iluminaba una gerbera, la única de la cubeta que aún estaba intacta. “Un rayo de esperanza” de que él aparezca, pensé y, sonó la campana, era cerca del mediodía. Escuché la voz de Rodrigo. Corrí a mi habitación, mientras mi madre lo hacía pasar.

—Lleva seis días llorando, no sé qué le ha pasado.

—¿Puedo verla?

—Está encerrada en su cuarto.

—¿Puedo…?

Rodrigo llamó con los nudillos a la puerta, pude verlo tras el cristal biselado.

—Lily, sal cariño, tu madre me ha dicho que algo te pasa y me gustaría saber que es…

—Vete, no quiero volver a verte— le mentí. Moría por verlo, abrazarlo, besarlo, y tenerlo junto a mí, esa era la verdad, aún lo amaba y mi corazón muy debilitado aún latía por él.

—Es importante. Necesitamos hablar.

Entonces supe en ese momento que ya nada volvería a ser igual.

Continuará…

No olvides seguirnos el Capítulo 4 estará disponible próximo sábado.

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores.

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