CAPÍTULO 21
MANOS AMIGAS
Estar en el hospital haciendo guardias constantemente para apoyar a mi tía Hortensia se volvió un ir y venir constante. Pues ella no estaba para cuidar de tiempo completo al tío Eugenio y por supuesto que entre todos nos turnamos para cuidarlo, acompañarlo o hacer guardia en el hospital.
Saber que estaba en terapia intensiva nos tenía a todos con el “Jesús” en la boca. Mamá pasaba todos los días por mi tía Hortensia, lo llevaba a visitarlo, y por las noches, se quedaba Iván, mi papá o mi tío Sebastián.
Los doctores estaban optimistas, pero mi tío había sufrido un infarto cerebral, lo habían atendido a tiempo y por supuesto tuvo que someterse a otra cirugía.
“Que no se nos muera”, dijo Doña Alicia, la vecina de mi tía, una señora bastante metiche, pero al final conocida de la familia que se sentía con derecho a opinar y decir. “Vete preparando las flores por cualquier cosa”, me dijo una vez, como si uno tuviera cabeza para eso, pero es que la gente imprudente está por todos lados, no tienen filtros. Si el tío Eugenio se nos iba de este mundo o no, no estaba en nuestras manos, estaba en la voluntad de Dios, del destino, del universo, en fin… cada persona que preguntaba por él decía algo lindo o algo estúpido.
Iván estaba muy tenso, se le notaba, a pesar de todo, lo conocía. Nos manteníamos al margen, hablábamos lo necesario, en el fondo yo sabía que él se sentía incómodo, no por mí, si no por Franco y su mujer, sobre todo esta última. Franco, estaba concentrado en apoyar en lo necesario y atender las florerías. Y yo, un poco aquí, un poco allá, llevando y trayendo lo que fuera necesario.
—Ami, necesito hablar con vos — dijo Iván un día que pasé a dejar a mi madre para relevarlo.
—Claro, ¿quieres que vayamos por un café?
—¿Tenéis tiempo?
—Si Iván, por supuesto.
Lo acompañé a casa de mis tíos, Juanita la señora que les ayudaba, nos hizo el desayuno y lo sirvió en el antecomedor de la terraza. Iván se veía cansado.
—Mi tío no va a ser el mismo de antes. Mi tía Hortensia y yo lo escuchamos del médico ayer por la noche, y aunque ella dice que puede sobrellevarlo, no sé si sea una carga muy pesada para ella. Los negocios y su enfermedad.
—No estará sola Iván, siempre ha contado con nosotros.
—Lo sé, solo que no sé que hacer, de momento, no tengo nada que hacer ni en España ni en Colombia. Mi vida es un completo desastre, no me gusta Colombia, no me siento feliz, estoy allá por mi mujer, para ella es muy natural ir y venir, estar en los cafetales y hacer sus cosas. Pero yo, después de dos viajes de la ciudad a la finca, deseo volver a Valencia o a México. Y lo que voy a decir es muy duro, pero estoy usando a mi tío de pretexto para no volver.
—Ay Iván, lo siento mucho. ¿Esto lo has hablado con ella?
—Aún no. Pero, le he propuesto a mi tía Horte, quedarme un tiempo, ayudarle con los temas del negocio mientras mi tío se recupera o vemos como avanza. No será el mismo, pero podrá tomar decisiones y alguna que otra cosilla. Vamos que no estará de ocioso. ¿Te molesta que me quede?
—¿Por qué me molestaría? Eugenio es tu tío, es tu socio, es muchas cosas, independientemente de lo que tú y yo hayamos vivido, eres como de la familia. Será imposible que dejemos de vernos ¿me explico?
—Lo sé Gamaranta… Es que no sé si sea incómodo para vos o tu marido el que yo me quede aquí más tiempo del necesario.
—Iván, somos amigos. Y en lo que nosotros podamos apoyar, cuenta con nosotros, Eugenio ha sido más que un tío para mí. Es mi padrino.
—Vale…
Salí de ahí algo ofuscada, después de todo lo vivido, Iván terminaba siendo algo así como un primo o un hermano… Llamé a papá para comentar el punto y quedó de verme en la florería para hablar del tema. Mi tío Eugenio se podría recuperar, no tenía más de 65 años, pero no sería el mismo, y debíamos cuidar también de la tía Horte. Sus nervios, sus ataques de ansiedad y otros achaques de la edad, no ayudaban. El neurólogo la mandó a terapia con un psiquiatra, y a regañadientes la llevamos.
Cuando dieron de alta a mi tío Eugenio, un par de semanas después, poco a poco fue recuperando la movilidad. Hablaba bien, las secuelas eran mínimas, pero caminaba con ayuda de un bastón, su pierna derecha había sufrido algunos efectos secundarios.
Iván llevaba a la tía Hortensia a la florería todos los días por la mañana, y el se marchaba con el tío Eugenio a realzar cosas de trabajo, visitas al banco, al rancho, a la oficina y lo que fuera necesario. Los jueves de su club de Toby se reincorporaron, Franco e Iván se llevaban bien, no eran muy afectuosos, pero al final siempre coincidían en las partidas de dominó en casa de papá o la cantina de Don Amado, la Selva Taurina o el bar del Club Campestre. Nunca se veían en el mismo lugar y no siempre iban todos.
Y entonces, cuando todo parecía estar tomando el rumbo, llegó mi hermano Marco con toda su comitiva, Simonella y los “twinky wonder”, como les llamaba mi papá, los gemelos “Melisa e Iñaki”.
En cuanto se instalaron, Simonella comenzó a buscarme para trabajar.
—Yo estar muy aburrida Amaranta, no puedo estar todo mi tiempo en casa cuidando bebés. Mi salud puede ponerse peor. En Canadá no poder trabajar, servicio de “babysitter” muy caro. No puedo. Gracias que tengo una cuñada como tú…
Mi hermano me miraba con ojos suplicantes, él decía que su mujer necesitaba terapia ocupacional, pero yo, que he pasado por el proceso de ser madre de uno y viví etapas de mucho estrés cuando Diego Alexander era bebé y yo tenía que trabajar, la entendía, no me arrepiento, pero también me hubiera gustado haber tenido el tiempo para disfrutarlo solo a él, sin el estrés de sacar adelante un negocio y un hijo, que aunque tuve mucho apoyo en la familia, la responsabilidad seguí siendo mía y todo recaía en mí. Cuando el papá de Diego regresó, el compartir esa responsabilidad con él, de algún modo me quitó medio peso de encima, pero Simonella tenía dos bebés, que aunque mi madre era feliz cuidándolos, eran dos y mamá ya no tenía la paciencia que le tuvo a Alex.
—Simonella, somos una familia grande, no te preocupes porque todos te ayudaremos a cuidar de los bebés y si es necesario contratar a alguien más para que puedas tener un respiro lo haremos.
—Ami, quiero sentirme útil y productiva…—En muy poco tiempo Simonella había aprendido a hablar el español. Aún tenía sus fallas, pero nos dábamos a entender muy bien.
Yo seguía con mi cansancio mental, pero las gotitas que me había dado el neurólogo, las seguía usando cuando estaba muy cansada, así me lo indicó el doctor, eso sí no podía tomar bebidas alcohólicas porque se me podían cruzar lo cables.
Mi rutina era algo compleja, me levantaba, iba a mi clase de pilates, volvía a casa, me arreglaba, desayunaba con Franco y él se iba a El Rey de las Flores, Alex se iba desde temprano a la universidad y luego a su florería. Yo pasaba por Simonella y los bebés, los llevábamos a casa de mi madre, quien se esmeraba en darnos alguna lección de vida y otras nos regañaba por alguna tontería, de ahí, nos marchábamos a La casa de las flores y mi tía Hortensia iba unos días a Alcatraz y otros con mi mamá.
Teníamos un montón de trabajo, varias bodas en puerta, homenajes y en particular un contrato de varios congresos en varios hoteles. No eran arreglos muy ostentosos, pero eran muchos.
Simonella era algo rara, a veces se ponía los audífonos y se pasaba la mañana concentrada en alguna actividad, limpiando flores o acomodándolas. Tenía como una obsesión en acomodarlas por colores. Otras veces se pasaba el día armando coronas o bases para los arreglos más comunes. Pero era muy buena armando arreglos especiales, tenía una facilidad para los arreglos vintage o Indie. Era como una técnica muy particular, le pedí varias veces que me enseñara, pero era como un toque muy particular que solo le salía a ella.
Las primeras semanas, todo caminaba bien, sin contratiempos, hasta que un día, Marco tuvo que viajar a Paris, un viaje de negocios y Simonella se transformó. La escuché hablando por teléfono en francés con Marco, no entendía bien lo que hablaban, pero ella estaba muy enojada. Cuando terminó la llamada, me miró con ojos de furia y agregó:
—Tu hermano piensa que soy un robot, yo no poder sola con dos hijos.
Salió de la florería muy molesta, la vi caminar hacia la casa de mis padres, seguro iba a ver a los “twinkis”, pensé en seguirla, pero mi tía Hortensia me detuvo.
—Déjala, necesita su espacio.
—Está muy estresada, siento que se pone los audífonos para que no notemos que está alterada. Siento que se altera por cualquier cosa tía, ¿tú has hablado con Marco?
—No mucho, pero me temo que están viviendo mucho estrés, él trabaja mucho y ella no tiene paciencia para los dos bebés, que además están ya muy inquietos, gatean por todos lados y no tardan en empezar a caminar.
—Quisiera ayudarlos, pero no sé qué más puedo hacer…
—Amaranta, ya haces suficiente con darle trabajo. Deja que ellos lo resuelvan y si necesitan ayuda que la pidan.
—Pero…
—Hazme caso.
Aquella tarde, le mandé un mensaje a Marco pero no me respondió. Luego fui a ver a mamá y me dijo que pasaría la noche con Simonella, pues estaba muy cansada, pasar la noche con los gemelos inquietos era común si Marco no estaba.
Al llegar a casa por la noche, Alex se acercó a saludarme y me abrazó. Él sabe identificar cuando necesito un abrazo y necesito desahogarme.
—¿No ha llegado Franco?
—Sí, llegó, pero le llamó mi tío Sebastián y se volvió a salir.
—Qué raro, no me dijo nada.
—¿Qué te pasa má? Estás preocupada por algo.
—Son muchas cosas, mi tío Eugenio, mi tía Horte, Simonella, los bebés, mi mamá, siento que me sofoco con sus problemas, pero no me puedo desentender…
—Má, te vas a volver a enfermar, deberías irte con Franco de viaje por ahí, aunque sea unos días a la playa. Los siguientes fines de semana están tranquilos, nosotros nos organizamos, ya están Simonella y mi tía Horte en acción otra vez.
Sí me urgían esas vacaciones, pero no estaba del todo segura de que fuera el momento adecuado. A las once de la noche, me llamó mamá, estaba preocupada y como estaba en casa de mi hermano, me preocupé que pasara algo con los bebés.
—Ami, Iñaki está ardiendo en fiebre, tenemos que llevarlo al hospital. Le llamé a Sebastián pero tiene su teléfono apagado.
—Salió con Franco, déjame llamarlo, pero no te preocupes, yo voy por ustedes.
Llamé a Franco en el camino, y me contestó:
—¿Dónde están? — Le dije molesta.
—Con tu papá, en su casa.
—Voy camino a casa de Marco, me llamó mi mamá. Iñaki está enfermo y lo vamos a llevar al hospital.
—¿A cuál?
—No sé, creo que el de la Santa Cruz es el más cercano. Los vemos ahí en urgencias.
Pasé por Simonella e Iñaki. Mi mamá se quedó con la bebé, que estaba dormida. En urgencias, nos alcanzaron Franco y Sebastián. Yo estaba molesta, no porque anduvieran de parranda, sino porque no era jueves y no me habían avisado. Simonella estaba molesta también, pues para ella era importante que Marco estuviera con ella en estos momentos, pero no decía nada, solo miraba el celular, como esperando una llamada.
—¿Por qué no le llamas?
—Tengo días que no le hablo. Estoy muy enojada, no quiero hablarle.
—Simo, creo que no es momento para ponerte orgullosa. El bebé está enfermo, al menos envíale un mensaje.
A regañadientes le escribió, y a los pocos minutos sonó su teléfono. Simonella comenzó a llorar y se salió de la sala para hablar. Los doctores seguían tratando de bajarle la temperatura a Iñaki, pero lo peor fue cuando lo llevaron a Rayos X y por fin encontraron un diagnóstico.
—El bebé tiene neumonía.
Mi corazón se apachurró, ver a mi sobrino así, enfermito me rompía el corazón. ¿Porqué las cosas malas se juntan una tras otra? Simonella que ya había hablado con mi hermano, se puso a llorar otra vez, Marco ya estaba preparándose para volver y eso le cambió el carácter a Simonella.
—Debemos internarlo de inmediato y comenzar a darle tratamiento intravenoso de inmediato.
Asentí con la cabeza, mientras Simonella esperaba mi reacción. En el fondo sabía que mi opinión era valiosa, y sin duda tratándose de neumonía, yo estaba consciente de que no podía esperar. De pronto en el sillón de a lado, estaba una familia esperando otro diagnóstico, un señor que entró unos minutos antes que nosotros, lo llevaron al quirófano, no sabíamos de qué, pero su esposa y sus hijas lloraban inconsolables. Yo no estaba para más drama, por lo que le pedí a la doctora Alcocer que nos pasara a una habitación a la brevedad.
A los pocos minutos, llegaron Franco y Sebastián. Simonella estaba preocupada por el bebé y llamó a mi mamá para ver cómo estaba Melisa y comentarle del diagnóstico de Iñaki.
A la mañana siguiente, el bebé ya estaba bien. Reaccionó muy bien al tratamiento y el doctor dijo que pronto podrían llevarlo a casa. Marco llegó por la noche. Me ofrecí a quedarme con el bebé, para que ellos pudieran hablar. Cuando volvieron, tenían otra cara. Cara de reconciliación. Entonces, decidí salirme a fumar un cigarro, un vicio que va y viene de mi vida, sobre todo cuando estoy estresada.
La familia de la noche anterior estaba ahí, llorando. En el transcurso del día había hablado con ellas. Su padre había sufrido un infarto y estaba delicado, la mamá estaba desolada, no tenían dinero, acababan de llegar a vivir a la ciudad, pues las niñas estaban estudiando en la UAQ. Pero ahora su padre había muerto. No tenían trabajo, no conocían a nadie, estaban totalmente solas. De pronto la historia de vida de mi abuela me llegó a la mente. Ella pudo salir adelante sola, pero si la tía de mi padre no las hubieran desamparado, otra historia hubiera sido.
A la mañana siguiente, le pedí a mi papá que les ayudara con el funeral, a Pueblito que me preparara unas flores para el sepelio y se las mandé a la funeraria. Cuando llegué a las capillas velatorias, la señora, que se llama Evelia, se acercó a darme las gracias con los ojos llorosos.
—¿Cuánto te debo por todo esto de las flores? Te vamos a pagar, con las cuentas del hospital y esto, no sé como vamos a sobrevivir.
—No se preocupe ahora por eso, si quiere trabajo, yo le tengo un trabajo, y si sus hijas también quieren trabajar, también son bienvenidas. Por ahora, despida a su esposo como se merece, ya mañana, veremos que podemos hacer para resolver el resto.
—Gracias Amaranta, eres un ángel.
Ahora Evelia, es la nana de los bebés, Simonella y Marco han logrado tener mejor comunicación. Las hijas de Evelia, Gaby y Any, están conmigo en la florería, una nos ayuda con la logística, y la otra nos apoya los fines de semana. Las tres, han vivido un duelo complicado, pero no tuve corazón para no ayudarlas.
“Casi todas las cosas buenas, nacen de una actitud de aprecio por los demás” Dalai Lama
Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería
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