CAPITULO 3

EUGENIO

Hortensia tiene un carácter que da miedo, en los años que tenemos juntos, no voy a negar que hemos tenido nuestros altibajos, sobre todo porque ella tuvo una etapa de muchas inseguridades que no sé de dónde vinieron, pero al final lo hemos superado.

Por unos años, estuvimos esperando que llegaran los hijos, pero eso nunca sucedió. Ella me dijo que, si no llegaban, no pasaba nada, pero es que con Amaranta su sobrina, su dosis de maternidad se veía saciada, las temporadas que pasaba en Querétaro, era atender a Amy de tiempo completo.

Cuando fuimos a Guerrero a buscar a mi cuñada Lily, después del accidente de Rodrigo, Hortensia se dedicó un tiempo a cuidarla. Iba y venía de Querétaro, como si estuviera a la vuelta de la esquina, y cuando supimos que estaba embarazada, Hortensia no se estuvo quieta.

Por supuesto que cuando nació Amaranta, fuimos los elegidos para ser sus padrinos de bautizo. A mí me costaba trabajo ese papel de tío, sin embargo, cuando Lily me pidió que fuera padrino junto con Hortensia, entendí que mi papel sería mucho más que el de un tío eventual, pues Amaranta no tendría una figura paterna, más que la de su abuelo y su tío Felipe.

Yo tuve una excelente relación con Rodrigo antes del accidente, y el duelo de su partida nos tenía a todos con la cabeza dando vueltas a muchos temas. Por fortuna, mi cuñada Lily, aunque se veía el dolor de la pérdida – y más porque nunca pudimos dar con sus restos-, no tuvo límites en sacar adelante a Amy. Y honestamente, la niña era tan tierna que se ganaba el cariño de cualquiera.

Con el tiempo, creí que Hortensia hubiese querido ir a visitar a los médicos de fertilidad, para ver porque no había quedado embarazada, pero no lo hizo. Yo fui el primero en mencionarlo y un día me dijo:

—Si no podemos tener hijos, es la voluntad de Dios.

Entones dejé de insistir, pues ya alguien nos había comentado que eran tratamientos desgastantes emocional y físicamente también.

Al poco tiempo de aquella conversación, Hortensia tuvo un retraso en su periodo. Sé que me lo ocultó porque luego me confesó lo ocurrido. Se marchó sin decirme nada a una clínica para hacerse los exámenes de sangre, donde se confirmó que estaba embarazada. Cuando me dio la noticia, me quedé pasmado, el ser padre es una gran responsabilidad, y yo ya estaba hecho un poco a la idea de que no seriamos padres. Pero la ilusión y el brillo en la mirada de Hortensia me inyectaron una emoción indescriptible.

Amaranta ya iba a cumplir un año, Hortensia iba cada dos o tres semanas a Querétaro a ayudar a su hermana en la florería y a disfrutar a su sobrina. Cuando supe del embarazo, lo primero que hicimos fue planear un viaje a Querétaro para darle la noticia a su madre, a mi tía Sandra, y a mis cuñados.

Según las cuentas, tenía apenas unas ocho semanas, y en efecto, los síntomas comenzaban a darse. La pobre vomitaba todas las mañanas, perdiendo el apetito.

Un día, al volver del trabajo, la encontré desmayada en el jardín. Cuando me acerqué a verla, su ropa estaba teñida de sangre, no reaccionaba, la llevé cargando al carro y salí disparado a buscar un hospital.

Llegamos a urgencias, y se la llevaron dejándome ahí, angustiado y llenando el formulario de ingreso, con un nudo en la garganta y el corazón apachurrado.

—¡Está embarazada! — Recuerdo que se los repetía una y otra vez, mientras una de las enfermeras trataba de tranquilizarme.

Después de la pérdida de aquel bebé, pasamos un duelo que no compartimos con nadie. Era una época donde hablar de estas cosas no era común. Te juzgaban, y más a las mujeres, era como si el mundo te restregara en la cara que no servías para traer hijos al mundo.

No fue fácil para ninguno de los dos, Hortensia se dedicaba a sus estudios y las flores, yo a trabajar. Si hubo un distanciamiento extraño, hasta que un día, decidí que no podíamos seguir cada uno con su vida como si fuéramos solo compañeros de departamento. Así que por consejo de mi tía Sandra, que buscáramos una ilusión juntos, en lo que se veía lo de nuestra infertilidad, porque a ciencia cierta, nunca supimos si el del problema era yo, o era ella.

—Ya sabemos que si puede embarazarse… — Dijo el médico —. Solo tienen que seguir intentando.

Siguiendo el consejo de mi tía, decidí que una opción era poder hacernos de un terreno y construir nuestra casa. El negocio iba bien y, además, yo recibía regalías de la finca de naranja, era una cuota que nuestros abuelos decidieron darnos a los nietos, solo por ser parte de la familia. Obviamente, mis primos que trabajaban en la finca tenían un sueldo además de sus bonos.

Con ese dinero que había ahorrado y tal vez un crédito, podríamos hacernos de una buena casa.

Aquel día la llamé, le dije que quería invitarla a comer a un lugar especial. Nos fuimos a un restaurante que se llamaba El palomar, donde servían buenos cortes de carne, pastas y comida típica mexicana, pero de alta cocina. Cerca de ahí, en la colonia del Valle, había un terreno en venta, ya había ido a verlo antes de contarle el plan a Hortensia. Cuando terminamos de comer me dijo:

—Siento mucho haberme alejado tanto de ti.

—Horte, te entiendo, yo también me siento triste por la pérdida, pero no sé que hacer para compensarte.

—Estaba muy ilusionada.

—Yo también cariño, pero debemos seguir adelante. Y podemos seguir intentando.

Ella me miraba con los ojos llorosos. Y por fin, se animó a darme un abrazo. Nos quedamos así un buen rato. Llamé al capitán del restaurante para pedir la cuenta y le dije que tenía una sorpresa para ella.

Salimos y caminando, la llevé a la calle de Moras, y me detuve justo frente al lote baldío.

—¿Por qué te detienes? — Me dijo.

—Estaba pensando que tal vez sea momento de hacernos de nuestra casa. ¿Qué te parece este terreno?

—¿Es en serio? — Me miró con los ojos brillosos.

—Por supuesto. Tengo ahorrado un dinero en España y estoy seguro de que podemos conseguir un financiamiento para construir. ¿Qué te parece? Hablé con el propietario y está dispuesto a venderme el terreno mañana mismo, si quieres.

Nunca pensé que fuera a reaccionar de esa manera. Se puso a brincar y me abrazó emocionada. De haber sabido que se pondría tan feliz, lo compro antes.

Al volver a casa, llamó a doña Margarita para contarle la noticia, luego a Lily y en seguida, sacó un montón de revistas y se puso a anotar ideas y a dibujar en un cuaderno. Me preguntó como cien veces las medidas del terreno y no sé cómo, pero en un par de horas ya tenía claro como quería la casa.

—Necesitamos un arquitecto — agregó. Y yo como zombie me le quedaba viendo sin saber que decir. Solo asentí con la cabeza.

Pasaron los meses, y al final, pudimos cerrar el trato de la compra del terreno. Pero para construir, todavía nos faltaba presupuesto. Decidimos dejar la idea unos meses, en lo que juntábamos para iniciar la obra, mientras tanto, el arquitecto Cutberto Pell, nos preparaba una propuesta con las ideas de mi mujer, que en verdad me habían dejado sorprendido, ese talento no me lo esperaba.

Por un tiempo, nos olvidamos del tema de los bebés y Hortensia seguía con la idea de que ya llegarían si es que Dios así lo quería. Yo no quise insistirle y al final, seguimos con nuestras rutinas.

Seguíamos viajando a Querétaro cada cierto tiempo, y Horte se iba a ayudar a su madre y a Lily cuando tenían eventos grandes o en días especiales, como el día de las madres, que siempre terminaban agotadas, y pasaban un par de días histéricas.

Amy tenía unos cuatro años, cuando su tío Felipe organizó una misa de aniversario luctuoso por Rodrigo. Era importante que nos fuéramos a Querétaro, ya que además de la misa, Lily organizaba un pequeño banquete en honor a Rodrigo.

Esa tarde, el señor Tapia, nos comentó que había publicado en los periódicos de la región de Guerrero, la foto de Rodrigo, esperando alguien nos pudiera dar noticias, tal vez alguien había encontrado el cuerpo. Como cada año, las esperanzas estaban perdidas, pero unos días después, alguien llamó desde Chilpancingo, para dar noticias de un hombre con pérdida de memoria y coincidía con el hombre de la foto.

Al día siguiente, Lily, Felipe y yo, tomamos carretera rumbo a Chilpancingo, a encontrarnos con el que quizá era Rodrigo. Lily no sabía que hacer, todo el camino estuvo llorando y durmiendo.

—Tengo miedo de que no sea él, será muy doloroso si resulta que es otra persona…

Felipe la consolaba, Lily era una mujer fuerte.

El reencuentro fue difícil, y al final Rodrigo pudo recuperar su vida, aunque no el tiempo perdido. Con ayuda de todos, recuperó la memoria, y a Amaranta, quien se volvió de inmediato su vida entera.

Rodrigo y yo, éramos compadres, de corazón. Teníamos una amistad única, y su hermano Felipe, aunque era sacerdote, también se unía a las reuniones ocasionales entre hombres.

En septiembre de 1985, viajamos a Querétaro, pues Lily había organizado una noche mexicana. El terremoto de aquel 19 de septiembre sacudió al país entero con el desastre. Volver a la ciudad era casi imposible. Hortensia estaba con la angustia de saber que la casa estaba bien, pero no había manera de contactar a nadie, las líneas telefónicas estaban caídas.

Muy a nuestro pesar, tuvimos que esperar un par de días, para que nos dejaran volver, aunque para ese entonces, ya habíamos contactado a una vecina que nos dio santo y seña de lo sucedido. Nuestra casa estaba bien, no había pasado de que se rompieran algunas copas de la vitrina.

Hortensia, junto con Doña Rebeca, se dedicaron a hacer arreglos florales y coronas. Días enteros estuvieron trabajando. No cabía duda de que mi mujer es maravillosa.

La noticia del terremoto tenía al mundo entero en duelo. Mucha gente caminaba desesperada por las calles buscando a sus familiares. Los equipos de rescate llagaban de los rincones más lejanos del mundo. Y las noticias, día con día, iban aumentando las cifras de las pérdidas humanas y materiales.

Fueron meses, para poder recuperar un poco la calma y volver a la rutina, pero la ciudad seguía triste, con toneladas de escombros regadas por todos lados.

—¿Y si nos vamos a vivir a Querétaro? — Le dije a mi Hortensia.

—No, pero tal vez si me gustaría pasar por allá una temporada.

Y así fue, nos quedamos unos días en casa de la tía Sandra y otros en casa de mi suegra, pero al final convencí a Hortensia de viajar a España.

—¿En serio? ¿A España? ¿Cuánto tiempo?

—Unas dos semanas, para que valga la pena el viaje…

Lily, al escuchar aquello, accedió. Era la oportunidad perfecta para estar juntos, sin gente merodeando y estar solos.

Al llegar a la finca, Hortensia se puso en su papel de florista, todos los días salía al jardín de mi abuela, y con su peculiar creatividad armaba unos centros de mesa para el comedor de la finca. Mi abuela Engracia, que en aquel entonces debió tener unos ochenta y cinco años, se sentaba en su banca a contemplar su jardín, por horas. A veces llevaba su tejido, otras solo su taza de café por las mañanas y un licor de naranja por las tardes.

Por varios días, las miraba conversar, mientras mi sobrino Iván y yo, ayudábamos en la cosecha del huerto.

Una tarde, al volver a la finca, encontré a Hortensia llorando. Y al verme me dijo:

—¿Y sí adoptamos?

—Adoptadme a mí, tía Horte. Mira que soy un tío muy lindo y mi madre no para de gritarme, el tío y vos, sois los mejores.

—Tal vez cuando seas grande… ¿Te gustaría?

Y así fue, cuando Amaranta cumplió quince años, entre sus abuelas y nosotros, la llevamos de viaje a España, me caché al Iván espiando a mi sobrina y me han entrado unos celos que tuve una charla con él, muy fuerte.

—Pobre de ti si te acercas a Amaranta. Ella no es una tía cualquiera ¿entendiste?

—Vale tío, al menos podio dirigirle la palabra.

—Lo necesario. Y eso sí, más te vale que la cuides de los pelafustanes de la ciudad. — Amaranta ya era una mujercita preciosa, Rodrigo y yo ya habíamos conversado de que Amy, paraba el tráfico, era guapa, de cara preciosa y ya no tenía cuerpo de niña. Rodrigo le espantaba los pretendientes, mientras disque la acompañaba a los mandados de las flores que le encargaban su madre o su abuela. Pero Amy se las ingeniaba para verse con su enamorado. Había un muchachillo por ahí pretendiéndola, pero su padre y sus tíos éramos unos celosos en potencia.

Iván se viviría en la ciudad de México con nosotros un tiempo, antes de volver a Madrid y hacer la universidad, el par de adolescentes, nos vieron la cara, pues se veían a escondidas cuando ambos, estaban en mi propia casa. Amy, fue tremenda y el tarado de Iván se las arregló para andar a escondidas. A mi me decía que era como su hermanita, que jamás le faltaría al respeto, pero un día, los vi besándose en la sala de mi casa. Ya eran mayores de edad, por lo que no podía hacer nada al respecto, pues Hortensia, no me lo permitió.

—Deja que ellos se arreglen, no te metas— me dijo.

Sé que Iván hizo de las suyas, y luego un día, muchos años después, Amaranta me confesó que Iván había sido el amor platónico, pues no estaban destinados a estar juntos, aunque lo intentaron.

No tuve hijos, pero Amaranta e Iván, son mis sobrinos consentidos. Siempre hemos visto por ellos, aunque las cosas no salieron bien en un inicio. Luego llegó Marco, el segundo hijo de Lily y Rodrigo, y también se fue ganando nuestro cariño.

Amy, se embarazó, decepcionando a su familia, por lo que Hortensia y yo decidimos apoyarla lo más posible. Iván, se casó con su novia de toda la vida, dejando a Amy con el corazón hecho pedazos.

Pensamos en adoptar, antes que en un tratamiento de fertilidad, pero Hortensia seguía con la idea en la cabeza de que Dios sabía por qué hacía las cosas y si su destino era no tener hijos, pues no tendría hijos.

Los dos rehicieron sus vidas, Amy tiene un esposo maravilloso: Franco. Un hijo que es como nuestro nieto, Diego Alexander, dos hijastros, los hijos de Franco; Beto y Charlie, y mi sobrino Iván, después de varios fracasos amorosos, por fin se juntó con Mayte, una chica colombiana y viven en Cartagena.

Ahora, después de tantos años, cuando murió mi tía Sandra y me dejó algunas de sus propiedades, hemos vuelto a Querétaro, vivimos en la que fue su casa, una hermosa casona con un bello jardín, en el centro de Querétaro. Tenemos dos perros, un pastor belga y un cocker spaniel, Hortensia, siguió los pasos de su hermana, y en el zaguán de la casa se animó a poner su propia casa de las flores.

Pero Hortensia y yo, no estamos bien, ella está muy seria conmigo de un tiempo para acá. Y es que ha descubierto algo que me le he ocultado por años. ¿Recuerdan a Lola? ¿La que era mi secretaria? Pues, ha descubierto mi secreto, una vez, solo una, me acosté con Lola. Justo un día antes de correrla de mi negocio. Pero, veinte años después de aquello, me entero de que tiene un hijo y todo indica que es mío. Eso ha sido una noticia que ha decepcionado a mi Hortensia, lo hecho, hecho está, y ahora es mi turno de responder a mi falta.

“No te des prisa en tu espíritu a sentirte ofendido, porque el ofenderse es lo que descansa en el seno de los estúpidos” (Eclesiastés 7:9).

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería

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