CAPÍTULO 4
IVÁN
Cuando conocí a Amaranta, me quedé embelesado con su belleza. Era la mezcla perfecta latina y española. En cuanto la vi entrar a la finca con el tío Eugenio y la tía Horte, supe que habría problemas con mis hormonas. Claro que yo jamás iba a reconocerlo. Yo era un chico guapo, tenía a todas las chicas del cole y de mi barrio a mis pies. Yo fui un casanova con cara de perdonavidas, siempre tenía novia y para ser franco, nunca fui fiel. Lo hubiera sido por Ami, pero nuestra historia de amor no comenzó bien y por algo dicen que lo que mal empieza, mal acaba.
La saludé cuando me la presentaron y de inmediato me subí a mi papel de hombre inalcanzable, ese era mi mecanismo de defensa cuando me topaba con chicas que me gustaban demasiado.
Ella se veía linda, algo tímida, como si no estuviera contenta de viajar con puro adulto, y la entendía, sus tíos, sus abuelas y un tío sacerdote, que plan. Y lo peor, mis padres me enviaban con ellos de viaje por Europa y luego a México, donde pasaría un año sabático, eso sí, trabajando con mi tío Eugenio en su empresa. Pero la experiencia de vivir en otro país, siempre me ha parecido fascinante.
Durante el viaje, no hice más que molestarla, se veía tan linda cuando las mejillas se ponían rojas de las rabietas que le hice pasar. Cuando estábamos solos le llamaba “Garamanta”, y se enojaba muchísimo. Cuando estaba mi tío me portaba como todo un caballero, pero luego, cuando volvíamos a estar solos, me volvía un cabrito frito.
Un día, en la playa, fue inevitable no contemplarla. Al parecer mi tío se percató de ello y me salió con un sermón moralista: “Ella es como tu prima, no vayas a hacer alguna estupidez, es más chica que tú, apenas va a cumplir quince años, debes cuidarla… “Y bla, bla, bla.”
Yo tenía mi plan ultrasecreto. Haría que Amaranta se enamorara de mí, solo por orgullo. Una palomita más a mi lista de retos personales, aunque yo ya estaba más enamorado de ella que ella de mí.
Un día me enteré de que tenía novio, un tal Rafael, la escuché hablando del tema con su tía Hortensia, mientras le ayudaba a hacer unos centros de mesa de flores. Porque para esa familia, todo era flores. En las calles de Paris, hacían paradas a cada rato, su abuela Margarita y Hortensia desmenuzaban cada novedad que tenía que ver con flores.
Afortunadamente, alguna tarde, mi tío Eugenio me invitó a tomar algo a solas. Pues el padrecito tenía que hacer algunas actividades religiosas y eso para mí era un respiro.
—Os gusta Amaranta, sois un pillo, os he visto tirarle los tejos.
—Eso no es cierto. Es una tía presumida y pija, jamás.
—A mi no me engañas, ya estás advertido, estás colado por ella y más os vale portarte bien, que tengo que llevarla de regreso a casa integra ¿me escucháis? —Esa fue una de tantas advertencias, pero si yo no le era indiferente a Amaranta, las cosas serían distintas.
En Roma no pude fingir más. Dio la casualidad de que el papa Juan Pablo II, daría una audiencia a todos, pero no había lugar para Ami y para mí. Los tíos nos organizaron un plan turístico y yo me las ingenié para escaparnos de éste.
Caminamos por las calles de Italia, al principio ella estaba renuente, pero al final, pasamos un día increíble. Ese día me di la oportunidad de ser yo y ella también. Sin mirones, sin espías, en una ciudad como Roma, no hacía falta nada. Pude disfrutar su compañía y consentirla un poco, solo un poco.
Al igual que su abuela, se detuvo en los puestos de flores, hacía preguntas, sabía algo de italiano, yo no, pero me daba a entender. En Francia me pude dar el lujo de humillarla con el idioma, pero no en Italia.
Luego se detuvo a ver unos dijes de murano, flores para variar. No compró ninguno, sé que no traía mucho dinero para gastar, pero yo sí. Mientras se adelantaba, yo los compré y los guardé en la bolsa interna de mi chamarra.
Luego caminamos de la mano, hicimos algunas travesuras y moría por besarla, pero si lo hacía, no podría controlarme, ella tenía apenas catorce años. Y un pedazo de imbécil como novio, no le conocía, pero ya le odiaba.
La llevé a comer a una taberna, busqué algo que no fuera de turistas, pues es más caro y no es tan rica la comida. Esa tarde, conocí a una Amaranta encantadora, era una niña buscando crecer sin que la detuvieran. Platicamos toda la tarde, se me fue el día muy rápido, nos tomamos de la mano y nos regalamos miradas coquetas, pero no la besé, no podía. Le había prometido a mi tío Eugenio que me portaría bien con ella, era lo mejor. La diferencia de edad no era mucha, pero yo ya era mayor de edad.
De pronto, nos dimos cuenta de la hora. El sol estaba por meterse. Y los tíos y las abuelas estaban locos de preocupación cuando llegaron al hotel y aún no habíamos vuelto.
El padrecito estaba en la puerta del hotel esperándonos. Nos puso una regañada marca diablo y nos mandó a buscar a las abuelas mientras el avisaba a mi tío que ya habíamos vuelto.
Al subir al elevador, le dejé claro a Ami que no podíamos ser amigos, que no se le ocurriera dirigirme la palabra, la acorralé dentro, la puse nerviosa, moría por besarla, pero por suerte sonó la campana de que habíamos llegado al piso correspondiente.
Aquella noche, Eugenio habló conmigo largo y tendido.
—No sé que hicieron esta tarde, pero más vale que te hayas comportado. Ami es como mi hija ¿lo entiendes? Debes tratarla como una hermana o una prima, no quiero que juegues con ella, porque te conozco, sois un don juan cuando te lo propones. Entiéndelo. Amaranta está prohibida para vos. ¿Os ha quedado claro?
Amaranta y yo no nos hablamos el resto del viaje. Volamos a México y su padre nos fue a recoger al aeropuerto. El tío daba miedo, por algo mi tío Eugenio cuidaba a Amaranta como su propia hija. La casa de mis tíos, bastante maja, como decimos en España, llena de buen gusto, sin duda por el toque de la tía Horte, porque mi tío, no lo creo.
Después de cenar, se marcharon todos a dormir. El calor estaba insoportable, por lo que me bajé a dormir a la sala, donde estaba más fresco.
Más tarde, escuché ruidos en la cocina, era Ami, parecía un ratoncito asustado buscando agua para beber.
La sorprendí. En cuanto me vio sus mejillas se enrojecieron, y por más que trataba de esquivar mi mirada, no era posible. Ami me tenía loco, en ese momento las palabras de mi tío Eugenio resonaban en mi cabeza. Ella se había servido helado de limón. Me acerqué a besarla, probar su sabor a limón azucarado, pero me detuve.
—Vete a dormir niñata…
Sé que le dolía que la ignorara, pero era lo mejor. Corrió de nuevo, como un ratoncito asustado, mientras yo me quedé con el corazón latiendo a mil por hora.
Al día siguiente se marcharon temprano, nos despedimos cordialmente, cuando ayudé a subir las maletas, le dejé los dijes de murano dentro de la suya y un pequeño mensaje.
“Nos volveremos a ver Garamanta” El espíritu nocturno
A la semana siguiente, me volví el mandadero de mi tío Eugenio y de la tía Hortensia. Ella también tenía una florería, y aunque tenía personal, siempre había un pedido que entregar fuera de tiempo, alguna cobranza pendiente, en resumen, aprendí a moverme en la ciudad de México con rapidez. Entre mi tío y mi tía, no paraba. Mi tío me dejaba recados en la florería y viceversa.
De pronto, me enteré de que viajaríamos a Querétaro, nos hospedamos en casa de la tía Sandra, ella era mi tía abuela, o algo así, no la había tratado mucho, pero ella había visitado la finca de Valencia unas cuantas veces.
El motivo de aquel viaje era la fiesta de quince años de Ami. Tenía unas ganas inmensas de verla, hubiera querido ver su cara cuando encontró los dijes de murano que dejé en su equipaje. Pero al llegar a la fiesta, la muy tonta me ignoró, estuvo con sus amigas y con el imbécil de su novio. Por supuesto pasé toda la fiesta con mi cara de amargado, por más que mis tíos intentaron que conociera a las amigas de Amaranta.
Al día siguiente, estuvimos en casa de la tía, pues habían organizado un almuerzo con la familia de la tía Hortensia. Ami llegó y me ignoró por completo. Me di cuenta de que traía una cadena con los dijes de murano, luego su madre me descubrió varias veces observando a aquella chica que me estaba volviendo loco.
Amaranta se fue a los columpios, el jardín de aquella casa era enorme, me pareció un buen momento para acercarme. Me senté en un columpio y comenzamos a charlar.
—¿Te gustaron los dijes?
—Muchas gracias, fue un lindo detalle.
—Espero te acuerdes de mí cada que los uses.
—Como no hacerlo — me respondió mientras yo, me acercaba a besarla. Fue un beso tierno, pero los dos lo deseábamos. Sin embargo, olvidé donde estábamos, pues su madre nos descubrió y le gritó desde una ventana.
Nos separamos y salí corriendo de ahí. Eso nos iba a ocasionar algunos problemas. Amaranta discutió con su madre y huyó, salió corriendo de la casa de mi tía y por un buen rato la buscaron.
Luego me enteré de que se había marchado con el imbécil de su novio y tuvieron un accidente en la carretera. No pasó a más, pero cuando Hortensia nos contó que los habían llevado a urgencias, estuve a punto de salir corriendo a buscarla. Pero no valía la pena. Ella prefería estar con Rafa que conmigo, y además, yo era mayor de edad, todo se complicaba.
Para distraerme y hacer amigos, me inscribí a clases de música en un estudio cerca de la casa, no se me daba nada bien, pero hice un buen grupo de amigos. Varios de ellos tenían sus bandas y tocaban en un bar que se llamaba Bull Dog.
Unos meses después, sin saber nada de Amaranta, llegó a casa de mis tíos junto con su padre. No hubo manera de escaparme, cuando mis tíos me hicieron que la llevara conmigo a mi salida sabatina con los amigos.
No me quedó más remedio que fingir ante su padre y mis tíos que todo estaba bien entre Ami y yo. Ella me miraba suplicante para que no la invitara, pero hice todo lo contrario.
Pasamos por unos amigos, Mario, Isra y Montse, estos últimos eran novios. Acribillaron con preguntas a Ami y esta solo hablaba del imbécil de Rafael y sus flores.
Al volver al auto saliendo de la reunión comenzamos a discutir. Me reprochó que la ignoraba, que yo no le importaba, después de que yo le reclamé porque el imbécil de su novio no la cuidaba.
—¿Cómo podéis decir que no me importáis? — Grité —. Pienso en vos todo el maldito día. No soporto pensar que estéis con ese pedazo de imbécil. ¡Me volvéis loco Amaranta! Me he mantenido lejos de vos porque no puedo resistir. Sois muy joven y yo no puedo estar contigo.
Entonces fue inevitable, la tomé del rostro y la besé, con pasión, con toda esa adrenalina que estaba conteniendo cada vez que la veía.
Al día siguiente tuvieron que marcharse pronto, pues su madre comenzó con el trabajo de parto. Nos llamábamos con frecuencia y ella siempre encontraba pretextos para escaparse a la ciudad de México y pasar unos días conmigo. Lo único que malo es que no terminaba con Rafael, pero yo tenía novia, así que no podía exigirle que lo terminara, sobre todo porque Ami no sabía de su existencia. Sí, fui un hijo de… lo sé, pero era la única manera de tenerla.
Logramos escaparnos una noche a Cuernavaca, fue un día mágico, todo salió perfecto, la llevé a cenar, pasamos nuestra primera noche juntos, sin miedo a ser descubiertos, como una pareja que se ama de verdad. No le dije que la amaba, pero esperaba en el fondo que ella comprendiera que no era nuestro tiempo. La conexión que teníamos Amaranta y yo era fantástica.
Cuando me llevaron al aeropuerto, ella se despidió de mí a regañadientes. Sé que mis tíos sospechaban nuestra complicidad, pero no hasta donde.
Pasó el tiempo, intenté no saber de ella, pero tres años después, tuve que viajar a la ciudad de México por unos asuntos familiares. Al llegar, me enteré de que Amaranta había terminado con Rafa, por fin, pero se marchaba a vivir a Estados Unidos por un año. Los planes de estar con ella un tiempo se fueron al diablo.
La ví, solo un par de días, ella hizo lo imposible por evitarme, pero yo traté de acercarme varias veces. Sabía que aún estaba dolida, pero en aquel entonces era lo mejor. Ahora ella ya tenía 18 años, estaba hermosa, cuando la vi, el corazón dio un vuelco y dolía su rechazo.
Se marchó a la florería con la tía Horte, yo me ofrecí a ayudar, pues tenían un pedido grande para un evento por la noche.
Al día siguiente, la llevamos al aeropuerto, Ami y yo íbamos en el asiento trasero, la tomé de la mano y no me soltó. Nos dijimos tantas cosas con aquel apretón de manos, ella me odiaba, pero yo la amaba. Al despedirnos, la abracé, no quería soltarla, pero ahora fue al revés, quien se quedó con el corazón destrozado fui yo.
Otros cuatro años después, me casé, con May, mi novia de toda la vida. No funcionó, fue un terrible error, pero mi padre decía que era lo correcto después de hacerle perder el tiempo tantos años. No sirvió de nada. Después del amor que sentí por Ami, todas mi relaciones fueron un fracaso.
Cuando mis tíos viajaban a España, me ponían un poco al día de su vida, tenía un hijo, el gili… de su novio la dejó sola con el paquete, maldito hijo de … Pero estaba bien, tenía ya su propia florería, esa locura de aquella familia por el negocio de las flores… Yo que nunca le regalaba flores a nadie, ni a mi madre, ni mi abuela, ni a mis novias. Me parecía un regalo tan tonto, pero cada vez que pasaba por una floristería, recordaba a Amaranta y su vida entre flores.
La madre de la tía Hortensia murió y amenzaban con venir a España, tenía más de diez años sin verla, cuando Eugenio me avisó que vendrían, tuve que organizar mi vida para poder estar cerca de ellos unos días, tenía que verla.
Amaranta estaba hermosa, no fue complicado acercarnos de nuevo. Su hijo, decía Hortensia que tenía como quince años, pero el chaval apenas iba por los once. La hija de… me hizo creer que tal vez era mío.
Resurgió el romance y fue maravilloso, tal vez para siempre, tal vez no, pero Amaranta y yo nos dimos la oportunidad de intentarlo de nuevo. Me marché a México un tiempo para ver que pasaba. Amaranta estaba feliz con ello y yo también.
Sus florerías seguían siendo su pasión, y en un marco en la pared tenía enmarcados los tres dijes de murano que le compré en Italia. En el fondo, siempre tuve un lugarcito en su corazón y ella en el mío.
Ya maduros, un par de treintañeros enamorados y que hablar del pasado y aclarar las dudas fue sencillo. No debimos separarnos, pero el destino siempre tiene planes distintos.
“Nunca digas: de esta agua no he de beber” Expresión popular.
Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería
Esta historia es parte de nuestra historia por lo que cualquier parecido con hechos reales y similares están protegidos.
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