TEMPORADA 2
MI VIDA ENTRE FLORES
CAPÍTULO 1
Hortensia
Mi hermana Lily y yo fuimos un par de niñas traviesas, hábiles y entronas como mi mamá. Fuimos responsables desde pequeñas, porque nuestra vida así lo exigió.
Recuerdo a mi mamá yendo y viniendo después de que murió mi papá. La tía Teresa, o “la tía Pereza” como nosotros le decíamos, rompió todo contacto con nosotros, con papá muerto, no le interesábamos para nada y como nunca quiso a mi mamá, pues se libró fácilmente de nosotros.
Mamá cree que mis hermanos y yo no sabemos mucho de todo lo que sufrió, pero lloraba por las noches y se levantaba temprano haciéndose la fuerte, hizo un poco de todo. Vendió leche, intentó hacer quesos, iba al mercado todos los días, según ella a buscar materia prima para su negocio que aún no tenía claro de qué era.
Un sábado, llegó con un montón de flores, margaritas, ahora sé que según el color pueden tener distintos nombres, y que hay de cultivo y silvestres. También de distinta calidad y origen. Algunas viven varios días en agua, otras se marchitan muy rápido sin los cuidados adecuados. Pues ese día nos pidió que le ayudáramos, se metió a la bodega junto a la cocina, donde mi abuela guardaba las cosas que usaba poco (adornos de navidad, cestos, cosas y tiliches que aún no consideraban inservibles). Sacó unas cestas de mimbre, unas que compraba mi abuela cada año para sus arreglos patrios y adornaba su patio con listones rojos, blancos y verdes. Habrá que ver la de cosas que tenía, trozos de tul, mismos que aprovechábamos Lily y yo para jugar a la boda, ella era el sacerdote, yo la novia y Sebastián el novio que siempre nos hacía rabiar cambiando los textos de la ceremonia y terminábamos cancelando el evento y jugando a perseguirnos hasta que mi mamá se hartaba de los gritos.
Aquella mañana, conocí junto con Lily, la puerta a un mundo maravilloso: La floristería. En ese entonces no era como abrir un buscador de internet y empaparte del tema, no, se aprendía el oficio con la práctica, eventualmente se conseguía alguna revista, mi mamá estaba inscrita a varias por correspondencia, pero eso fue mucho tiempo después. Ese día, aún no sabemos realmente como, mi mamá se convirtió en florista y nosotros junto con ella. Armamos dos hermosos cestos de mimbre con follaje, mismos que tomamos de los helechos del patio y del jardín de la casa y otras cosas que no tengo idea de donde sacó mi madre. Luego me pidió que le llamara un taxi y salió corriendo con sus dos canastas.
Desde ese día, la casa comenzó a llenarse de flores, en un principio, solo eran flores del mercado, pero poco a poco mi mamá fue consiguiendo nuevos proveedores y aprendiendo del negocio.
Un día, ya siendo mayores, mamá nos pidió a Lily y a mí que fuéramos con doña Sandra Palacios a llevarle unas flores, pues era día de su “santo”, y además de las tradicionales canastas que mamá le enviaba cada sábado, quiso enviarle un ramo especial de rosas, mi mamá y doña Sandra habían hecho una bonita amistad, y gracias a ella, el negocio prosperó rápidamente con sus recomendaciones.
Lily ya era una mujer de casi 20 años y yo estaba por cumplir 18. Lily no estaba interesada en los hombres, decía que no quería acabar como mamá, viuda antes de los treinta y llena de hijos. Yo si fui muy coqueta, lo he de confesar, pero eso de tener novios me daba un pánico terrible. Pues Luisa Arteaga, la hija de doña Paquita la de la charcutería, sus papás la corrieron de su casa porque se embarazó antes de casarse, luego el novio se la robó y regresaron para pedir perdón, pero ya estaba a punto de dar a luz y sus padres, preocupados por el que dirán, no la recibieron. Los padres del novio se hicieron cargo y sé que se fueron a vivir a un rancho en Ezequiel Montes. Ahí fue la boda, nosotros fuimos a llevar los centros de mesa y adornamos la iglesia, ahí mismo en la finca. Por eso me daba miedo tener novio, no quería quedar embarazada. Que, además, en aquel tiempo, uno de sexo no sabía casi nada.
Pero aquel día en casa de Doña Sandra, nos abrió la puerta un muchacho muy guapo, era de cabello castaño, ojos muy grandes y boscuros, corpulento y bastante alto.
—Buenas tardes, venimos a traer estas flores para Doña Sandra…—El joven nos ayudó con uno de los arreglos y nos invitó a pasar.
—Mi tía está en la terraza ¿sabéis el camino? — Acento español y todo, que hombre más guapo, pensé.
—Sí… —respondió Lily, porque yo estaba tan embobada con aquel muchacho, que no podía hablar de la impresión.
Doña Sandra nos recibió con mucho cariño, como siempre. Y agradecida por las rosas que envió mi madre, nos invitó a tomar algo.
—Siéntense por favor, Eugenio, ofréceles algo de tomar. Por cierto, les presento a mi sobrino Eugenio, que vino a pasar acá una temporada por un negocio. Ellas son Lily y Hortensia, hijas de mi amiga Margarita, la florista…
Eugenio no me quitaba los ojos de encima mientras decía que sí con la cabeza a Doña Sandra. Nos sirvió un refresco y se marchó. Mi hermana me dio un par de codazos y me regañaba con la mirada, pero es que en mi vida había visto a un hombre como él, y no es que tuviera algo contra los mexicanos, había unos muchachos muy guapos en Querétaro, pero Eugenio ese día me movió todo. Si alguien duda en que no existe el amor a primera vista, yo les garantizo que amé a Eugenio desde el primer momento en que lo ví. Fue como si alguien me dijera al oído “con él te vas a casar y serás muy feliz”. Bueno, en realidad yo lo pensé. Estoy segura de que Doña Sandra se dio cuenta de las miradas entre Eugenio y yo, y después de sacarnos algo de plática, le dijo su sobrino:
—Deberías salir mañana a pasear con Hortensia y Lily, ellas te pueden mostrar lo más bonito de Querétaro.
Eugenio se puso un poco rojo y yo como jitomate asado en el comal. Luego Sandra le dijo a Lily que la acompañara a ver una cosa en los rosales del jardín, obligándonos a Eugenio y a mi a quedarnos como bobos con el juego de miradas.
—Y… ¿estudiáis?
—Terminé el bachillerato ¿y tú?
—He terminado la universidad, en química de alimentos. ¿Qué edad tenéis? — me reí. Su acento me daba gracia.
—¿Por qué os reís?
—Lo siento, tu acento me parece un poco gracioso, no estoy acostumbrada.
—Si me aceptáis un café mañana, me podréis enseñar como se habla “mexicano”.
Y así comenzó todo. A partir de ese sábado, Eugenio pasaba por casa todos los días y me llevaba a tomar un café o un helado. Al la semana se me declaró y a los dos meses me dijo que se quedaría a vivir en México, que le habían autorizado su proyecto y que debería mudarse al Distrito Federal en un mes y me preguntó:
—Podré venir a veros cada dos o tres semanas, o…
—¿O?
—O nos casamos y vos venéis a vivir conmigo a la ciudad…
No podía creer lo que Eugenio me proponía, y él, con toda seriedad, sacó un anillo de brillantes con un rubí al centro. Estábamos en el jardín Zenea, sentados en una banca, tomando helado.
—¿Estás seguro?
—Más que nada en el mundo. Hortensia, ¿queréis casaros conmigo?
—Dilo en mexicano…
—Hortensia ¿te quieres casar conmigo?
Así que acepté, me puso aquel anillo en el dedo anular de la mano izquierda mientras me explicaba que el anillo de amor va en ese dedo porque de ahí parte una vena que va directo al corazón. Me derretí de amor, si Lily decía que destilábamos miel. Con los ojos llorosos de felicidad, le di un beso emocionada, y salimos corriendo de ahí para darle la noticia a mi mamá. Cuando llegamos, la puerta estaba cerrada y Eugenio no me dejó tocar la puerta. Respiró profundo, aguantándose la risa, no sé porqué y tocó de forma extraña un “toc, toc, toc” y luego otra vez “toc, toc, toc”.
Lo miré extrañada, algo me escondía, y pues sí, era la clave para que todos los que estaban dentro se enteraran que le había dicho que sí.
En la sala de la casa estaban todos, Lily, Sebas, Doña Sandra, su hija Carlota y su marido Andrés con sus dos gemelos Rafita y Gustavo, que tenían unos 5 años. Ya nos esperaban con un vino espumoso para brindar y las copas listas.
Emocionados nos abrazaron, y pues que les digo, los preparativos de la fiesta fueron bastante rápidos. Comenzando porque antes las bodas no se planeaban con tanta anticipación, en menos de una semana teníamos todo resuelto, los padres de Eugenio ya estaban viajando para una pedida formal, que como dice mi mamá “yo ya estaba más que dada”, porque Eugenio se ganó a mi madre con mucha galantería. Mamá veía en Eugenio lo que jamás vio en mi padre. Un chico entusiasta, profesionista, trabajador, emprendedor, que les digo, un estuche de monerías. Eso sí, algo enojón, pero afortunadamente solo en temas de trabajo, para temas de familia era bastante flexible, y se adaptaba a las decisiones comunes sin rechistar.
Desde que empezamos con los preparativos de la boda, pasaba a casa a tomar un café y nos escuchaba pacientemente con todos los temas de las flores para la boda, tanto en la recepción como en el templo de San Felipe Neri. Doña Sandra, nos regaló el banquete y nos prestó una de sus fincas para la recepción. La boda fue linda, con las personas má cercanas, algunos amigos de mi madre y de doña Sandra, que, aunque no lo era, pues como si fuera mi suegra. Eugenio tenía ya un tiempo en México y ella era como su mamá mexicana.
Los papás de Eugenio, Don Gregorio y Doña Matilde, ya eran muy mayores, a su papá se le iban las cabras y doña Mati le tenía una paciencia de oro, vivían en Valencia, en la finca de naranjas de la familia, pero don Gregorio ya no trabajaba. Desde España, vinieron varios parientes, todos muy alegres, por lo que los días previos a la boda fue pura fiesta tras fiesta.
La luna de miel, pues no les cuento los detalles, fue romántica y divertida, nos fuimos en el “camper” de don Jimeno, el hermano de la tía Sandra, que acababa de traer de McAllen. Nos fuimos puebleando por Michoacán hasta llegar a las playas de Zihuatanejo, de ahí nos fuimos recorriendo la costa hasta Acapulco y nos regresamos a la capital. Cabe mencionar que fueron casi dos semanas de pura aventura. En Acapulco, terminamos pagando dos noches de hotel, pues se nos descompuso el clima del camper y el calor estaba insufrible, otra noche olvidamos cerrar la puerta y se metieron los moscos. Y así, día con día, fuimos superando las pruebas de amor que la vida nos ponía.
Eugenio ya había rentado un departamento en Polanco, en la calle de Homero, en la capital. De ahí podíamos caminar a tiendas departamentales, restaurantes, cafecitos y tenía acceso al metro. En aquel departamento, teníamos dos habitaciones, una de visitas y otro que era nuestra habitación. Una pequeña sala comedor, una cocina diminuta, pero con todo lo necesario y un estudio. Eugenio rentaba una oficina, en insurgentes, donde tenían él y su socio: Carlos González, su pequeño laboratorio, su emprendimiento era de condimentos y concentrados para la industria alimenticia. Cuando el lugar les quedó chico, se movieron hacia el sur, donde rentaron un almacén y la oficina de insurgentes se quedó como área administrativa.
Los primeros meses, me aburría como nadie, pues Eugenio se marchaba a las 9 de la mañana después de desayunar y volvía a la hora de la cena. Los fines de semana nos dedicábamos a turistear por la ciudad. Así que comencé a buscar pretextos para ir a Querétaro a visitar a mi mamá, por suerte en esos días, me llamó mi hermana Lily para decirme que la tía Pereza nos había dejado una herencia, que era importante que me presentara. Eugenio y yo viajamos a Querétaro. ¡La tía Pereza nos había dejado todo a las monjitas de Celaya, a mis hermanos y a mí! ¿Quién iba a decirlo después de que no volvió a dirigirnos la palabra? Y además dejó una carta, donde nos pedía perdón y nos decía que nos tuvo cariño. Saliendo de ahí, nos fuimos a la Mariposa por el café que a mamá le encantaba invitarnos siempre que pasaba algo importante y nos fuimos a casa.
—Hortensia, necesito hablar contigo. — Dijo mi madre después de que todos se marcharan a dormir. Eugenio se fue a la que era mi habitación y mamá y yo nos metimos en su despacho.
—¿Qué tal tu vida de casada?
—Bien
—¿Sólo bien?
—Sí mamá, ¿por qué?
—¿Te gusta estar todo el día en tu casa sin hacer nada?
—Pues no sé que decirte mamá, la verdad es que me baño y me desocupo. Extraño la florería.
—Ve a ver a Doña Rebeca, la florista que conocimos en el mercado de las flores. Estoy segura de que estará encantada de que la ayudes con algo. Al menos un par de días a la semana.
Mi corazón comenzó a latir a mil por hora. Pero nunca había hablado de ello con Eugenio ¿y si él no quería? Habíamos hablado de tener hijos, pero al final decidimos esperar un poco. Así que fuimos con el ginecólogo para que me recomendara algún anticonceptivo. Pero trabajar, no me había pasado por la cabeza. Siempre trabajé para mi madre, trabajar para alguien más me daba algo de nervios.
Al final, cuando volvimos a la ciudad de México, con el dinero que nos dejo la tía Pereza, me compré una camionetita guayín y le dije a Eugenio que iba a empezar a vender arreglos florales.
—¿Quieres trabajar?
—Sí, me aburro mucho durante el día, sobre todo por las tardes…
—Ven a trabajar conmigo, necesito una secretaria que me ayude con algunas cosas administrativas.
Me quedé pensando un poco, y la verdad me convencí de que quizá era buena idea empaparme un poco de su negocio. Acordamos que solo iría tres veces por semana, para que los otros días pudiera ir con Doña Rebeca a su florería. Pero cada día que me tocaba ir con Eugenio a su empresa, yo iba de pésimo humor. Y los días que iba a la florería, me levantaba más que contenta.
Empezamos a tener diferencias, un día en la oficina, me regañó Eugenio porque se traspapelaron unos pedidos. Yo sabía que no era culpa mía, y noté como Lola, la otra secretaria me veía con ojos acusadores y una sonrisa misteriosa. La tipa me quería hacer quedar mal.
Encontré los pedidos en la basura de mi escritorio. Yo no los tiré y estaba segura de ello. Molesta, se los fui a aventar a Eugenio en la cara.
—En tu vida vuelvas a acusarme de algo sin tener pruebas. Yo no tomé estos pedidos de tu escritorio, el mensaje que me enviaste con la estúpida de Lola nunca me llegó, por lo que estaría bien que le llames la atención por no cumplir con su trabajo, y renuncio. Nunca había discutido contigo por nada, hasta que me ofreciste este trabajo. ¡Odio este trabajo! — Me di la vuelta y salí de ahí muy enojada.
Sentí la mirada pesada de Eugenio desde su escritorio, tomé mi bolso, mis llaves y antes de marcharme le dije a Lola:
—Y tú, vieja resbalosa, más te vale quitar los ojos de mi marido, porque nos sabes de lo que soy capaz.
Me subí al auto y me marché al mercado de las flores a buscar a doña Rebeca, el cariño que le tenía ahora, era como el de una madre, ella era una mujer sola y mi compañía le gustaba. Cuando llegué a verla, me puse a llorar, me abrazó y yo no dije nada. Estuve con ella en su local hasta la hora de cerrar. Ella tenía dos florerías, la del mercado y una en la colonia Del Valle, cerca del Liverpool de la calle Insurgentes, y en la parte de atrás de su negocio tenía un hermoso jardín de flores y su casa.
La llevé, pues ella no manejaba, tenía mensajeros, pero se movía en taxi o en metro. Era una mujer muy independiente.
—¿Quieres pasar?
Negué con la cabeza, debía volver a casa, tenía una plática pendiente con Eugenio y no sabía que iba a suceder.
—No te preocupes Hortensia, todo se va a resolver. Trabajar con la familia es complicado, deberías saberlo.
—Pues si Rebeca, pero es diferente un agarrón con tu hermano que con tu marido. A mis hermanos les demuestro mi cariño haciéndolos repelar, a mi marido no.
—Pues deberías, es una forma de ganar confianza y complicidad. Tienen poco tiempo juntos.
—Rebeca, ¿tú nunca te casaste?
—Otro día te contaré mi historia. Mientras tanto, vuelve a casa y arregla las cosas con tu marido.
Al llegar a casa, Eugenio estaba sentado en la sala esperando, supongo que a mí. Yo llevaba unas cubetas con flores, pues tenía pensado armar unos arreglos para ofrecer en los restaurantes de la zona.
—¿Fuiste con Rebeca?
—Ajá…— respondí sin mirarlo a los ojos. Me metí a la cocina y saqué las flores al patio. Luego me lavé las manos y me encerré en el baño. No hice nada, solo que aún no estaba lista para enfrentarlo. Al final, salí para toparme con él, con un ramo de flores en sus manos, Hortensias, no eran fáciles de conseguir en aquel entonces.
—La he liado — que significa algo así como “la he regado”— ¿me perdonas? Tenéis toda la razón. Me he enojado sin pensar, estaba ya molesto por el reclamo del cliente y me he desquitado contigo.
Su acento seguía siendo español, pero ya mezclaba frases mexicanas y eso me encantaba, el quería ser un español mexicanizado.
—¿Conseguiste hortensias? — lo miré sorprendida.
—Sí, te fui a buscar a la florería, pero me dijeron que doña Rebeca estaba en el mercado de las flores, así que me vine a esperarte a casa después de comprar este ramo. Pero aún no me dices si me has perdonado.
Con los ojos llorosos, me lancé a sus labios y nos perdimos en un rato de cariño y pasión. A la mañana siguiente, se marchó a la oficina y yo me fui a buscar clientes por la zona. A la hora de la comida, decidí buscar a Eugenio para invitarlo a comer por ahí, cuando llegué, encontré a Lola saliendo de la oficina de mi marido con su malévola sonrisa. Esa arpía se traía algo entre manos, y no es que yo fuera celosa, pero esa mujer no me caía nada bien, la traía entre ceja y ceja.
—Buenas tardes, señora Eugenia, su marido está ocupado. Me pidió que no lo interrumpiera.
—¿Ah sí? Pues lo siento, tengo que decirle algo importante.
Entré sin llamar, mientras Lola trataba de impedirme el paso.
—¿Qué ocurre Lola? ¿Estás encubriendo a mi marido o algo? — Eugenio se encontraba en el escritorio leyendo unos documentos, y me sonrió al verme.
—Cariño ¿Qué haces por aquí? — Miré con ojos retadores a Lola, a ver si así entendía que en ese momento ella sobraba. Me llevé a comer a Eugenio y le puse las cosas claras.
—No soporto a Lola.— Dije.
—Es una excelente secretaria.
—Te coquetea todo el tiempo.
—Señora Hortensia Álvarez de Palacios ¿está usted celosa?
—Pues sí, que sentirías si don Arturo tu vendedor me mirara con ganas de quererme comer…
—Le rompo la cara, ¿te ha coqueteado?
—No me cambies el tema Eugenio. Quiero que la corras.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Es la hermana de Herminio, uno de los socios. Pero, puedo moverla a las oficinas de la bodega si esto te hace sentir mejor.
No me gustó mucho su respuesta, así que esa tarde volví molesta a casa. A la mañana siguiente, mi madre me llamó para decirme que Lily vendría a visitarnos unos días, yo me puse feliz, mi hermana consentida (y la única) estaría conmigo unos días. Lo que no sabía, es que venía con el corazón roto en unos mil pedazos.
Continuará…
“A pesar de la decepción, siempre hay un camino que seguir.” Anónimo
Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería
Esta historia es parte de nuestra historia por lo que cualquier parecido con hechos reales y similares están protegidos.
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