MI VIDA ENTRE FLORES 2

CAPITULO 10

RODRIGO

Los cinco años que Lily y yo no estuvimos juntos, me pesan. Sé que fueron los cinco años que más me necesitaba, que Amaranta no me tuvo a su lado y además, yo no pude disfrutar con ella la espera, el embarazo, ver los primeros pasos de Ami y sus primeras palabras, sus inocentes travesuras, que muchas me las platicó Lily cuando me enseñaba las fotos de Amy de bebé.

Nunca hablamos sobre tener más hijos, y siendo sincero, sé que Lily iba con su ginecólogo cada cierto tiempo, pero nunca le pregunté si tomaba precauciones para embarazarse, el tiempo pasó, y cuando se embarazó de Marco, la noticia nos tomó por sorpresa. Ella no se lo esperaba y yo menos, Lily apenas iba a cumplir 35 años. Realmente era muy joven. Aquel embarazo si que pude disfrutarlo, acompañarla al médico, escuchar los latidos del bebé, saber de su progreso. El doctor Alcocer tenía un aparato de ultrasonido, sofisticado para aquella época, sin embargo, por más que el no decía que aquella mancha era nuestro hijo y que era un niño, mi imaginación no entendía como. Solo ellos logran interpretar aquellas imágenes.

El trabajo de parto fue una locura, sin embargo, todo salió perfecto. Sebastián nació pesando tres kilos y midiendo 51 centímetros. Entré al parto, lo cargué, lo abracé y pude sentir esa sensación que no viví con Ami.

Cabe mencionar que Ami, aunque decía que estaba bien, los celos la comían por dentro y hacía un gran esfuerzo por no demostrarlo. Ayudaba en lo necesario, pero si podía escaparse a la ciudad de México con su tía Hortensia o a casa de su abuela, lo hacía. Años después me enteré de que era por su extraña relación que mantenía con Iván, el pedazo de bodrio que Eugenio tenía por sobrino. ¡Ami tenía novio! Yo moría por partirle la cara a Rafael y evitar en todo momento que la tocara. Luego me supe por Eugenio que Ami e Iván también tuvieron algo que ver durante el tiempo que estuvo como hijo adoptado con Eugenio y Hortensia, nunca me quedó claro a que vino, según Eugenio a estudiar algo y a trabajar un tiempo con él.

Yo como padre, me sentía muy extraño, Ami era mi hija, mi princesa, mi todo, solo de pensar que estuviera enamorada de cualquier “pelajustán”, por muy educado que fuera para mí, ninguno se la merecía. Pero a Ami le importó tres cacahuates lo que yo sentía. Ella hizo su vida, se enamoró de cuanto chico le movía el tapete, y por supuesto, sucedió lo que más me aterraba, que se embarazara.

Cuando nació mi nieto, yo tenía un hijo de apenas unos ocho años. Marquito y yo teníamos una relación envidiable, teníamos nuestras “tardes de chicos”, a veces invitábamos a alguno de sus tíos, Felipe mi hermano se daba sus tiempos para visitarnos con frecuencia, tenía muy consentidos a mis hijos.

—Me los maleducas…—Le reprochaba Lily. Y mi hermano sonreía como todo tío consentidor y bonachón y respondía:

—Pues los vuelves a educar… Soy su tío favorito…—Y Lily rodaba los ojos. Cientos de veces escuché su riña.

Por supuesto que Marco y Ami, adoraban a mi hermano. Fue un hombre entregado al sacerdocio en cuerpo y alma. Mil veces le pregunté si no hubiera preferido tener una familia, si nunca se había enamorado y me dijo:

—Mi gusto por servir es más fuerte que mi buen gusto por las mujeres.

Yo pensaba que eso sería temporal, que en algún momento dentro del seminario reaccionaría y volvería a casa con la novedad de que se había enamorado de alguna mujer, pero eso nunca sucedió.

Cuando Ami se embarazó del tonto de Enrique, me enojé tanto, quería ir corriendo a bajarlo del avión y romperle todo. No por que Ami estuviera esperando a mi nieto, sino por lo cobarde que se vio al irse sabiendo que dejaba a una mujer sola y esperando un hijo. Y me dolía tanto, porque yo también había dejado sola a Lily, años atrás, embarazada. Pero las circunstancias eran distintas, Lily me daba por muerto y yo no tenía idea de mi pasado, sin embargo, Ami, si pudo haber tenido el respaldo de quien decía amarla, y la dejó a su suerte.

Amaranta salió adelante, sin mí. Eso también me dolió. Debí ayudarla más. Cuando Diego Alexander nació, me volví loco. Era mi nieto, pero me tomé en serio mi papel de patriarca y lo trataba como mi hijo. Amaranta no sabe que fui al colegio y pagué por ella muchas veces, luego el director me dijo que le diría a Ami que era una beca que le otorgaba al niño por su desempeño.

Muchas veces le presté dinero sin que lo supiera, y una vez, sabiendo que quería comprar un coche nuevo y no le alcanzaba para el enganche, dejé un sobre escondido en la caja fuerte de la florería y le pedí a mi suegra Margarita que le dijera que era de parte de ella. Amaranta era orgullosa, y no me pedía apoyo económico. Eso sí, cuando el taradete de Enrique se hizo presente, corrió a pedirme consejo. Le di todo un abanico de posibilidades, y al final, ella dejó que todo se cayera por su propio peso. Ella no sabe, pero cuando Enrique volvió de Alemania, yo fui a buscarlo a su casa y le leí la cartilla. Le dije todos los pros y los contras de reclamar la paternidad de Diego Alexander y por supuesto, no me quedé con las ganas de decirle sus verdades.

A los pocos días, mandó a su mamá a buscar a Alex en la florería de Jurica, y con el permiso de Ami, organizaron un encuentro. Aquel acercamiento me quitó tiempo con mi nieto, pero pues yo no podía negarle ese derecho, de conocer a su padre y su identidad. En la pubertad eso es algo tan importante. Mi Alex fue un niño encantador, juguetón, divertido, aplicado, travieso… Fue el hermano pequeño de Marco, como se divirtieron juntos. Muchas veces nos fuimos Felipe, Eugenio, Sebastián, los niños y yo de campamento. Era nuestro fin de semana de chicos en la sierra. La verdad es que José Carlos, el novio de doña Margarita mi suegra, nos prestaba una cabaña con un descampado cerca de la Peña de Bernal, pero los niños se sentían exploradores de los bosques profundos.

Y Lily, mientras tanto, en su florería, decía que yo era su segunda pasión, así que, ya aclarado el punto, no me quedó más remedio que respetar su decisión. En mis ratos libres, me sentaba un rato a ayudarla, eran nuestras charlas intimas, los dos sentados en el patio, aquel jardín de flores ya era de los dos, muchas de aquellas flores eran herencia de Doña Rebeca, su “sensei”, por lo que mantener aquel espacio con vida era sumamente importante para nuestra paz en el hogar.

Lily tenía una buena relación con su Hortensia, pero se ponía celosa de ella cuando Amaranta prefería irse con su tía. Eso la ponía mal, en el fondo deseaba llevarse bien con Ami, pero las dos tienen un carácter difícil.

Mis padres comenzaron a enfermar, mi madre y mi suegra murieron con poco tiempo de diferencia, me traje a casa a mi papá, pero ya no sobrevivió mucho tiempo más. A Felipe le pegó mucho la partida de mis padres, a mi también, pero a él le pesaba no haber pasado más tiempo con ellos. La vida del sacerdocio te aleja mucho de la vida familiar y social, aunque el fue afortunado al vivir cerca de nosotros. Disfrutó a sus sobrinos como pocos.

Hace un par de años, Felipe se desmayó. Lily me llamó al celular para avisarme, pues llamaron a casa del seminario. Fui al hospital de la Santa Cruz a verlo, todo pintaba mal. Ahí estaba su superior, el padre Miguel, esperando a que le dieran noticias.

—Parece que es el corazón.

Felipe era unos cuantos años más chico que yo, yo apenas iba a cumplir 65. Su vida era sana, casi no bebía, no fumaba, era de los pocos sacerdotes que hacía ejercicio, salía a correr todos los días y tenía su club de la salud en la parroquia, donde además de hacer oración, hacían ejercicio.

El doctor Palacios vino a darnos los resultados. Mi hermano Felipe tenía una insuficiencia cardiaca congénita que salió a relucir justo por ponerse a hacer ejercicio. El pensaba que le faltaba el aire porque le faltaba condición física, pero no, le faltaba el aire porque el exceso de actividad física le hacía mal.

Entonces, mientras Lily seguía en su florería, mi cuñado Eugenio y Hortensia discutían con frecuencia por el “supuesto” hijo ilegítimo de mi concuño, Amaranta estaba recién casaba con Franco, Sebastián también, Marco iba y venía a Canadá como yo de mi casa a la notaría y Alexander estudiaba la universidad, mi hermano Felipe comenzaba una batalla de salud. A las pocas semanas, cayó en cama, y no fue posible levantarlo a caminar. Tengo la teoría que el duelo de la falta de mis padres no había sido superado. Hablé con él muchas veces, incluso le pagué las consultas con un siquiatra a domicilio, lo invitamos de viaje a la playa con todos. Pero nada funcionaba. Luego empezó la pandemia, en marzo del 2019, nos mandaron a todos a casa. Felipe tuvo algunas mejorías, pero no podíamos verlo. Le llamaba por teléfono todos los días, pero estaban encerrados a piedra y lodo, sobre todos los mayores de 60 años. La incertidumbre con el bicho nos tenía a todos con el Jesús en la boca, mis hijos y mi nieto, se turnaban para pasar a vernos, nos saludábamos de lejos y nos traían a casa lo que hiciera falta. Los días se hacían eternos, de la notaría, hicieron roles de guardia, pero los mandamos a todos a su casa. Un sobrino de mi padrino, Oswaldo Jiménez, estaba preparándose para quedarse con la notaría, pero aún era muy joven, bueno, yo comencé como notario adscrito a los treinta y tantos, porque perdí cinco años en la sierra, pero yo veía a Oswaldo muy joven.

Las florerías trabajaban a puertas cerradas, eso nos mantuvo entretenidos, aunque tristemente, muchos pedidos eran flores para alguna víctima del covid.

Pasamos un año en aquel encierro incómodo, cuando llegaron las vacunas, pudimos comenzar a hacer algunos cambios de rutina. Casi todos se enfermaron, menos Lily y yo. Cuando por fin pude salir a la calle, le pedí a Amaranta que me llevara al seminario de la Cruz para ver si me daban permiso de ver a Felipe.

—Los siento licenciado Rodrigo, pero no podemos dejarlo pasar, tenemos órdenes estrictas, que, por su salud, nadie puede pasar a verlo.

—¿Pero está solo todo el día? No he podido comunicarme con él, sólo quiero ver que está bien.

—Déjeme ver si el padre Miguel puede recibirlo.

Estuve esperando alrededor de 10 minutos, por fin el padre salió a verme. De lejos, los dos con cubre bocas nos saludamos manteniendo la distancia.

—Padre, necesito saber como está mi hermano.

—Felipe ha tenido una recaída, estuvo delicado los últimos días, el doctor nos ha pedido que lo mantengamos aislado por precaución y una persona se encarga de acercarle los alimentos todos los días.

—¿Qué tiene?

—Tiene Covid. Pero está bien, le han estado monitoreando el oxigeno y no tiene muchos síntomas, pero por el tema de su corazón es preferible mantenerlo en observación y con los máximos cuidados.

—¿Pero como se contagió? ¿No fue a vacunarse la semana pasada?

—Él no fue. El doctor nos pidió que solicitáramos que vinieran a ponerle la vacuna aquí, pero no nos han dado cita.

Cuando escuché todo eso, me llené de coraje e impotencia por no poder hacer nada. Le dejé un mensaje en una nota pidiendo que se comunicara conmigo y me marché.

Al día siguiente, me llamaron del seminario para decirme que se lo habían llevado al seguro social porque había pasado muy mala noche y con poca oxigenación. Nos tuvieron en suspenso todo ese día. Por fin, un médico se reportó conmigo para darme un informe completo.

—Doctor, si es necesario moverlo a un hospital particular, yo me hago cargo.

—Le recomiendo que lo deje aquí. Está bien atendido, por eso no se preocupe. Soy el doctor Esteban Martínez, y le estaré informando sobre la salud de su hermano.

—Le agradezco doctor. Y de verdad, lo que haga falta, no dude en llamarme.

Los protocolos en los hospitales eran estrictos, pues los contagios no paraban, y aunque había ya mucha gente vacunada, aún había brotes a causa de mucha gente que estaba renuente a cuidarse.

Felipe estuvo internado poco más de una semana, mientras yo me pasaba la mañana esperando la llamada del doctor y del padre Miguel. Lily me llevaba unas cubetas con flores para que le ayudara a limpiarlas. Yo era el experto en quitar espinas y hojas estorbosas. Cada vez que se llevaban una corona o un ramo de flores para algún funeral, se me partía el corazón. Aunque a las víctimas por COVID no las velaban, pues no faltaba quien quisiera enviar las condolencias a las familias.

Afortunadamente a Felipe lo dieron de alta, no tenía mucha fuerza y necesitaría una exhausta rehabilitación, y sin dudarlo le dije que se fuera a la casa. Con gusto le preparamos uno de los cuartos de la planta baja, y le contraté a un especialista para que le ayudara a recuperarse. Estaba muy flaco, se cansaba de hablar, tenía poca fuerza en sus manos, pero el doctor Esteban me prometió darle seguimiento a distancia y pasar a verlo para checar su evolución.

Lily y yo lo cuidamos un año, mejoró bastante, por las tardes se salía al patio con nosotros, no dejaba de hacer sus oraciones y quería regresar al convento, pero el padre Miguel nos agradecía que pudiéramos atenderlo en casa, y le otorgaron un permiso temporal. El padre Migue pasaba casi todos los días verlo y hacían oración juntos.

Amaranta y Marco, junto con Diego Alexander, también se daban sus vueltas, le caían bien las charlas con la familia.

Cuando el doctor nos dijo que ya no iba a mejorar, que su insuficiencia pulmonar ya era un daño irreparable, nos sugirió que se retirara del servicio sacerdotal. Pues solo caminar de la habitación a la cocina era un suplicio para él. A veces lo llevábamos en silla de ruedas, para que no se cansara.

Y así, mi hermano se fue apagando poco a poco, hasta que un día, inevitablemente, fue llamado al reino de los cielos.

Dejó un enorme vacío en nuestras vidas, nuestros corazones y nuestro día a día. Fue el mejor hermano, el mejor tío e hijo. Mis hijos Amaranta y Marco, mi nieto Diego Alexander, mi esposa Lily, mi cuñada y mis concuños, también me acompañaron en mi pérdida. De mi familia, sólo quedaba yo, y mis hijos. La vida se llevó a todos en un tiempo tan corto, que aún me cuesta creer que pude sobrellevar tanto dolor, uno tras otro. Pero Dios sabe como sanar el dolor. Unos meses después de la partida de Felipe, Marco y su novia Simonella llegaron a casa. Tenía un rato viviendo juntos, viajando a Canadá cada cierto tiempo, “viviendo la vida loca”, les decía Amaranta. Yo quería que ya se aplacaran y sentaran cabeza, en pocas palabras que se casaran. Cuando aquella tarde, mientras Lily les servía café, Marco nos dijo:

—Mamá, papá… Pues les tengo una noticia. Simonella, está embarazada, y no solo serán abuelos de uno, sino de dos, serán gemelos…

Lily casi se quema con el café de la impresión y a mi no pudo darme mas que alegría, dos bebés en casa otra vez, sin duda, era un hermoso regalo enviado del cielo.

“No sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción que tienes” Bob Marley

Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Florería

www.lacasadelasflores.com

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