CAPITULO 5

SEBATIAN

Soy Sebastián Álvarez Durán, el hermano pequeño de Lily y Hortensia. Cuando yo nací, mis padres no eran una pareja armoniosa. Al menos eso han dicho mis hermanas Lily y Horte. Yo fui un niño travieso, que se desentendía de los menesteres domésticos, “para eso estaban las niñas”, decía mi papá.Yo jugueteaba en el patio de la casa de la tía Teresa, que ella sí que no hacía nada. No movía un dedo, bueno, solo para tocar la campana y llamar a su sirvienta, Jovita. Una mujer que se ha de haber ido al cielo solo por haber aguantado tantos años a la tía. Mi madre se encargaba de nuestras habitaciones, pues la tía Pereza no permitía que su personal doméstico nos atendiera, a menos que mi papá estuviera presente. Era una de esas mujeres arpías e infelices que disfrutaba hacer infeliz a los demás. Si había algo que nos causara ilusión, ella se encargaba de destruirlo. Como cuando cumplí cinco años, mi mamá y mi papá decidieron hacerme una pequeña fiesta con los amiguitos vecinos. Mamá primero había dicho que, en casa de mis abuelos, pero papá decidió que mejor en casa de la tía Teresa. ¿Cómo se le ocurrió? Si no soportaba a sus dos sobrinas y a mí, menos a otros ocho chamacos latosos. Para nuestra sorpresa, dijo que sí, pero obvio toda la semana estuvo confabulando para destrozar los planes del esperado festejo. Al final, un par de días antes, mi mamá tomó la decisión de hacer la pequeña reunión en casa de mis abuelos. Papá y mamá discutían a cada rato, en secreto, al menos ellos creían que nosotros no nos dábamos cuenta, pero sí, Lily me tomaba de la mano y me llevaba al huerto a cortar naranjas agrias, no servían para nada, pues sabían espantoso, aunque mi mamá decía que para cocinar cochinita pibil eran indispensables. De pronto un día, la tía Pereza y mi papá discutieron, y recuerdo que mamá hizo maletas y nos fuimos a casa de mis abuelos.Ahí sí que fui muy feliz. Tenía el patio y el jardín donde alguna vez hubo huertos y animales para mí solo. Inventaba guerras, aventuras de explorador y expediciones. Papá decía que yo era su orgullo, que de grande yo sería como él, odio con toda mi alma que me haya dicho eso. Mi mamá, ayudaba a mis abuelos en muchas cosas, puedo decir que fue una época en que no nos faltaba nada y mi padre, hacía como que salía a trabajar, pero la realidad es que se la vivía jugando y apostando lo que le daba la tía y lo que él no tenía. Luego murieron mis abuelos y al poco tiempo mi padre, gracias a sus deudas de juego. Yo tenía unos 8 años cuando mi padre murió. Recuerdo que, en el funeral, un señor de bigote, que sigo sin identificar quien fue me dijo:“Ahora tú eres el hombre de la casa y te toca cuidar de tu madre y tus hermanas”.Me dio un apretón en los cachetes rojos y regordetes y se marchó. Aquella frase se quedó grabada en mi memoria.Cuando nos enteramos de que papá estaba muerto, yo estuve encerrado en mi habitación muchos días. Mi mamá y mis hermanas se daban vueltas para llevarme algo de comer, ellas me estaban cuidando, pero quien tenía que cuidarlas era yo. Mi papá me había dejado a cargo, yo era el hombre de la casa.Cuando mi madre empezó con la florería, entre juegos y risas con mis hermanas, me tomé en serio el papel de ayudar. Cuestionaba todo y le preguntaba mil cosas a mi mamá. —¿Cómo te cuidaba mi papá? — Le dije una vez. —¿Qué quieres decir?—Ahora soy el hombre de la casa y me toca cuidarte.Mi madre sonrió, esa hermosa sonrisa llena de emoción que era contagiosa y me abrazó. —Ahora que papá no está, nos cuidaremos entre todos. Ya haces bastante ayudando con la entrega de las flores y haciendo tus deberes de la escuela. —Mamá… es que papá decía que de grande yo sería como él.Mamá me miró sorprendida y agregó:—Sobre mi cadáver. Tú serás mil veces mejor que él. En aquel momento no entendía a que se refería mi madre, pero lo fui comprendiendo con el tiempo. Papá fue papá, hizo pasar malos ratos a mi madre y el peor de todos esos malos momentos fue morir por deudas de juego. Pero si no hubiese sido por eso, no sé que hubiera sido de nosotros. Mamá nos sacó adelante, nos dio todo lo importante y necesarios para ser personas de bien, y nos enseñó un oficio, el oficio de la floristería, que, aunque yo no era quien armaba los arreglos, eso era cosa de mis hermanas y mi madre, yo ayudaba mucho en el negocio. No era bueno para hacer los moños de los listones, pero sí para los atados, para poner orden, ingenioso para transportar los arreglos sin que se maltrataran. Durante años fui el repartidor y me daban muy buenas propinas. Me compraba mis chucherías y les compraba regalitos a mis hermanas. Siempre fui detallista, a mamá le compraba su coca cola y un mazapán, era su gusto culposo y cada que podía le daba ese gusto. En mi adolescencia, no era un chico guapo, era algo regordete y cachetón, y mi estatura no ayudaba. Eso sí, hacía mucho ejercicio y me movía por todo Querétaro en bicicleta sin problema. En la preparatoria, crecí, la estatura me ayudó a verme más esbelto y comencé a tener algo de éxito con las chicas. Era el chico trabajador, trabajador y acomedido con su madre, que era viuda, además tenía acceso a las flores, así que enviar flores para quedar bien era parte de mí. Fui muy noviero, pero no todas se las presenté a mamá, la verdad me daba pánico el compromiso, sentía que mi vida estaba destinada a ver por mi madre y mis hermanas y comprometerme con una mujer y después tener una familia me daba terror. Mi padre decía que yo sería como él y yo no quería ser como él. Mi padre fue egoísta, mujeriego, parrandero, apostador, todo lo que yo no deseaba que vivieran mis hermanas y mi madre de nuevo. Yo quería ser un hombre trabajador y honesto, pero me daba miedo casarme y volverme un patán como mi padre.Entré a la universidad, a estudiar ingeniería civil, en aquel tiempo una carrera de hombres y para hombres. Si alguna mujer se atrevía a postularse, debía ser una mujer preparada para aguantar un ambiente hosco y rudo, cerveza, futbol, groserías y albures. Cuando entré a la universidad, mis hermanas ya se habían casado, Hortensia vivía en la ciudad de México y Lily una joven viuda a punto de dar a luz a la niña de mis ojos: “Amaranta”. Ella fue todo para mí, cuando mi cuñado Rodrigo desapareció y vi tan desolada a mi hermana Lily y además embarazada, todo el instinto paternal que pude haber tenido, se lo di a Amy. Todo lo demás pasó a segundo término. Me volví un compañero fiel, me convertí en un padre sustituto, y por supuesto, Amy y yo teníamos una complicidad especial. Yo era su tío consentido, aunque ella se llevaba bien con su tío Felipe, pues se veían muy poco. Felipe la consentía, pero yo pude darme el lujo de llevarla y traerla de la escuela, acompañarla y consentirla, y ayudar a mi hermana Lily en todo lo que necesitara.Amy se volvió mi compañerita. Me acompañaba a hacer entregas, incluso cuando recibimos la noticia de que Rodrigo estaba vivo, seguí apoyando a en todo lo necesario. Si sentí un poco de celos cuando Rodrigo comenzó a hacer el papá de Amy, pero yo siempre seré su tío Sebash, como me decía cuando era pequeña. La vi crecer y cometer errores, cuando entró a la adolescencia, hizo varias tonterías, nadie sabe, pero yo la cubrí muchas veces para que no la castigaran. Me volví algo así como su guardaespaldas y cómplice de travesuras, no podía decirle que no a nada, si sus padres le negaban algo, Amy venía a buscarme y me pedía ayuda. Ya con las florerías de mi mamá y Lily funcionando, decidí ejercer mi carrera. Las seguía apoyando en eventos grandes y los fines de semana cuando estaban saturadas de trabajo, pero puse mi casa de materiales y me iba bastante bien. En Querétaro comenzó a construirse casa habitación con una prisa desmedida. El ambiente estudiantil que crecía con la ciudad demandaba viviendas, edificios, conjuntos dúplex y muchas familias que comenzaron a mudarse a la ciudad después del terremoto del 85.Cuando Amy se embarazó de Diego Alexander, me ocurrió lo mismos que con Lily al verse sola, sin Rodrigo. Y de nuevo llegué al rescate. Me desviví por apoyarla y le financié su primera florería. Ella lo tomó como un préstamo, me devolvió cada centavo, pero yo no tenía ninguna intención de cobrarle nada, era como una hija para mí y el pequeño Diego Alexander era mi nieto.Mi madre habló conmigo varias veces:—Deja que Amaranta cometa errores y aprenda de ellos, no estarás siempre para ella. Pero mi madre no tenía idea de nada. Amaranta era la hija que yo nunca iba a tener por mis miedos. Mi madre no tuvo pareja, hasta unos años después que conoció a José Carlos. Don Jos, como yo le llamaba, tenía una sobrina, María Gisela. Ella era la que le llevaba su contabilidad, y me la recomendó el día que mi contador de toda la vida, Carlos de la Peña, renunció por temas de salud. María Gisela era una mujer independiente, soltera, con dos gatos y una casita en la colonia Carretas. Ahí mismo tenía su oficina, contaba con dos empleados y un office boy que le hacía mandados.Era muy guapa, vestía con traje ejecutivo y unos tacones no muy altos. Ya se le notaba la edad. Era mayor que yo, unos 2 ó 3 años.Me enamoré como un idiota, Amaranta ya estaba encarrilada en su vida de florista y mamá comprometida, Lily y mi madre con sus florerías y Hortensia, con en la ciudad de México, que seguía yendo y viniendo con frecuencia.Entonces, empecé a mandarle flores a María Gisela. Ella no me decía nada, solo se ponía algo nerviosa cuando pasaba por su oficina. Siempre con algún pretexto o alguna tonta duda contable.—Ya invítame a salir. —Me dijo un día.—¿Me dirás que sí?—Invítame si quieres saberlo.Me dijo que sí, y desde aquel día comenzamos una relación. Nada formal, nos amábamos a escondidas, en la habitación de su casa. Los gatos se quedaban afuera en la puerta, custodiando nuestro romance. Luego, mamá enfermó. Entonces tuve que volver a casa, estar con ella en la buenas y las malas y mientras se recuperaba me decía:—Sebastián, ¿por qué no te has casado? —No quiero mamá. No quiero ser como papá. —Gracias a Dios tú no eres como tu padre. Eso te lo decía él para sentirse orgulloso, pero ustedes tres, de los Álvarez solo tienen el apellido, porque salieron luchones, trabajadores y aguerridos como yo. Me dijo José Carlos que te ha visto salir con su sobrina, la contadora.—Sí, hemos salido. Pero no es nada serio.—Pues deberían. Hacen una bonita pareja. No la descuides por mí, dile a Pueblito o a Rosa que te prepare unas flores y ve a verla. Yo voy a estar bien, y Amaranta no debe de tardar en volver.Le tomé la palabra a mi madre y preparé junto a Pueblito unas rosas rojas. Esas son garantía. Al llegar a casa de María Gisela, llamé y llamé a la puerta sin tener respuesta. Ahí estaba su automóvil, por lo que me pareció raro que no estuviera. Me di la vuelta a buscar papel y lápiz para dejarle un recado, y dejé las rosas en la puerta. Pasó una semana, y seguía sin tener noticias de ella. Incluso hablé con sus empleados, que tampoco sabían nada. —No ingeniero, no sabemos nada de ella. Desde hace tres días no ha venido a la oficina, tocamos a la puerta de su casa, pero no contesta. No tenemos llaves más que del despacho.Preocupado, me lancé a la finca de José Carlos, a ver si él tenía alguna noticia. —¿No te lo dijo?—¿Qué cosa?—Ay Dios mío, me va a tocar tener que ponerte al día.Yo no entendía que era lo que sucedía, pero Don Jos estaba nervioso. —Mira muchacho, la razón por la que mi sobrina no tiene pareja, ni esposos ni nada, es porque tiene un hijo que necesita atenciones especiales. El niño está en San Luis Potosí, allá lo cuida mi hermana Luisa, pero ella ha estado enferma y María Gisela tuvo que ir para allá. —¿Por qué no me dijo nada?—Porque los hombres huyen cuando se enteran. No solo es una madre soltera, sino que además su hijo tiene un retraso mental y no es fácil acarrear ese paquete. —¿Y el padre del niño?—La dejó en cuanto las cosas se pusieron difíciles y no hemos vuelto a saber de él. En ese instante sentí una impotencia terrible. Yo no soy una perita en dulce, nunca quise tener hijos, pero jamás hubiera abandonado a un hijo mío. Si no pude abandonar a Amy y a Diego Alexander, mucho menos a un hijo sangre de mi sangre.Después de escuchar esa historia, me fui a casa de Lily, la encontré en el patio, junto con Marco, que jugaba con Diego Alexander con sus cochecitos.Lily, cuando estaba en el patio, siempre estaba haciendo algo con las flores, o haciendo jardinería en sus rosales o acomodando flores de la florería.—Sebas ¿qué te pasa? Traes una cara de susto que no te conocía.—No es susto Lily, creo que soy un imbécil.—¿De qué hablas? ¿Quieres un café?—No, algo más fuerte.—¿Un tequila?Aquella tarde, Lily y yo nos pusimos una borrachera de aguamieleros. Lloramos y me desahogué con ella. Me mal aconsejó y me aconsejó. —Pídele matrimonio, dile que la amas, dile que estás dispuesto a todo por ella… Amy y Rodrigo llegaron cerca de las ocho de la noche y nos encontraron en un estado deplorable. Amy me llevó a casa y dejamos a Rodrigo con la bronca de Lily borracha.No supe de María Gisela por muchos meses, le dejé mensajes, pero no se reportaba conmigo y José Carlos tampoco daba mucha información. Pasó el tiempo, y un fin de semana, mientras descansaba después de un pesado día de entregas, José Carlos me llamó para avisarme que la abuela se había caído, que la ambulancia se la había llevado al hospital San José.Salí corriendo de casa al hospital, a los pocos minutos llegaron mis hermanas y mis sobrinos. Mamá se despidió, fue una tarde extraña y desolada. Mi madre, después de tantos años de lucha, trabajo y esfuerzo, de demostrarnos que la felicidad no era un destino, sino un trayecto, nos dejó. Con el corazón apachurrado, tuvimos que organizar el funeral de mi madre. Inconscientemente todos hicimos lo que debíamos hacer. Mis hermanas Hortensia y Lily, mis cuñados Eugenio y Rodrigo, mis sobrinos Amy y Marco, Diego y José Carlos, se portaron a la altura de las circunstancias. No lo esperábamos, todo fue… así, repentino. Así murió mi padre, así se perdió Rodrigo, así fue el accidente de Amaranta, así llegó Marco, así nos sorprendió Diego Alexander y así me enamoré de María Gisela. No la esperaba, no imaginé que estaría ahí. Estuvo a lado de Don Jos y mío. Nos ayudó a servir café, a dirigir el rosario, a recibir las flores. No hubo un nosotros, pero si hubo un “estoy contigo en la buenas y en las malas”. Entendí lo que es el amor, aquel amor que no sé ni sabré si es lo mismo que mi madre sintió por mi padre y que mi padre no supo valorar. Entendí que el amor a una pareja va más allá de pasar la noche juntos con besos y pasión, que hay un apoyo incondicional que se da de forma natural, sin forzar absolutamente nada. Entendí porque Hortensia decidió pasar el resto de su vida a lado de Eugenio y a Lily llorar por Rodrigo tanto tiempo después del accidente que los separó por años. Entendí que quería a María Gisela sin importar las circunstancias. Decidimos no casarnos, al menos no por el momento, pues estaba buscando los medios para traer a su hijo a Querétaro, pero su madre, no quería eso. Mi sobrina Amaranta anunció su compromiso con Franco, después de una larga lista de decepciones y corazones rotos y al poco tiempo, y decidí que era el momento de anunciar mi relación formalmente con María Gisela. Todo se acomodó de manera perfecta. María Gisela consiguió traer a su madre y a su hijo, compró el terreno a lado de su casa, y juntos construimos una casa para todos. Su hijo Adrián, a pesar de sus limitaciones físicas, era un niño gracioso y cariñoso, no fue difícil acostumbrarme a su vida. Hortensia y Eugenio, llegaron a vivir a Querétaro, a la casa de doña Sandra, justo después de su muerte. Mis hermanas y yo, nos veíamos una vez a la semana para platicar, sin parejas, nietos, hijos, nada. Hortensia estaba con los ánimos raros, trabajaba una de las florerías con Amy, pero estaba distanciada con Eugenio y a saber la razón. Mientras Hortensia se desahogaba, Lily y yo estábamos haciendo una caja curiosa, una locura que se me ocurrió mientras hacía un atado de rosas rosas. Al final, quedó un hermoso arreglo y Lily dijo:—Me gusta como para un anillo de compromiso. ¿No es lindo?Y fue así de repente que no pude negarme ese gusto. Con la complicidad de Lily y Horte, compré un anillo de oro blanco con un brillante, no era ostentoso, pero sí elegante, justo para María Gisela, y aquella misma noche, la sorprendí con aquella propuesta a la cual dijo que sí con lágrimas en los ojos, de felicidad. “El único remedio para el amor es amar más”. Henry David Thoreau.Con la colaboración de @patmunozescritora para La Casa De Las Flores-La Floreríawww.lacasadelasflores.comEsta historia es parte de nuestra historia por lo que cualquier parecido con hechos reales y similares están protegidos.Todos los derechos reservados, está prohibida la reproducción total o parcial de esta historia sin autorización de los autores.#lacasadelasflores#novela#queretaro#flores#floreria#floreriaenqueretaro#floresqueretaro#mividaentreflores#lilies#hortencia#margarita#arreglosflorales#rosas#enviodeflores#detalles#amor#drama#felicidad#novela#drama#historiasbonitas#inversion#proyectoparainvertir